México corre el riesgo de repetir el error de Avándaro al silenciar a los músicos en lugar de escucharlos

Medio siglo después de que Avándaro fuera vilipendiado como una amenaza moral, México vuelve a convertir la música en chivo expiatorio. Las pequeñas pero significativas protestas de la semana pasada por parte de artistas y trabajadores de foros apenas se registraron —su silencio desde el poder importa— porque la libertad cultural es el amplificador de la democracia.
El eco de Avándaro frente al silencio presente
Cincuenta y cuatro años después de que el “Woodstock mexicano” reuniera a cientos de miles de jóvenes en campos embarrados, el país vuelve a debatir lo mismo: ¿es la música una amenaza o un espejo? El estreno de la película Autos, mota y rock ’n’ roll de José Manuel Cravioto —un falso documental que revisita Avándaro— debería haber provocado reflexión. En cambio, las modestas manifestaciones que acompañaron las proyecciones, con pancartas advirtiendo contra el uso de canciones como chivo expiatorio, apenas lograron abrirse paso entre el ruido político de la semana.
Eso es un error. El legado de Avándaro no es nostalgia, sino advertencia. El festival nació como un ingenuo evento de deportes y música, recordó Cravioto a EFE: dos amigos organizando un concierto, no una revolución. La histeria se fabricó después, cuando las autoridades difamaron a la multitud como degenerada para enterrar las heridas de Tlatelolco y el Halconazo.
Cravioto dijo a EFE que quiso mostrar el “lado B” de la reunión contracultural más crucial de México: sus contradicciones, su humanidad, su advertencia sobre la criminalización de la cultura. Cita el festival como “el último gran acto de rebeldía juvenil”, una frase que resuena con amargura en un país que vuelve a coquetear con nuevos tabúes.
Culpando a las canciones mientras los problemas siguen sin resolverse
“En lugar de culpar a la corrupción en México, en lugar de admitir que no hay un verdadero plan de seguridad y que prácticamente estamos en guerra con tantos muertos, es muy fácil culpar a la música”, dijo Cravioto sin rodeos a EFE.
Antes se demonizaba al rock; hoy son los corridos tumbados. Los géneros cambian, el chivo expiatorio no. La ecuación es simple: puedes censurar un verso, pero no puedes censurar la tasa de homicidios. Puedes cerrar un escenario, pero no puedes eliminar la impunidad o la pobreza que lo alimenta.
Cravioto añadió un recordatorio incisivo: “La mota sigue sin ser legal”. El vacío de política mantiene criminalizada la marihuana, sin reducir la violencia, otro eco de los titulares de Avándaro. En lugar de una seria reforma de drogas, espacios juveniles o inversión en salud mental, los funcionarios siguen optando por el atajo: tachar géneros enteros como “apología de la violencia”.
Los manifestantes de la semana pasada —escritores, trabajadores de foros, productores independientes— no defendían cada letra. Defendían el principio de que el discurso debe ser criticado, no criminalizado. Responderles con silencio es aceptar que el pánico moral, y no la evidencia, volverá a guiar la política.
Militarizar los escenarios es un fracaso de política
El reflejo no es solo retórico; es operativo. Cravioto señaló la acción policial del 30 de mayo que desalojó un concierto en Ciudad de México del músico vasco Fermín Muguruza, calificándola de prueba de que los conciertos “siguen siendo perpetrados por lo militar”. Dijo a EFE que era la misma lógica que cerró foros independientes como Multiforo Alicia: mandar uniformados donde debería haber diálogo, y luego declarar victoria.
Militarizar la cultura es contraproducente. Empuja los conciertos a la clandestinidad, borra empleos que pagan impuestos y enseña a los artistas que la seguridad está en la timidez. Genera el mismo resentimiento que las autoridades dicen temer. Y se aplica de manera selectiva: los estadios respaldados por patrocinadores corporativos pasan sin problema, mientras los foros independientes se asfixian en burocracia.
Por eso importaron las pequeñas asambleas de la semana pasada. Su demanda era simple: reglas, no redadas; barandales, no mordazas; seguridad pública basada en políticas, no en espectáculos.

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Escuchar ahora o perder más que música
Ignorar esas demandas cuesta más que algunos conciertos. La libertad cultural es un barómetro de si una democracia confía en sí misma. La lección de Avándaro, replanteada en Autos, mota y rock ’n’ roll, es que la forma más fácil de eludir la rendición de cuentas es culpar a un riff. La película, filmada en 16 mm y Súper 8, entretejida con imágenes de Graciela Iturbide, es en sí misma un acto de servicio cívico.
Así que escuchemos. Descriminalicemos a los chivos expiatorios, empezando con un enfoque serio y regulado sobre la cannabis. Dejemos de criminalizar géneros como si fueran estéticas del crimen. Sustituyamos los montajes de seguridad por gestión profesional y civil de multitudes. Invirtamos en foros comunitarios, permisos transparentes y circuitos culturales que traten a un escenario independiente con el mismo respeto que a una arena. Enseñemos esta historia en las escuelas, para que cuando los artistas se movilicen en defensa de sus escenarios, los funcionarios lo reconozcan como participación democrática, no como subversión.
Las protestas de la semana pasada no llenaron avenidas; llenaron un vacío cívico. En una semana marcada por la memoria —el aniversario de Avándaro— y una película que insiste en la matización, la respuesta responsable habría sido contestar con política, no con silencio.
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México lo sabe. Sus archivos y las entrevistas preservadas por EFE nos recuerdan: el problema nunca fue la canción. El problema es la negativa a escuchar.