ANÁLISIS

Los golpes contra capos del narco en México generan más caos que estabilidad

Capturar o eliminar a líderes de cárteles suele aumentar la violencia en lugar de reducirla. En Sinaloa, México, la detención de Ismael “El Mayo” Zambada ha reavivado una brutal guerra, evidenciando las consecuencias no deseadas de perseguir a narcotraficantes de alto perfil.

El impacto de las estrategias de “decapitación”

Las autoridades suelen celebrar la captura o muerte de un líder de cártel como un triunfo en la lucha contra las drogas. Sin embargo, la historia demuestra que estas acciones generan vacíos de poder. Dichos vacíos intensifican las rivalidades internas. Estas rivalidades desembocan en más violencia.

Sinaloa, conocido por albergar algunos de los cárteles más notorios de México, es el ejemplo más reciente. Tras la captura de Ismael “El Mayo” Zambada por parte de Estados Unidos, el otrora poderoso Cártel de Sinaloa se ha dividido en dos facciones rivales: “Los Mayos”, leales a Zambada, y “Los Chapitos”, seguidores de los hijos de Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Este conflicto interno ha sumido a Sinaloa en el caos. Más de 200 personas desaparecieron en solo tres meses, un número alarmante que refleja la violencia desatada por la división del cártel. Los civiles suelen ser los más afectados en estos enfrentamientos, quedando atrapados en medio del conflicto o convirtiéndose en objetivos directos del aterrador dominio de los cárteles.

Quitar a los líderes del poder rara vez reduce la presencia de los cárteles. Por el contrario, grupos rivales luchan por el control. Las bandas criminales se fragmentan, expandiendo el caos a nuevas regiones. Esto resulta profundamente preocupante.

Presiones políticas y prioridades desalineadas

La detención de Zambada refleja cómo las presiones políticas moldean las estrategias contra los cárteles. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, prometió inicialmente un cambio en la estrategia. Su enfoque sería menos militarizado y más orientado a reformas sociales para reducir la confrontación. Sin embargo, el aumento de la violencia en Sinaloa y la presión del presidente electo de EE. UU., Donald Trump, para frenar el tráfico de fentanilo han obligado a Sheinbaum a adoptar una postura más rígida.

Trump amenazó con imponer aranceles del 25% a los productos mexicanos si no se enfrentan los problemas de tráfico de drogas e inmigración, lo que demuestra la influencia de las demandas estadounidenses en la política mexicana. En respuesta, Sheinbaum tomó acciones contundentes, como el mayor decomiso de fentanilo en la historia de México: más de $394 millones en pastillas confiscadas en Sinaloa, un logro significativo.

Estas medidas buscan demostrar determinación en la lucha contra el crimen. Sin embargo, no abordan las causas profundas de la violencia de los cárteles. En lugar de enfrentar las raíces del problema, refuerzan un enfoque reactivo que ataca síntomas visibles—como líderes y cargamentos—sin desmantelar las estructuras que sostienen las operaciones del narcotráfico.

El costo humano de la violencia en aumento

Para los habitantes de Sinaloa, las consecuencias del conflicto entre cárteles son devastadoras. Las desapariciones de más de 200 personas desde la detención de Zambada son solo una muestra del problema. Comunidades enteras viven con miedo ante secuestros, asesinatos y extorsiones que se vuelven rutina en zonas disputadas.

El impacto económico también es grave. Negocios cierran, el turismo declina y la agricultura—un pilar de la economía de Sinaloa—se ve interrumpida por la actividad delictiva. Familias se ven obligadas a abandonar sus hogares, y el estrés mental de vivir bajo constante peligro es incalculable.

Aunque el gobierno asegura avances con acciones como el decomiso de fentanilo, estas medidas ofrecen poco consuelo a quienes enfrentan la violencia diariamente. Las comunidades más afectadas se sienten desprotegidas y pierden la esperanza.

Repensar la guerra contra las drogas

El caos en Sinaloa plantea preguntas esenciales. Enfocarse en líderes de cárteles no siempre detiene el crimen organizado. Las capturas y ejecuciones suelen ser visibles, pero pocas veces desmantelan las redes del narcotráfico.

Un enfoque más efectivo debería centrarse en las condiciones socioeconómicas. La pobreza, la falta de educación y la carencia de empleos impulsan a muchas personas a unirse a grupos criminales. Programas sociales sólidos y empleos reales podrían debilitar el poder de los cárteles más que solo arrestar a sus líderes.

La cooperación internacional también debe ir más allá de las medidas policiales. El alto consumo de drogas ilegales en EE. UU., especialmente de fentanilo, contribuye al problema. Enfocarse en reducir el consumo de drogas en EE. UU. y promover estrategias de reducción de daños podría ser clave. Esto aliviaría la presión sobre México para tomar medidas rápidas y reactivas.

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La captura de Ismael “El Mayo” Zambada resalta lo complejo que es combatir el crimen organizado. Atacar a los líderes de los cárteles puede generar éxitos a corto plazo, pero a menudo trae problemas a largo plazo. Un progreso real exige un enfoque integral. Las reformas sociales, el crecimiento económico y la cooperación global deben ser prioridades. Ignorar las causas principales de la violencia perpetúa el ciclo de caos en México, que se repite con cada captura de un líder del cártel

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