ANÁLISIS

El golpe caribeño de Trump intensifica la guerra de EE.UU. contra los narco-terroristas venezolanos

Un ataque militar estadounidense que dejó once muertos en el Caribe ha intensificado una nueva y audaz campaña de Donald Trump para militarizar la lucha contra los cárteles latinoamericanos. En el centro: un misterioso bote, un poderoso dron y un creciente enfrentamiento regional.

Una fanfarronada presidencial y un barco en llamas

El anuncio no vino de una rueda de prensa del Pentágono, sino de la red Truth Social de Donald Trump. Según el presidente, el ejército estadounidense acababa de destruir una embarcación que supuestamente transportaba drogas desde Venezuela a través de aguas internacionales en el sur del Caribe.

“Que esto sirva de advertencia”, publicó Trump. “Once terroristas están muertos”. El objetivo, dijo, era el Tren de Aragua, una banda venezolana que su administración ahora clasifica como organización terrorista extranjera. El grupo, más conocido por el tráfico de personas y la extorsión violenta que por operaciones transnacionales de cocaína, se convirtió de pronto en el centro de una matanza en alta mar.

El secretario de Estado, Marco Rubio, confirmó el ataque, describiéndolo como un “golpe letal” contra un bote cargado de drogas bajo control de la banda. Trump difundió un video que supuestamente mostraba el momento del impacto: una explosión en aguas abiertas, probablemente captada por drones MQ-9 Reaper, del tipo usado en operaciones encubiertas de vigilancia en México.

Pero las dudas surgieron con la misma rapidez.
El ministro de Comunicación de Venezuela, Freddy Ñáñez, afirmó que el video parecía fabricado, alegando que fue generado con inteligencia artificial. “Marco Rubio sigue mintiéndole al presidente”, dijo en Telegram. “Esto no es prueba, es propaganda”.

La respuesta de Washington: silencio sobre los detalles, firmeza en el tono.

Tren de Aragua: ¿banda, cartel o peón político?

La clasificación del Tren de Aragua como organización narco-terrorista es central en la estrategia de Trump. Su administración acusa al presidente venezolano Nicolás Maduro de dirigir al grupo, alegando que altos funcionarios —en particular el exvicepresidente Tareck El Aissami— estarían impulsando su expansión transfronteriza.

Pero los analistas se muestran escépticos.
Una investigación de dos años de InSight Crime no encontró pruebas concluyentes que vinculen al Tren de Aragua con el narcotráfico internacional a gran escala. En cambio, la banda se ha vuelto notoria por controlar rutas de migrantes, operar redes de trata de personas y ejercer una brutal extorsión callejera en Sudamérica.

Aun así, Trump ha afirmado repetidamente que la banda está inundando a Estados Unidos con narcóticos. Y no solo habla: actúa. En agosto firmó una orden ejecutiva instruyendo al Pentágono a usar activos militares para atacar a los cárteles catalogados como terroristas extranjeros. Esta orden incluye autorización para ataques en el mar o en tierra, incluso sin las restricciones judiciales o diplomáticas tradicionales.

El resultado es un cambio fundamental: soldados estadounidenses, no solo agentes de la DEA o patrullas de la Guardia Costera, están ahora en la primera línea antidrogas.

Desde la orden, EE.UU. ha desplegado rápidamente fuerzas cerca de aguas venezolanas. Se han visto al menos siete buques de guerra en la zona—algunos con capacidad de ataque nuclear, según informes. De acuerdo con Reuters, también se movilizaron 4.500 marines. Su objetivo declarado: “Combatir y desmantelar el narcotráfico, los cárteles criminales y las organizaciones terroristas extranjeras”, dijo Stephen Miller, subjefe de gabinete de la Casa Blanca.

Pero la legalidad de estas acciones ya está siendo cuestionada.
El contraalmirante retirado James E. McPherson advirtió en The New York Times que una acción militar sin el consentimiento del país afectado podría violar el derecho internacional—salvo que exista una amenaza clara e inminente. “Se necesita más que sospechas. Se necesita prueba”, dijo.

Hasta ahora, EE.UU. no ha revelado los nombres, nacionalidades ni pruebas de drogas a bordo del bote destruido en el ataque del martes. Rubio evitó preguntas directas de periodistas en Ciudad de México. “Si estás en un bote lleno de cocaína o fentanilo, eres una amenaza”, dijo. Pero no ofreció más detalles.

En Caracas, Maduro negó públicamente que tropas estadounidenses hubieran entrado en aguas venezolanas, aunque reconoció el peligro. “Esta es la mayor amenaza que ha visto el continente en un siglo”, afirmó. “Si Venezuela es atacada, responderemos con resistencia armada”.

EFE@Aaron Schwartz

Ecos de Panamá, riesgos de repetir la historia

La situación ahora recuerda un patrón familiar—y peligroso.
En 1989, EE.UU. invadió Panamá para capturar al dictador Manuel Noriega, acusado de narcotráfico. La ONU condenó la operación como una “flagrante violación del derecho internacional”. Durante los años 90, misiones conjuntas de EE.UU. con Colombia y Perú para interceptar vuelos de droga provocaron varias muertes erróneas, incluyendo el derribo accidental de aviones civiles.

Desde entonces, la cooperación militar estadounidense con América Latina ha sido estrictamente limitada, a menudo reducida a roles de asesoría. Pero la orden ejecutiva de Trump rompe esas restricciones y abre la puerta a ataques ofensivos en espacio aéreo, aguas e incluso territorio extranjero.

El apetito por esta estrategia no es nuevo. Durante años, según analistas, Washington ha buscado realizar operaciones militares quirúrgicas contra cárteles en México y más allá. Pero las preocupaciones por la soberanía y las represalias las habían frenado—hasta ahora.

El contexto actual es distinto. Con las fronteras entre crimen organizado, terrorismo y migración cada vez más difusas en la retórica política, el arsenal militar vuelve a estar sobre la mesa.
Y también el riesgo de excesos.

Por ahora, un barco ha sido destruido. Once personas están muertas. Pero lo no dicho puede importar más: las pruebas.

No se han compartido comunicaciones interceptadas. No hay fotos de narcóticos incautados. No hay admisiones del gobierno de Maduro. Solo una embarcación en llamas, una declaración presidencial y un incómodo silencio desde Washington.

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Lo que está claro es esto: ha comenzado una nueva era de militarización de la guerra contra las drogas, y el Caribe es el escenario inicial. Si esta estrategia dará resultados—o derivará en un conflicto más amplio—puede depender de cuántos barcos más haya ahí fuera, y qué ocurra cuando el próximo cruce una línea roja trazada no por la ley, sino por el poder.

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