ANÁLISIS

La prohibición de las ONG en Nicaragua: un claro ataque a la democracia y las libertades civiles

La decisión del gobierno de Nicaragua de ilegalizar 1.500 organizaciones no gubernamentales (ONG) es otro paso alarmante en la actual represión del presidente Daniel Ortega contra las libertades civiles. Esta audaz medida no sólo silencia la disidencia sino que también subraya la naturaleza autoritaria del régimen de Ortega, empujando a Nicaragua aún más a un estado de represión.

El gobierno de Nicaragua, bajo el gobierno de mano dura del presidente Daniel Ortega, ha demostrado una vez más su desdén por la democracia al ilegalizar 1.500 organizaciones no gubernamentales. Este último acto de represión es parte de una estrategia más amplia para eliminar cualquier apariencia de sociedad civil que pueda desafiar el gobierno cada vez más autocrático de Ortega. Con el cierre de estas ONG, el gobierno de Nicaragua ha dejado claro que no tolerará ninguna organización percibida como hostil o incluso levemente crítica con el régimen.

La justificación del gobierno para esta prohibición radical es tan vacía como predecible. Según el Ministerio del Interior, las organizaciones objetivo no cumplieron con sus obligaciones de presentación de informes financieros, incluida la divulgación de donaciones. Sin embargo, este pretexto es un intento apenas disimulado de legitimar un ataque flagrante a la sociedad civil. La realidad es que estas organizaciones han sido clausuradas no por infracciones legales genuinas sino porque representan una amenaza al control de Ortega sobre el poder.

Se ven afectados organizaciones religiosas, organizaciones benéficas católicas, clubes rotativos y de ajedrez, asociaciones deportivas y grupos que representan a pequeños comerciantes, comunidades rurales y jubilados. La inclusión de una gama tan amplia de organizaciones en la represión revela el alcance de la paranoia del gobierno y su deseo de suprimir cualquier forma de pensamiento u organización independiente. El cierre de estaciones de radio y universidades católicas es particularmente revelador, ya que indica un esfuerzo por sofocar cualquier institución que fomente el pensamiento crítico o proporcione una plataforma para las voces disidentes.

La erosión de la sociedad civil

El ataque a las ONG es sólo el último capítulo de la larga campaña de Ortega para desmantelar la sociedad civil de Nicaragua. Desde que estallaron las protestas antigubernamentales en 2018, el presidente nicaragüense ha intensificado su represión contra cualquier grupo o individuo que se atreva a desafiar su autoridad. El gobierno ha cerrado más de 5.000 grupos de la sociedad civil, universidades privadas y medios de comunicación. Este desmantelamiento sistemático de la sociedad civil ha dejado a Nicaragua en un estado de miedo y represión, donde cualquier forma de disidencia enfrenta consecuencias rápidas y brutales.

Las acciones de Ortega no se refieren sólo a mantener el poder; se trata de eliminar cualquier amenaza potencial a su gobierno, ya sea pequeña o insignificante. Las ONG que fueron cerradas no estaban planeando golpes de estado ni participando en actividades subversivas. Muchos prestaron servicios esenciales a comunidades vulnerables o promovieron actividades culturales y recreativas. Sin embargo, a los ojos de Ortega, incluso estas actividades benignas son una amenaza si no están bajo el control directo del Estado.

La reciente regulación del gobierno que exige que las ONG trabajen exclusivamente en “alianzas” con entidades estatales indica claramente el deseo del régimen de controlar todos los aspectos de la sociedad. Al obligar a las ONG a alinearse con el gobierno, Ortega en la práctica está neutralizando a estas organizaciones, transformándolas de actores independientes a herramientas estatales. Esta medida erosiona aún más el frágil espacio de la sociedad civil en Nicaragua y consolida el gobierno autoritario de Ortega.

La oscura realidad detrás del cierre de las ONG

Las consecuencias del cierre de ONG se extienden mucho más allá de la pérdida inmediata de los servicios y el apoyo que estas organizaciones brindaban. La confiscación de activos pertenecientes a estos grupos por parte del Estado es un acto flagrante de robo, que despoja a estas organizaciones de sus recursos y empobrece aún más a las comunidades a las que sirven. Además, el cierre de estas ONG deja un enorme vacío en la sociedad nicaragüense, ya que muchas de estas organizaciones eran los últimos espacios restantes donde los ciudadanos podían reunirse para discutir, organizarse y defender sus derechos.

Esta represión también envía un mensaje escalofriante a otras organizaciones e individuos en Nicaragua: no se tolerará la disidencia y aquellos que se atrevan a desafiar al régimen serán silenciados, ya sea por medios legales o por la fuerza bruta. La expulsión de más de 300 políticos, periodistas, intelectuales y activistas el año pasado bajo acusaciones de traición subraya la voluntad del régimen de utilizar todos los medios necesarios para eliminar a sus oponentes.

La prohibición de Al Jazeera, que impide a la cadena informar dentro de Nicaragua, es otro ejemplo más de la determinación del régimen de controlar la narrativa y suprimir cualquier periodismo independiente que pueda exponer la realidad de la vida bajo el gobierno de Ortega. Con los medios silenciados y la sociedad civil desmantelada, Nicaragua se está convirtiendo en un agujero negro de información, donde la propaganda del gobierno es la única voz que se puede escuchar.

De la revolución a la represión

Para comprender la situación actual en Nicaragua, es esencial observar el contexto histórico del ascenso de Ortega al poder y su posterior descenso al autoritarismo. Ortega surgió por primera vez como líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en la década de 1970, luchando contra la dictadura de Somoza respaldada por Estados Unidos. Después de que los sandinistas derrocaran al régimen de Somoza en 1979, Ortega se convirtió en jefe de un gobierno militar y más tarde en presidente del país en 1985.

Sin embargo, el compromiso de Ortega con la democracia duró poco. Después de perder la presidencia en las elecciones de 1990, Ortega pasó años consolidando su poder dentro del FSLN y construyendo alianzas con sectores clave de la sociedad nicaragüense, incluida la Iglesia católica y la comunidad empresarial. Cuando regresó al poder en 2007, Ortega había transformado al FSLN de un movimiento revolucionario a una máquina política dedicada a mantener su gobierno.

A lo largo de los años, Ortega ha desmantelado sistemáticamente las instituciones democráticas del país, anulado los límites del mandato presidencial y tomado el control de todos los poderes del Estado. Su régimen se ha vuelto cada vez más autoritario y utiliza el poder judicial, la policía y el ejército para reprimir la oposición y mantener el poder. La reciente represión contra las ONG es sólo la última de una larga serie de medidas diseñadas para eliminar cualquier amenaza al gobierno de Ortega y consolidar su control sobre Nicaragua.

La respuesta internacional

La comunidad internacional ha condenado en gran medida las acciones de Ortega, y Estados Unidos y la Unión Europea han impuesto sanciones a su régimen por abusos contra los derechos humanos. El mes pasado, un grupo de expertos de las Naciones Unidas emitió un informe mordaz, acusando al gobierno de Nicaragua de “abusos sistemáticos y generalizados del derecho internacional de los derechos humanos”. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos también ha pedido el fin de la represión en Nicaragua, destacando la persecución de grupos religiosos, las detenciones arbitrarias y las terribles condiciones que enfrentan los presos políticos.

A pesar de estas condenas, ha habido pocas acciones tangibles por parte de la comunidad internacional para responsabilizar a Ortega o para apoyar al pueblo nicaragüense en su lucha por la democracia. Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la UE han tenido un impacto limitado y Ortega continúa fortaleciendo su control del poder sin importarle las consecuencias.

La falta de una respuesta internacional coordinada y sólida a la situación en Nicaragua no es sólo un fracaso de la diplomacia sino también una traición al pueblo nicaragüense, al que se le está dejando enfrentar por sí solo toda la fuerza de un régimen cada vez más represivo. La comunidad internacional debe hacer más que emitir declaraciones de condena; debe tomar medidas concretas para apoyar a la sociedad civil en Nicaragua y responsabilizar a Ortega por sus acciones.

Mientras Ortega continúa su ataque a las libertades civiles y las instituciones democráticas, el futuro de Nicaragua parece cada vez más sombrío. El cierre de ONG, la supresión de los medios de comunicación y la expulsión de disidentes son parte de una estrategia más amplia para convertir a Nicaragua en un Estado unipartidista donde se aplasta la disidencia y el Estado de derecho no es más que una herramienta de represión. .

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El pueblo nicaragüense merece algo mejor. Merecen un gobierno que respete sus derechos, defienda el estado de derecho y permita una sociedad civil vibrante. La comunidad internacional debe apoyar al pueblo de Nicaragua en su lucha por la democracia y tomar medidas significativas para apoyar su lucha. Cualquier otra cosa sería una traición a los valores de la democracia y los derechos humanos que el mundo dice defender.

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