CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Estudiantes bolivianos convierten sus sueños de litio en un auto eléctrico construido en casa

En una meseta donde la gasolina escasea y el litio abunda, un grupo de estudiantes de ingeniería bolivianos ha construido un auto totalmente eléctrico usando una batería fabricada localmente. No es solo un prototipo: es una rebelión silenciosa contra la dependencia y la espera.


De cables soldados a una batería boliviana

A primera vista, el Katari MRC5 no parece gran cosa. Un compacto biplaza con paneles de carrocería reciclados y el zumbido de un carrito de golf. Pero lo verdaderamente notable está bajo el capó… y detrás del cautín.

Nombrado en honor a Túpac Katari, el rebelde indígena que sitió La Paz colonial en 1781, este prototipo de quinta generación fue construido por estudiantes de la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Las versiones anteriores funcionaban con baterías recicladas y paneles solares rescatados de techos. Pero este año, por primera vez, el equipo consiguió dos baterías de litio de Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB), la empresa estatal boliviana.

“Estamos haciendo pruebas de esfuerzo: carga, descarga, viendo cómo rinde subiendo cerros”, explica Elías Choque, asesor del proyecto. Aunque las especificaciones oficiales se mantienen en reserva, Choque dice que la batería promete hasta 12 horas de autonomía, dependiendo del terreno. No es poca cosa, especialmente a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar, donde el aire fino reduce la resistencia y los sistemas eléctricos se comportan de manera diferente.

Investigadores de la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, han calificado la autonomía prevista como “ambiciosa pero plausible” para un chasis liviano de 350 kilos. Pero aquí, la ambición es el punto.

Esto no se trata solo de construir un auto. Se trata de demostrar que la riqueza en litio de Bolivia puede alimentar su propio futuro, no solo las industrias de China, Alemania o Estados Unidos.


Lo que implica construir un auto sin industria automotriz

Bolivia no tiene una base industrial automotriz: no hay plantas, cadenas de repuestos ni pistas de prueba. Lo que el equipo Katari tenía era un depósito de chatarra y mucha imaginación.

La columna de dirección y los asientos salieron de un Toyota siniestrado. ¿Los paneles de la carrocería? Aluminio reciclado. El chasis fue soldado con tubos de agua desechados. Los estudiantes usaron software de diseño CAD de código abierto, porque las licencias comerciales estaban fuera de su alcance.

“Todo fue prueba y error”, dice Walter Canaza, técnico que supervisó el proyecto durante dos años. “Quemamos placas, improvisamos un túnel de viento con varitas de incienso. Pero aprendimos más que en cualquier aula.”

Para María Luz Luque, una de las varias estudiantes mujeres en el equipo, el proceso no fue solo técnico, sino transformador. “Antes de esto, los autos eléctricos eran solo algo que veía en YouTube”, cuenta. “Ahora entiendo cada cable, cada parte del sistema de gestión de batería.”

Las pruebas de los sábados se hacían en la autopista de circunvalación de El Alto, una de las ciudades más altas del mundo. La altitud no fue el único reto: también lo fue el escepticismo. Muchos transeúntes se reían. “Nadie creía que íbamos a salir del garaje”, recuerda Canaza.

Ahora, nadie se ríe.


Sueños de litio en un país con escasez de gasolina

Bolivia posee las mayores reservas estimadas de litio del mundo —alrededor de 23 millones de toneladas, en su mayoría bajo la deslumbrante costra del Salar de Uyuni. Y sin embargo, importa diésel y gasolina, muchas veces a costos elevados. Desde 2025, la escasez de combustibles ha provocado largas filas y racionamientos.

El presidente Luis Arce ha llamado al litio el “mineral estratégico de nuestro siglo” y ha firmado acuerdos con empresas chinas y rusas para construir plantas de cátodos y carbonato. Aun así, expertos como Diego von Vacano, economista energético de Texas A&M, advierten que exportar salmuera cruda no transformará la economía boliviana.

“Lo que crea valor no es la extracción, es la integración”, afirma von Vacano. “Si Bolivia construye un ecosistema nacional de baterías y vehículos eléctricos, mantiene la cadena de valor dentro del país.” Y eso implica formar trabajadores calificados.

El proyecto Katari, señala, es una cadena de suministro viva en miniatura. Cada estudiante que calibra una batería o reescribe el firmware forma parte de una fuerza laboral que Bolivia aún no tiene… pero que necesitará.

Mientras tanto, en El Alto, Choque y sus alumnos hablan del proyecto con una mezcla de orgullo y urgencia. “No podemos esperar a que Detroit o Shanghái nos enseñen”, dice. “Tenemos que construir nuestro conocimiento, aquí mismo.”

EFE/ Luis Gandarillas

El camino a Oruro: una prueba con historia

Más adelante este año, el Katari enfrentará su prueba definitiva: un viaje de 226 kilómetros hasta Oruro, por la Ruta Nacional 1 de Bolivia. El trayecto llevará al auto desde el fondo del cañón de La Paz, cruzando pasos andinos helados, hasta el corazón minero del país.

Canaza espera que la subida a gran altitud agote la batería más rápido de lo que indican las pruebas de laboratorio. Pero también tiene curiosidad por ver cómo se comporta el frenado regenerativo en la bajada. Un solo error de cálculo podría quemar el sistema… o validarlo bajo presión real.

La Ruta 1 es más que asfalto. Sigue las antiguas líneas férreas que una vez transportaron el estaño y la plata bolivianos —riquezas que dejaron poco en términos de tecnología o capacitación. Un viaje exitoso en vehículo eléctrico reescribiría esa historia: de exportadores de materias primas a creadores de máquinas funcionales.

“El objetivo no es solo llegar a Oruro”, dice Luque. “Es demostrar que podemos diseñar, construir y manejar un auto de litio en Bolivia, para Bolivia.”

Choque está de acuerdo, aunque añade una nota de advertencia. “Los vehículos eléctricos traerán nuevos desafíos —capacidad de red, ciberseguridad, impacto ambiental. Nuestros estudiantes deben liderar esas conversaciones, no solo verlas en pantallas extranjeras.”

En Uyuni, los turistas se toman selfies en el lago salado, ajenos a las excavadoras que abren estanques de evaporación. A 800 kilómetros al norte, en un garaje de la UPEA por encima de las nubes, un prototipo improvisado se prepara en silencio para convertir una promesa mineral en movimiento.

El Katari MRC5 puede no parecer una revolución. Pero con cada chasis soldado y celda calibrada, susurra un futuro que Bolivia ha soñado durante mucho tiempo—uno donde el país no solo exporta sus recursos, sino que los pone en marcha.

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Créditos: Basado en reportajes de EFE; entrevistas con Elías Choque, Walter Canaza y María Luz Luque en la Universidad Pública de El Alto (UPEA); contexto del sector litio provisto por Diego von Vacano (Texas A&M University); análisis técnico de la Universidad Mayor de San Andrés y del Journal of Rural Studies.

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