Los peronistas argentinos lidian con la renovación mientras Kirchner enfrenta prisión y exilio

Argentina despertó con titulares judiciales que parecían una réplica sísmica: Cristina Fernández de Kirchner —expresidenta en dos ocasiones y figura nacional profundamente polarizante— ha sido condenada por corrupción e inhabilitada de por vida para ejercer cargos públicos. El fallo reconfigura el mapa electoral de las elecciones legislativas de octubre y obliga al peronismo a preguntarse si puede sobrevivir sin su corazón más controvertido.
Un trueno judicial sobre Buenos Aires
La noticia estalló poco después del mediodía, pero incluso los porteños más cínicos alzaron la vista de sus pantallas: seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ocupar cargos electivos. Kirchner, de 72 años, asistió vestida de riguroso negro a la última sesión del juicio, mientras sus abogados insistían en que los cargos —un esquema de obras públicas amañadas en la Patagonia— eran una farsa montada por jueces enemigos. La Corte Suprema no estuvo de acuerdo. Aunque las apelaciones son inevitables y el arresto domiciliario probable, el golpe simbólico es innegable. Nunca antes un juez argentino había sancionado a una líder cuyo nombre aún ondea en pancartas desde Misiones hasta Neuquén.
Las consecuencias prácticas fueron inmediatas. Kirchner planeaba encabezar la boleta peronista en la provincia de Buenos Aires en octubre, una jurisdicción que controla 70 de los 257 escaños de la cámara baja. Ahora, esos carteles deben reimprimirse: la cima de la escalera del poder ha desaparecido de forma abrupta. Para un movimiento basado en cultos a la personalidad —de Juan y Evita a Néstor y Cristina—, la vacante es existencial.
En los pasillos del Congreso, los periodistas oyeron el suspiro cuando las pantallas se actualizaron. Los leales a Kirchner denunciaron un “golpe judicial”, evocando el recuerdo de Dilma Rousseff en Brasil. Otros, como el senador José Mayans, murmuraban con alivio: por fin, espacio para que respiren los líderes jóvenes. Pero en la Plaza de Mayo, los bombos comenzaron a sonar en menos de una hora. “Robó para nosotros, no para ellos”, dijo una jubilada a EFE, con lágrimas surcando su maquillaje. La narrativa de una nueva mártir ya había comenzado.
El mazo judicial le da una tabla de salvación a Milei
Nadie vio si alguien descorchó champán en la Casa Rosada, pero el presidente Javier Milei apenas disimuló su sonrisa en la conferencia de prensa de la tarde. Durante meses, el outsider libertario ha gobernado con un ojo sobre el hombro, esperando que los kirchneristas sabotearan su agenda de austeridad. Ahora, la crítica más ruidosa del balcón ha perdido el micrófono.
Los encuestadores habían considerado a la provincia de Buenos Aires como la Waterloo de Milei. El 40% de los argentinos vive allí, muchos dependientes de los subsidios que su motosierra presupuestaria amenaza con recortar. Sin Cristina movilizando al voto barrial, las matemáticas electorales se alteran. Los estrategas de La Libertad Avanza perciben un sueño antes impensable: obtener dos o tres bancas más que permitan cambiar el Congreso de un bastión de obstrucción a uno de negociación. Cada escaño adicional reduciría el costo político de aprobar sus reformas de shock: privatizaciones, desregulación laboral y un peso anclado al dólar.
Los lugartenientes de Milei se movieron rápido, haciendo circular afiches con una motosierra rugiente junto a la foto policial de Kirchner: “El pasado fue sentenciado. El futuro comienza ahora.” Saben también del peligro: el exceso de confianza. Si los despidos golpean o la inflación se dispara hacia los tres dígitos, los gobernadores peronistas martillarán el mensaje de que el presidente rompió el contrato social. Pero, por ahora, Milei disfruta de un raro silencio por parte de una rival que solía dominar los medios con apenas aclararse la garganta.
El espejo del peronismo
En la sede del Partido Justicialista, el ambiente oscilaba entre la catarsis y la planificación estratégica. Algunos veteranos recitaban el catecismo: “Cristina o muerte.” Alcaldes más jóvenes, con las calculadoras de sus celulares brillando, hacían preguntas en voz baja. ¿Podrían atraer a votantes de clase media si la marca Kirchner resulta tóxica en los suburbios? El gobernador bonaerense Axel Kicillof lleva años jugando a dos bandas: defendiendo los programas sociales del kirchnerismo, pero dejando entrever que no tiene paciencia para valijas llenas de dinero. El fallo lo empuja al centro del escenario.
Su dilema no tiene salida fácil. Kirchner aún cuenta con cerca del 30% de aprobación, una base lo bastante grande como para arruinar unas primarias. Si Kicillof se distancia demasiado rápido, los fieles lo castigarán. Si se mantiene demasiado cerca, los independientes podrían huir. “Hay que modernizarse sin traicionar a nuestros muertos”, murmuró un legislador provincial en un pasillo, captando la cuerda floja del peronismo.
Detrás de bambalinas, think tanks financiados por sindicatos redactan un manifiesto que sustituya la nostalgia por propuestas: transparencia digital, agroindustria vinculada al clima y conectividad rural. El sueño: un peronismo renacido como socialdemocracia escandinava pragmática, con riffs de Spinetta en lugar de bombos militantes. La gran incógnita es si la base bailará esa música sin la voz de Cristina.
Cruce de caminos en octubre, horizonte en 2027
La prueba inmediata será la boleta de las elecciones de medio término. Si Milei logra mantener la inflación mensual en descenso —ya ha bajado del 115% al 70%—, los votantes indecisos podrían concederle una luna de miel. Si los precios se disparan o las tarifas arrasan con los presupuestos familiares, los militantes peronistas encontrarán oídos atentos cuando digan: “Silenciaron a Cristina; ahora te vacían el bolsillo.” Pero el cálculo de participación cambia sin el magnetismo de Kirchner en los escenarios.
A largo plazo, el fallo podría servir para lavar la ropa sucia del peronismo. Nuevos líderes nacidos tras la crisis de 2001 hablan de cuentas equilibradas y difusión en TikTok. Les irrita cargar con escándalos más antiguos que ellos. Nuevas caras podrían surgir si Kirchner se retira a escribir sus memorias y hacer esporádicos discursos desde el balcón. Pero si llama cada mañana desde el arresto domiciliario para comentar la coyuntura, su peso gravitacional podría congelar al partido en una guerra civil permanente.
Para los argentinos de a pie, la reacción es una mezcla de cansancio y curiosidad. Han visto juicios por corrupción durante décadas y vivido devaluaciones que hacen que el sueldo se evapore como hielo al sol. Algunos extrañan los subsidios que Kirchner financiaba cuando la soja estaba en alza; otros anhelan el shock prometido por Milei para salir de la crisis permanente. El mazo judicial no resolvió nada de eso: simplemente reordenó el tablero. Las piezas ahora se mueven en direcciones inesperadas: un economista con motosierra contra un movimiento descabezado, pero no derrotado.
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Mientras las banderas de campaña flamean sobre la Avenida Rivadavia y los gauchos en Córdoba observan la danza nerviosa del peso, Argentina ensaya su arte favorito: reinventarse bajo la mirada de fantasmas populistas y provocadores libertarios. Los resultados de octubre dirán si el país escribe un nuevo capítulo o repite un viejo melodrama —esta vez sin su gran protagonista, pero con su sombra proyectada sobre cada urna.