ANÁLISIS

Guatemala espera, aviones inmóviles y niños atrapados en un fuego cruzado legal y político

La orden de última hora de un juez detuvo vuelos de deportación de EE. UU. y forzó una pausa en una campaña urgente y polémica para enviar a niños guatemaltecos no acompañados de regreso a casa. Detrás de los autobuses detenidos y las listas congeladas hay familias esperando en la puerta—y niños atrapados entre dos gobiernos, dos relatos y dos semanas de limbo legal.

Una carrera a medianoche, un silencio repentino

Todo comenzó justo antes del amanecer.

Abogados de inmigración corrieron a un tribunal federal mientras circulaban rumores de que docenas—quizás cientos—de menores no acompañados estaban a punto de ser enviados en avión fuera de Estados Unidos antes de que los abogados pudieran siquiera llegar al aeropuerto. En el caos silencioso de un fin de semana festivo, autobuses sin identificación se estacionaron cerca de pistas aéreas. A algunos niños, según informes, se les dio solo minutos de aviso. Al menos un adolescente, según contó su madre en Guatemala, llamó a la 1 a. m. desde Texas para decir que lo estaban subiendo a un avión.

Pero para el mediodía del domingo, un juez federal había emitido una orden de restricción temporal. Los niños—algunos de apenas 10 años, algunos con casos de asilo pendientes, algunos sin saber en absoluto qué estaba pasando—no serían expulsados todavía.

La primera orden cubría a diez niños nombrados. Para la tarde, el juez la amplió para proteger a todos los menores en situación similar. El mensaje fue inmediato: si los niños van a ser deportados, serán los tribunales—no un memorando de política ni un programa piloto—los que determinen si y cuándo se irán.

El juez preguntó directamente a los abogados del gobierno: ¿había salido algún avión? La respuesta, dada por un alto funcionario, fue vaga pero reveladora. Si alguna aeronave había partido, ya había regresado. Los vuelos estaban detenidos. El sistema, por un momento, parpadeó.

¿Qué hay en una palabra: “repatriación” o “deportación”?

Para la Casa Blanca y el presidente de Guatemala, los vuelos eran reunificaciones. Nada más. Niños regresando con familias que extrañaban, en un programa presentado como humano y de mutuo acuerdo.

Para abogados y defensores de inmigrantes, la verdad era más complicada—y posiblemente ilegal. Varios de los niños tenían casos activos ante jueces de inmigración. Otros habían expresado temor creíble de volver a Guatemala. Muchos, argumentaban sus abogados, ni siquiera habían pedido regresar.

Cómo se denominen los vuelos importa. “Repatriación” suena voluntario, restaurador. “Deportación” implica fuerza, y activa protecciones legales—especialmente para menores de 18 años que llegaron sin padres o tutores. La diferencia podría marcar años de precedente.

Y no es algo académico. El gobierno de Guatemala se había preparado para recibir a los niños. En un centro de recepción en Ciudad de Guatemala, los padres esperaban con la documentación en mano. Pero los autobuses nunca llegaron. Tampoco los aviones. Cuando la noticia se difundió en medios como Prensa Libre y la BBC, la confusión se desató. Algunas familias estaban destrozadas. Otras, aliviadas.

“No sabemos cuándo regresará”, dijo una madre a reporteros locales, refiriéndose a su hijo de 17 años que se preparaba para abordar un vuelo en Texas.

Miedo en ambas direcciones

Un tío viajó desde su aldea rural a la capital, esperando recibir a su sobrino en el centro de recepción. En cambio, se quedó afuera y explicó por qué el muchacho había huido en primer lugar.
“Porque somos pobres. Y aquí no hay cura.”

Esa frase sombría—una mezcla de penuria económica y falta de atención médica adecuada—resume una verdad más profunda. Los niños no migran solos a menos que algo esté roto. Para algunos, son las amenazas de las pandillas. Para otros, hambre, enfermedades sin tratar o maltrato. En el tribunal, los defensores insistieron en que al menos algunos de los menores enfrentaban riesgos creíbles si eran devueltos a Guatemala, y que deportarlos sin la oportunidad de presentar su caso violaría la ley federal.

De vuelta en Texas, familias y abogados trabajaban horas extra para averiguar quién estaba en qué lista, quién tenía qué protección y si alguien había quedado fuera. Por ahora, la orden se mantiene. Pero expira en 14 días.

La pausa puede ser temporal. Las consecuencias no.

EFE@Esteban Biba

Los vuelos suspendidos ahora cuelgan como un globo de ensayo sobre la política migratoria más amplia.

En EE. UU., el segundo mandato del presidente Trump ha traído una serie de medidas de aplicación más duras: promesas de deportaciones masivas, expulsiones ampliadas y políticas diseñadas para disuadir la migración a cualquier costo. Sus partidarios dicen que restauran el orden. Sus críticos argumentan que atajan el debido proceso—especialmente para los niños.

En junio, la Corte Suprema permitió que la administración reanudara la deportación de migrantes a países distintos de su tierra natal sin primero escuchar sus preocupaciones de seguridad. Esa decisión avivó temores de que también los menores pudieran ser removidos sin revisiones completas.

Stephen Miller, un asesor clave de la Casa Blanca, calificó la orden judicial de “una desgracia”, diciendo que el juez estaba impidiendo que los niños “se reunieran con sus familias”. Pero el tribunal no estaba decidiendo adónde debían ir los niños. Estaba decidiendo cómo.

¿Tienen los menores no acompañados—algunos con solicitudes de asilo legítimas, otros que llegaron en confusión o miedo—derecho legal a una audiencia antes de ser deportados? Por ahora, la respuesta es sí.

¿Y qué pasa con Guatemala? El presidente Bernardo Arévalo ha sido un socio dispuesto, promoviendo el programa piloto como una vía humanitaria para reunir a familias. Pero incluso él admitió, en declaraciones replicadas en medios guatemaltecos, que “no todos los casos son iguales”.

Tiene razón. “Hogar” para un niño puede ser los brazos abiertos de un padre. Para otro, puede ser una calle con precio por su cabeza, o una casa que ya no se siente segura. La orden del juez no prohíbe los regresos. Dice que no pueden ocurrir de manera irreflexiva.

Dos semanas. Eso fue lo que dio el tribunal a todos.

Tiempo para ordenar archivos, verificar historias y decidir si estos vuelos son repatriaciones o atajos. Si estos niños están volviendo a casa o siendo enviados lejos de una.

Los aviones siguen en tierra. El tribunal está observando. También los padres.

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Y los niños, muchos ya bajo custodia, esperan—entre una pista y un tribunal, una promesa y un procedimiento, un país que dejaron y otro que ahora debe decidir si los deja ir.

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