ANÁLISIS

Preguntas sin responder aún rodean ataque de EE. UU. contra embarcación venezolana

Una semana después de que fuerzas estadounidenses destruyeran un bote en aguas internacionales cerca de Venezuela, matando a once personas, la versión del gobierno sigue siendo opaca. El secretismo y las versiones cambiantes ahora repercuten en toda Sudamérica, donde vecinos como Ecuador observan con atención.

Un ataque, un video y un silencio

En noches de agosto, cuando el Caribe es agua negra y espuma blanca, apareció un video granulado: una lancha rápida cortando olas antes de estallar en llamas. Fue la prueba que el presidente Donald Trump presentó de que fuerzas estadounidenses habían atacado a narcotraficantes vinculados a Venezuela. Pero más allá de ese clip, poco se ha hecho público.

La Casa Blanca no ha dado los nombres de los muertos, ni listado la carga, ni explicado las armas utilizadas. Trump dijo al Congreso que la embarcación estaba “afiliada a una organización terrorista designada”, según un aviso obtenido por Reuters. Sin embargo, no se ha publicado ninguna prueba que respalde esa afirmación.

Veteranos de seguridad nacional notan el contraste. Tras un bombardeo en Irán en junio, los funcionarios informaron al Congreso en cuestión de horas. Esta vez, los legisladores recibieron solo una carta estándar y silencio. “Normalmente, se ve un involucramiento mucho más sólido”, dijo un analista a Reuters. En ese vacío, la especulación ha prosperado, trasladando el escrutinio del objetivo a los responsables de la decisión.

Historias cambiantes y las duras preguntas de la ley

El relato mismo ha tambaleado. El secretario de Estado Marco Rubio sugirió que la embarcación se dirigía a Trinidad y Tobago; Trump insistió en que iba rumbo a Estados Unidos. Días después, Rubio se corrigió, según señaló Reuters. La inteligencia marítima es complicada, pero tales inconsistencias debilitan el caso legal de una acción letal sin captura ni juicio.

El narcotráfico es un delito grave; no suele castigarse en alta mar con misiles. El manual de la Guardia Costera es apagar motores, arrestar tripulaciones y entregarlas a tribunales. Críticos señalan que las lanchas rápidas rara vez transportan a tantas como once personas, lo que abre la posibilidad de que civiles o migrantes estuvieran a bordo.

Especialistas en derecho internacional advierten que enmarcar el caso como terrorismo no borra esas dudas. “Usar la palabra ‘terrorista’ no cambia los hechos”, escribió la académica Tess Bridgeman, citada por Reuters. Según la Carta de la ONU, la autodefensa requiere pruebas de una amenaza inminente. Washington no ha demostrado que ese umbral se cumpliera. Caracas insiste en que la banda culpada del ataque fue desmantelada hace años.

Congreso a oscuras, militares bajo reflectores

Legisladores de ambos partidos se quejan de que están operando a ciegas. “No hemos recibido ningún tipo de explicación detallada”, dijo el representante Adam Smith, principal demócrata del Comité de Servicios Armados, en comentarios recogidos por Reuters. Una sesión informativa en el Senado fue pospuesta. El senador Rand Paul fue más lejos, advirtiendo sobre el precedente de “volar a presuntos narcotraficantes sin juicio”.

Mientras el Congreso esperaba, el Pentágono movió fuerzas. Diez F-35 fueron desplegados en Puerto Rico, siete buques de guerra estadounidenses navegaron hacia el Caribe y más de 4,500 marineros e infantes de marina iniciaron ejercicios. Ensayos de desembarco anfibio y salidas aéreas se desarrollaron desde el sur de Puerto Rico. “Ustedes no fueron desplegados… para entrenar”, dijo a las tropas el secretario de Defensa Pete Hegseth, según Reuters. La retórica sonaba menos a patrullaje y más a teatro de guerra.

La Constitución reserva el poder de declarar la guerra al Congreso, pero los presidentes han puesto a prueba esos límites desde hace mucho. Este ataque suma una nueva entrada a ese registro disputado, intensificando los debates sobre hasta dónde puede llegar la autoridad del comandante en jefe sin aprobación ni supervisión.

EFE@Francis R. Malasig

Por qué esto importa mucho más allá de Venezuela —incluido Ecuador

Para Sudamérica, las preguntas van más allá de la legalidad. Cuando una superpotencia hunde un bote sospechoso de contrabando sin pruebas públicas, sienta un precedente que puede repercutir del Caribe al Pacífico. Las rutas de tráfico son fluidas; si se bloquea una, otras se ensanchan.

Ecuador se ubica en la encrucijada de esas corrientes. Con una extensa costa pacífica, ecosistemas frágiles y una política ya tensionada por la violencia del narcotráfico, Quito debe sopesar la cooperación con Washington frente a preocupaciones de soberanía. Cada ataque agudiza los dilemas: ¿qué pruebas justifican la fuerza letal en el mar?, ¿cómo se verifican las identidades?, ¿a quién se consulta antes de operaciones que pueden detonar repercusiones diplomáticas?

Los líderes regionales observan porque saben que el efecto dominó es real. La presión en un corredor puede desviar a los contrabandistas hacia otro. Una mayor presencia militar estadounidense puede estabilizar algunas rutas, pero también genera temores de mandatos indefinidos.

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La Casa Blanca señala las decenas de miles de muertes por sobredosis en EE. UU. como justificación. Los críticos replican que el secretismo y las explicaciones cambiantes no pueden sostener la legitimidad. La pregunta sin respuesta —quiénes iban en ese bote y qué llevaban exactamente— importa ahora tanto como el ataque en sí. Las etiquetas y los videos granulosos no sustituyen la prueba. Y en capitales de Puerto España a Quito, el silencio tras la explosión se está volviendo más estruendoso que el propio estallido.

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