Supercorales de las Galápagos contraatacan… y podrían salvar un arrecife, una costa y una forma de vida

Frente a las costas volcánicas de Isabela, equipos de buzos están cosiendo a mano fragmentos de coral en viveros submarinos, apostando a que estos resistentes sobrevivientes —forjados en desastres pasados— puedan reconstruir los arrecifes que alguna vez protegieron a los peces, impulsaron el turismo y amortiguaron a las Galápagos de la creciente furia del mar.
Lo que El Niño se llevó… y lo que logró sobrevivir
Cuando el fenómeno de El Niño de 1982–1983 arrasó el Pacífico oriental, no solo disparó las lluvias a niveles históricos ni colapsó la pesca de anchoveta: destrozó la misma estructura del fondo marino de las Galápagos. En cuestión de meses, dieciséis de los diecisiete sistemas coralinos conocidos del archipiélago se blanquearon hasta convertirse en ruinas esqueléticas. Arrecifes que antes rebosaban de peces loro y morenas colapsaron en cementerios de calcio y silencio.
La devastación fue tan completa que los científicos marinos asumieron que la era de los corales en Galápagos había terminado. Solo la Isla Wolf, muy al norte, conservó un arrecife funcional… y aun así, esa última fortaleza quedó marcada por el siguiente gran El Niño, a finales de los años noventa.
Hoy todavía puede escucharse el crujido de escombros de coral blanqueado bajo la rodilla de un buzo, desde San Cristóbal hasta Fernandina. Pero, entre esos restos, algo sorprendente resistió.
“Empezamos a encontrar piezas que se negaban a morir”, contó la bióloga marina Karem Arreaga a EFE. “Fragmentos que aguantaron dos grandes olas de calor marino, cuando todo lo demás se había rendido.”
Arreaga y su equipo comenzaron a llamarlos “supercorales”. No porque parecieran salidos de una caricatura, sino porque habían soportado lo peor que el océano podía arrojarles.
Y ahora, esos mismos fragmentos son la materia prima de uno de los proyectos de restauración coralina más ambiciosos del Pacífico oriental.
De fragmentos rotos a arrecifes vivos
La idea era simple: tomar a los sobrevivientes y ayudarlos a multiplicarse.
En 2021, Arreaga y colegas de una coalición llamada Galapagos Reef Revival construyeron su primer vivero submarino en las aguas poco profundas frente a la isla Isabela. Comenzaron con unas pocas docenas de fragmentos de cinco centímetros, suspendidos de estructuras de PVC flotantes con cuerdas biodegradables.
En los dos años siguientes, el vivero se expandió hasta convertirse en una red de jardines colgantes: miles de corales jóvenes balanceándose en una corriente cálida, monitoreados con tabletas y hojas de cálculo.
“Cada coral es como un pequeño experimento de laboratorio”, explicó Arreaga, mostrando una pizarra de buceo con lecturas de temperatura y notas de crecimiento. “Algunos duplican su tamaño en ocho meses. Otros tardan más. Pero la mayoría sobrevive. Ese es el milagro.”
El color es la primera señal de progreso. Los corales de Galápagos no deslumbran como sus primos caribeños, pero sus tonos marrón moca y verde terroso indican una relación saludable con las algas simbióticas que necesitan para vivir. Pierden las algas y el coral se blanquea; las conservan y el arrecife revive.
Hasta ahora, más de 7.000 corales criados en vivero han sido replantados en el fondo marino de Isabela. No solo están sobreviviendo: están sentando las bases de algo nuevo.
Coral, comercio y el regreso del arrecife
Para las Galápagos, un arrecife sano no es solo un orgullo ambiental: es un salvavidas.
A medida que los corales se han recuperado, también lo ha hecho la biomasa de peces que dependen de ellos: peces halcón, cirujanos y juveniles de pez loro se mueven entre las ramas, mientras pequeños cangrejos y estrellas frágiles encuentran refugio en las grietas del coral.
“Los arrecifes son como condominios”, dijo Arreaga, nadando junto a un cardumen de colas amarillas. “Ofrecen espacio, sombra y alimento. Cuando la estructura regresa, el vecindario se muda de nuevo.”
Y ese vecindario importa. El esnórquel en arrecifes es uno de los mayores atractivos turísticos de las Galápagos. Sin peces, desaparecen los ingresos turísticos y, con ellos, empleos y medios de vida locales. Un estudio de 2024 de Galapagos Conservancy también mostró que los arrecifes de coral saludables amortiguan el impacto de las marejadas. Esta defensa natural se vuelve más valiosa cada año a medida que sube el nivel del mar y los patrones climáticos se vuelven más extremos.
Si los arrecifes vuelven a morir, localidades como Puerto Villamil enfrentan mayor riesgo ante tsunamis y huracanes. Si viven, protegen la costa… y la economía.
“Los corales no son solo paisaje”, enfatizó Arreaga. “Son infraestructura.”

Una coalición que crece para defender el futuro
Lo que hace destacar el esfuerzo de restauración en Galápagos no es solo su ciencia, sino la coalición que lo respalda.
Junto al equipo de Arreaga de la Fundación Charles Darwin, el proyecto une al grupo conservacionista estadounidense Re:wild, guardaparques ecuatorianos e incluso a la Fundación Jocotoco, más conocida por su trabajo de conservación de aves en las tierras altas.
Juntos, han creado el primer mapa de alta resolución del coral del sur de Isabela: un mosaico de datos de especies, umbrales de blanqueo y arquitectura de arrecifes que ahora alimenta modelos predictivos con inteligencia artificial para detectar cuándo podría llegar la próxima ola de calor marina.
Es un salto adelante en el monitoreo oceánico y una plataforma para innovaciones más profundas. Investigadores están probando cepas de algas probióticas que podrían aumentar la resiliencia del coral, ayudándolo a retener a sus socios algales incluso cuando el agua se calienta.
“Es como entrenar a los corales para un mundo más caliente”, dijo Arreaga.
¿El próximo gran paso? Viveros más profundos. Menos luz, agua más fresca… y la posibilidad de desarrollarse fuera del alcance de los picos de calor que devastaron las zonas someras en décadas pasadas.
En la cubierta de una lancha que se mece en la Bahía Cartago, el sol se oculta tras una cresta de nubes y el agua se vuelve cristalina. Cerca, marcos cargados con esquejes de coral esperan ser plantados. Arreaga toma notas de campo, revisa los horarios de buceo y lanza una última mirada al mar.
“Estamos a tiempo de coral”, dijo, con voz cansada pero esperanzada. “No veremos los resultados completos durante años. Pero el arrecife recuerda cómo crecer. Solo lo estamos ayudando a recordar más rápido.”
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Los supercorales de Galápagos no son llamativos. No brillan con neón ni deslumbran a los turistas. Pero poseen algo más raro: la fuerza genética para sobrevivir a la catástrofe… y quizá, solo quizá, reescribir la historia del coral en un mundo que se calienta.
—Todas las entrevistas y citas de este artículo fueron proporcionadas a EFE.