DEPORTES

La pasión mexicana choca con el muro migratorio de EE. UU. rumbo al Mundial 2026

Lo que debía ser otra noche estruendosa de verde, blanco y rojo en el SoFi Stadium se convirtió en una vigilia inquieta para la comunidad latina del sur de California: prueba de que las redadas migratorias en Estados Unidos persiguen al fútbol mexicano con tanta persistencia como cualquier defensor rival.

Un saque inicial sin coro

Los metales que usualmente retumban bajo el techo translúcido del SoFi nunca sonaron. Pancho Villa’s Army, la banda itinerante que convierte cada partido en una fiesta rodante, guardó las trompetas y canceló el tailgate que ha reunido a miles desde la Copa Oro de 2011. “Esta noche, la alegría no tiene lugar”, declaró su líder, El Coronel, en entrevista con el Los Angeles Times. Adentro, el sistema de sonido anunció una asistencia de 54.309 personas, aunque una grada completa permaneció en sombras.

A solo ocho millas de distancia, Humvees de la Guardia Nacional se mantenían al ralentí en las rampas de la autopista mientras manifestantes coreaban contra las redadas federales que llevan más de una semana sacudiendo Boyle Heights y East L.A. Expertos del Instituto de Políticas y Política Latina de UCLA estiman que 1.7 millones de residentes del condado carecen de estatus legal; muchos habían comprado sus boletos con meses de antelación. Pero ese sábado, los abuelos que solían llevar a sus nietos a sentir el temblor del estadio se quedaron en casa, con las cortinas cerradas y los celulares en silencio, por si la próxima vibración anunciaba un golpe de ICE en la puerta.

Incluso quienes asistieron no pudieron escapar al ambiente. Diez minutos antes del saque inicial, un helicóptero de la Patrulla Fronteriza que vigilaba manifestaciones en el centro sobrevoló Inglewood a baja altura, con su reflector rozando la piel del SoFi. El estruendo opacó los últimos compases del himno nacional y provocó abucheos dispersos—no tanto contra la máquina como contra el clima que hacía del fútbol un acto de intrusión.

Los estadios como nuevos puntos de control

Abogados comunitarios llevan años rastreando el avance de las detenciones migratorias hacia espacios de ocio, y los partidos ofrecen un entorno denso de posibles blancos. Un informe del Migration Policy Institute de 2024 enumeró 37 detenciones en las inmediaciones de estadios desde 2019, la mayoría en filas de ingreso o estacionamientos. La tecnología afila la lanza: cámaras lectoras de placas vehiculares alimentan en tiempo real la base de datos FALCON de ICE, identificando autos vinculados a órdenes de deportación.

El miércoles pasado, el Departamento de Seguridad Nacional prometió “recursos federales robustos” para asegurar las sedes del Mundial de Clubes FIFA de este verano. Horas después, organizaciones pro-migrantes temían que la frase fuera una luz verde para ICE. Aunque la seguridad oficial del SoFi dependía de personal privado y alguaciles del condado, los rumores de agentes encubiertos en los estacionamientos corrieron como pólvora. Carmen García, de El Monte, casi pierde los $350 que pagó por su asiento VIP. “Dejé la Chevy vieja de mi papá en casa”, dijo a EFE. “Pedí un Lyft y recé para que el conductor no escaneara placas”.

Su ansiedad se volvió contagiosa. Los pasillos del tailgate, que normalmente huelen a carne asada, olían a nada más sustancial que gel antibacterial. Vendedores de banderas gigantes reportaron ventas a la mitad de lo habitual; muchos sospechaban que los clientes temían ondear colores vivos que pudieran atraer atención. Dentro del estadio, grupos dispersos cantaban “Cielito Lindo”, pero el coro carecía de eco, como si el estadio mismo hubiese desarrollado un tartamudeo.

El grito apagado de El Tri y la economía del silencio

La Federación Mexicana de Fútbol (FMF) genera aproximadamente un tercio de sus ingresos anuales al norte de la frontera. El grupo Deloitte calculó que la gira previa a Qatar por sí sola recaudó US$31 millones. Sin embargo, ante el frío que rodea a su mercado más rentable, los directivos optaron por el silencio. Memorandos de prensa prohibieron preguntas sobre migración durante la semana del partido.

Tras un apretado 3-2 sellado con un cabezazo agónico de César Montes, el entrenador Javier Aguirre—hijo de refugiados españoles—apenas se atrevió a decir que jugar bien era “el mejor mensaje” para sus compatriotas angustiados. El columnista Gustavo Arellano acusó a El Tri de esconderse detrás del marcador, recordando lo rápido que las franquicias deportivas aceptan los dólares latinos y lo lento que reconocen su dolor. Para los organizadores comunitarios del este de Los Ángeles, el silencio fue un corte profundo; el fútbol, decían, había servido durante décadas como armadura cultural frente a las humillaciones de las fábricas y las aulas de “solo inglés”. Esa noche, la armadura parecía perforada.

Mundial 2026: ¿carnaval o escalofrío?

El sábado también sirvió como ensayo para el Mundial de 2026, cuando Los Ángeles, Houston y otras diez ciudades estadounidenses recibirán al planeta. Economistas prevén cinco millones de visitantes extranjeros; defensores de derechos humanos anticipan una temporada de terror para los hinchas indocumentados ya presentes. Desde 2017, equipos “manada de lobos” de ICE han probado escáneres de huellas móviles en ferias y conciertos. Investigadores del Centro de Privacidad y Tecnología de la Facultad de Derecho de Georgetown advierten que combinar esos dispositivos con cámaras de reconocimiento facial en estadios modernos permitiría verificaciones migratorias instantáneas.

Los promotores municipales prometen festivales llenos de cerveza artesanal y cumbia. Abuelas de Pico-Union temen que sus nietos tengan que ver a Messi desde el sofá, no sea que una celebración termine en separación familiar. Si el silencio del sábado fue una muestra, el Mundial podría llegar con gradas semivacías, privadas de las voces que transforman un estadio en caldera.

Un gol, muchas sombras

El silbatazo final desató un murmullo cortés, no el habitual rugido entre lluvias de cerveza. Los aficionados salieron bajo reflectores de la policía. El exdefensor del LA Galaxy, Julián Araujo—hoy en el Bournemouth—observaba desde un palco y negó con la cabeza: “Esta ciudad me enseñó que el fútbol es fiesta. Esta noche pareció un velorio”. En las aceras, vendedores ambulantes plegaban mesas de churros sin vender.

De regreso en East L.A., helicópteros seguían orbitando perezosamente sobre las marchas. En casas donde los lectores de placas no llegan, los televisores repetían el gol de Montes—prueba, al menos, de que El Tri cumplió su parte del trato. Si los hinchas pueden cumplir la suya dependerá menos del VAR que de políticas escritas muy lejos del área chica.

Las camisetas verdes cuelgan en los armarios, con aroma a incienso de novenas interrumpidas. Niños que aprendieron su primer canto en español—“¡Sí se puede!”—susurran ahora otras preguntas: “¿Vendrá mañana la migra?” Si la respuesta sigue siendo sí, la afición más apasionada del deporte en EE. UU. podría quedarse en casa en 2026, con sus pasaportes del corazón revocados por una frontera que cruzaron hace mucho—y por un silencio que retumbó más fuerte que cualquier trompeta.

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Créditos: Reporte del Los Angeles Times, entrevistas de EFE, datos del Instituto de Políticas y Política Latina de UCLA, Migration Policy Institute, Centro de Privacidad y Tecnología de Georgetown Law, y Deloitte Sports Business Group.

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