ANÁLISIS

Las dolorosas reformas de Argentina están dando frutos — y los votantes latinoamericanos están tomando nota

Comienza el segundo tiempo de Argentina con un mandato claro

Las elecciones de medio término en Argentina se suponía que castigarían la austeridad. En cambio, la recompensaron. Contra todo instinto político de la región, Javier Milei convirtió los recortes presupuestarios en votos. Su coalición superó el umbral en la Cámara Baja que, en la práctica, le otorga poder de veto: una posición de fuerza que los reformistas suelen perder a mitad de mandato.

El momento no podía ser más improbable. La inflación había devorado los salarios, los subsidios se redujeron al mínimo y el gobierno dejó de imprimir pesos como si fueran confeti. Aun así, los resultados revelaron algo más raro que la euforia populista: votantes apostando por la coherencia antes que por la comodidad.

En menos de dos años, el equipo de Milei pasó de un déficit fiscal a un superávit primario. Los precios, aunque aún altos, comienzan a enfriarse; la producción se estabiliza. Es demasiado pronto para celebrar —los salarios reales siguen flacos y la paciencia tiene límites—, pero la lógica política cambió. Los votantes no avalaron el dolor; avalaron un plan. Cuando el público percibe que el sacrificio produce estabilidad en lugar de caos, la disciplina deja de ser castigo y se convierte en valor.

El resultado argentino no parece una anomalía, sino una señal. Indica que los votantes latinoamericanos —a menudo caricaturizados como volátiles— pueden ser profundamente pragmáticos cuando la reforma entrega resultados, no promesas.


El eco que cruza los Andes y más allá

Ese mensaje ya está viajando. Al otro lado de los Andes, el electorado boliviano puso fin a dos décadas de hegemonía izquierdista y entregó el poder a un gobierno de centro-derecha que hizo campaña con la desregulación y la disciplina fiscal como banderas. En Chile, un candidato promercado lidera las encuestas argumentando que ningún país puede financiar derechos sociales sin antes recuperar el crecimiento.

En otros lugares, el debate ya no pasa por la ideología, sino por la credibilidad. Colombia enfrenta una crisis de confianza: el ancla fiscal que mantenía tranquilos a los inversores se ha debilitado. Quien llegue al poder deberá reconstruir esa confianza antes de prometer cualquier otra cosa. En Brasil, la oposición percibe la misma oportunidad: un tecnócrata de centro-derecha, abanderado de la estabilidad macroeconómica y la eficiencia en infraestructura, compite hoy voto a voto con el oficialismo. Incluso México, históricamente inclinado a la izquierda, da pasos cautelosos hacia la tecnocracia: su nuevo presidente habla más de pragmatismo energético y coordinación institucional que de cruzadas populistas.

En todas partes, la moneda política es la misma: la prueba de competencia. Los reformistas que sobreviven no son los que moralizan sobre la austeridad, sino los que presentan la disciplina como un puente hacia la prosperidad, no como un sermón sobre la virtud. La victoria de Milei subraya esa diferencia. Sus votantes no pidieron sufrir más tiempo; pidieron sufrir con propósito.

Pexels / Matias Megapixel

Capital, dólar y el delicado equilibrio de Washington

Los mercados captaron la señal antes que los analistas. Un dólar estadounidense más débil y tasas globales en descenso ya empujan a los inversores hacia los activos latinoamericanos, mientras que las cuentas externas de la región, hoy más sólidas, mejoran el panorama. Cuando la política reduce la incertidumbre, las primas de riesgo se derriten más rápido que el hielo en los trópicos.

El salto de credibilidad de Argentina se ha sentido en mesas de bonos de Nueva York a São Paulo. La lógica es simple: las reglas reducen los descuentos. La disciplina —antes sinónimo de estancamiento— hoy se ve como un seguro de crecimiento.

Washington también ha tomado nota. Por primera vez en años, los funcionarios estadounidenses tratan la estabilidad regional como un activo estratégico. Reaparecen las líneas de swap de divisas, la asistencia condicionada a anclas fiscales y los programas de manejo de deuda como incentivos. Los castigos no han desaparecido —aranceles a Brasil, recortes de ayuda a Colombia, maniobras militares cerca de Venezuela—, pero el tono general es más transaccional. El mensaje es claro: si alineas tu política macroeconómica con la previsibilidad, se abren las puertas del capital y la cooperación.

Los inversores privados se adelantan al cambio. Fondos de infraestructura que antes huían del riesgo político vuelven a probar suerte en Argentina y Perú. El nuevo criterio no es ideológico, sino institucional: la velocidad del Estado de derecho, es decir, cuán rápido un contrato firmado se convierte en un proyecto en marcha. Los países que dominen esa transición serán los que lideren la próxima década de inversión latinoamericana.


Del mandato al revalúo de mercado — y cómo sostenerlo

La región está viviendo un reacomodamiento: monedas más firmes, spreads más estrechos, valuaciones bursátiles al alza. Pero mantener ese impulso requiere más que hojas de cálculo y consignas. Tres lecciones destacan.

Primero, combinar disciplina con dignidad. Los colchones sociales no son lujos; son estabilizadores. Transferencias focalizadas, seguridad alimentaria y protecciones temporales dan a los reformistas el tiempo necesario para que los resultados se vean. Si la dureza parece interminable, el votante se rebela; si se percibe transitoria y transparente, aguanta.

Segundo, arreglar la fontanería del sistema. Las reformas que multiplican resultados —simplificación tributaria que amplía la base, modernización laboral que fomenta el empleo formal, marcos energéticos que atraen capital privado, justicia más ágil que haga cumplir contratos— no dan titulares, pero transforman la credibilidad en grúas y cemento. La confianza no vale nada hasta que se convierte en construcción.

Tercero, mantener la política aburrida. Los inversores prefieren la previsibilidad a la ideología. Incorporar reglas fiscales en la ley, fortalecer los bancos centrales independientes y delegar ejecución a provincias o municipios puede convertir el carisma en continuidad. El desafío argentino ahora es institucionalizar lo que Milei encarnó. La ventana no permanecerá abierta para siempre.

América Latina ha sido advertida una y otra vez de que los mercados y la democracia tiran en direcciones opuestas —que la responsabilidad económica y la supervivencia electoral son incompatibles—. El ciclo actual está demostrando lo contrario. Cuando los votantes ven caer la inflación, reducirse los déficits y asomar el crecimiento real, premian a los adultos en la sala.

Las implicancias van mucho más allá de los mercados. Una región que combine crecimiento con instituciones sólidas podrá resistir choques externos, frenar las olas migratorias y negociar con las potencias globales en sus propios términos. La victoria de Milei en las legislativas no garantiza ese futuro, pero abre la posibilidad. Demuestra que la honestidad sobre el dolor, acompañada de competencia en la ejecución, todavía genera confianza.

Tal vez esa sea la idea más radical en la América Latina actual: decir la verdad al votante, entregar resultados medibles… y quizás te dé más tiempo para terminar el trabajo.

Lea También: Las matemáticas de Milei: cómo la nueva mayoría de Argentina redibuja el mapa político

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