La guerra tecnológica que buscaba un cambio de régimen en Venezuela
En 2019, Venezuela enfrentó importantes desafíos por diversas amenazas digitales. Estados Unidos llevó a cabo operaciones cibernéticas encubiertas con el objetivo de presionar al presidente Maduro y a sus ciudadanos para que derrocaran su régimen mediante severas sanciones. A medida que las implicaciones de estas acciones se hicieron evidentes, la ansiedad expresada por analistas y comentaristas subrayó la complejidad de la geopolítica en la era posterior al 2000 y los límites ambiciosos de las intervenciones digitales.
El auge de los esfuerzos digitales para el cambio de régimen
En 2019, cuando la política venezolana colapsaba tras años de creciente oposición a Nicolás Maduro, en medio de una crisis económica extremadamente alta, hiperinflación y una migración masiva, Estados Unidos dio un giro estratégico. Buscaba nuevas formas de cambiar el régimen, y este cambio fue marcado por Creative Associates, un contratista que pasó de tácticas políticas tradicionales a estrategias digitales de vanguardia.
Con sus partidarios más duros presionándolo para actuar, la administración Trump vio la tambaleante economía de Venezuela y su gobernanza frágil como una oportunidad para la guerra digital. La CIA y la NSA pronto se sumaron a operaciones clandestinas para desestabilizar las infraestructuras digitales del gobierno venezolano.
En el centro de esta estrategia estuvo un novedoso ciberataque a los sistemas de nómina militar de Venezuela. Era una idea simple pero sabia: encontrar una forma de interrumpir los pagos, volcar a los soldados contra sus líderes y enfocar sus mentes en su propia ira y frustración. Maduro dependía de la lealtad militar para mantenerse en el poder, y esa dependencia hacía que el sistema de nómina militar fuera un objetivo ideal. Esto amenazaba la capacidad del régimen para pagar al ejército de manera confiable, y los soldados podrían empezar a sospechar que su lealtad ya no sería recompensada.
La estrategia de sabotaje cibernético en acción
El ataque a la nómina fue uno de los intentos más ambiciosos de utilizar la tecnología para inducir un cambio de régimen. Después de meses de planificación y con ayuda de inteligencia humana desde dentro del régimen, la CIA llevó a cabo una operación que, de haber tenido éxito, habría tenido un impacto sísmico, haciendo imposible pagar los salarios de las fuerzas armadas de Venezuela.
Sin embargo, la campaña estuvo significativamente limitada en cuanto a recursos y alcance operativo. La CIA y la NSA se mostraron reacias a asignar recursos y priorizar entre sus prioridades globales. A diferencia de la intervención cinética, una campaña cibernética requiere una infraestructura tecnológica robusta, personal capacitado e inteligencia local. Estas limitaciones subrayan los desafíos de escalar operaciones digitales a nivel nacional.
Poco después de activarse el sabotaje digital, las autoridades civiles y militares respondieron como estaba planeado, con un mensaje propagandístico en YouTube y una serie de tuits. El objetivo final del sabotaje digital, desestabilizar y dividir al personal militar, aparentemente tuvo algún impacto, ya que varios informes afirmaron que comenzaron a aparecer fisuras en la base de apoyo del líder, con personal militar quejándose. Sin embargo, incluso esta táctica, utilizada de manera aislada, resultó insuficiente para provocar el colapso que la administración Trump presumiblemente esperaba.
Las implicaciones más amplias de la guerra cibernética
El intento de cambio de régimen en Venezuela fue revelador, ya que mostró tanto las ventajas como los límites de la interferencia digital como arma de la geopolítica moderna. El aventurismo de Estados Unidos contra el régimen de Maduro demostró la creciente influencia de la tecnología sobre los planes políticos globales. Desde recursos materiales hasta operaciones encubiertas en el terreno, pasando por espionaje basado en software y datos, el mundo del espionaje ha cambiado drásticamente.
Sin embargo, el caso venezolano también resaltó un factor limitante esencial: la falta de sincronización con políticas más amplias para enmarcar las iniciativas. La claridad está ausente en las trayectorias de coordinación, donde las operaciones cibernéticas pueden ser parte de un todo evolutivo, y, aun con los dispositivos más avanzados, pueden tener menor impacto. El enfoque fragmentado hacia Venezuela estuvo indebidamente obstaculizado por estas líneas de fuerza, que derivan de la ausencia de una política más amplia y de la falta de una coalición internacional que pudiera haber ejercido presión sobre Maduro.
A nivel técnico, la operación también demostró lo difícil que era escalar operaciones digitales a nivel nacional. Es una cosa que un atacante cibernético individual vaya tras una empresa o individuo, pero es otro orden de magnitud más difícil que el mismo atacante vaya tras una infraestructura digital nacional en toda su extensión. Los recursos necesarios —ir de una decena de intrusiones en el firewall de una empresa a diez mil en toda la estructura gubernamental venezolana— implicaban enormes requisitos humanos y técnicos. Además, la intervención iluminó los peligros: tales operaciones podrían provocar un contraataque, represalias de espionaje o incluso una continua tendencia descendente en las relaciones entre EE. UU. y Venezuela.
El futuro de la política exterior impulsada por ciberataques
El potencial de intervención cibernética en la política exterior futura debería requerir consideraciones profundas en términos éticos, estratégicos y tácticos. Al utilizar nuevos medios para ejercer influencia en el extranjero, Estados Unidos apuesta por una “tecno-democracia” en la definición de la proyección de poder, pero esta puede no ser la única opción. El exembajador de Estados Unidos en Venezuela, William Brownfield, advirtió en 2018: “Los próximos ‘Colón y sus secuaces’ no se parecerán a nosotros”.
Para los países que consideren integrar herramientas digitales en sus estrategias diplomáticas y de política exterior, la situación en Venezuela es un recordatorio crucial de la importancia de la coordinación, los objetivos claros y la planificación de contingencias. Cuanto más frágil sea el régimen objetivo, más probabilidades habrá de que las operaciones cibernéticas tengan éxito. Sin embargo, las consideraciones estratégicas indican que es poco probable que las operaciones cibernéticas reemplacen los factores políticos necesarios para fomentar esferas de influencia y mantener el apoyo diplomático multinivel y el compromiso internacional durante períodos prolongados.
Lea también: Nueva tecnología revela una ciudad maya previamente perdida en México
La aplicación de tácticas digitales en el contexto geopolítico de Venezuela sigue siendo, en gran medida, un territorio inexplorado. Mientras Estados Unidos contempla expandir su influencia, la experiencia de Venezuela sirve como advertencia: si bien la tecnología puede desestabilizar sistemas establecidos, no necesariamente determina los resultados. Lograr el éxito en la era digital podría depender tanto de las capacidades tecnológicas como de la diplomacia práctica.