Prodigio ecuestre peruana convierte las orejeras para caballos en salvavidas para mujeres andinas

A los diecisiete años, Eva Paliouras vive entre dos mundos: las pistas ecuestres de Florida y las aldeas de la sierra peruana. Persigue su debut en los Juegos Bolivarianos mientras dirige un emprendimiento que brinda trabajo, dignidad e independencia a mujeres andinas—una puntada, una orejera a la vez.
Una montura, una puntada y una promesa
Cuando Eva Paliouras describe la victoria, no habla de podios ni de medallas. Habla de manos—morenas, encallecidas, que se mueven con ritmo, transformando lana en silencio. Para la adolescente peruana que pronto podría ser la amazona más joven en montar en los Juegos Bolivarianos, el triunfo comienza en las montañas, donde mujeres tejen a crochet las delicadas orejeras que mantienen tranquilos a los caballos de competencia.
Su proyecto, Bonnets of Hope (Orejera de Esperanza), nació para dar a esas mujeres más que ingresos. “Queremos que tengan algo propio y un propósito en la vida”, dijo a EFE. Contrata a mujeres que a menudo son analfabetas o viven en pobreza y maltrato, para confeccionar cubreorejas que se venden a jinetes en Norteamérica y Europa.
La joven saltadora nació en Lima, pero creció entre las complejas contradicciones de la sociedad peruana. Desde pequeña vio cómo “el machismo está cien por ciento presente” en las zonas rurales, donde a menudo se niega a las niñas la educación. “Deben quedarse en casa, tener hijos y cuidarlos”, contó a EFE. “Les cortan las alas—y eso me rompe el corazón”. Cada pedido, cada pago, es su respuesta a esa injusticia: una manera de que esas mujeres salgan del silencio hacia la dignidad.
De una caída al prototipo
La idea surgió del dolor. A los trece años, una caída le fracturó la pelvis. Postrada en cama, pidió a su abuela—guardiana del arte familiar—que le enseñara el crochet tradicional. Juntas probaron patrones hasta crear una orejera que encajara perfectamente bajo la brida y amortiguara el ruido de multitudes y truenos.
El escepticismo fue inmediato. Las mujeres que conocía en Carhuaz, entre la Cordillera Blanca y la Cordillera Negra, estaban acostumbradas a tejer suéteres y bufandas. Orejeras para caballos sonaba absurdo. “Nunca habían visto una”, contó Paliouras riendo. “Cuando expliqué la idea—gorritos para caballos—se morían de risa”.
Pero los primeros pedidos se enviaron, y la risa se convirtió en trabajo constante. Las mujeres aprendieron puntadas con estándares de competencia; Eva aprendió a gestionar una cadena de suministro que paga justamente y respeta tiempos. “Nuestro proyecto les da un ingreso”, dijo a EFE, “y la posibilidad de salir de situaciones dañinas”.
Lo que comenzó como terapia de recuperación se convirtió en un puente: el conocimiento de una adolescente sobre un deporte de nicho transformado en sustento para hogares andinos.
Montar por Perú, con raíces en los Andes
En su calendario, una fecha brilla en rojo. Del 22 de noviembre al 7 de diciembre, Lima será sede de los Juegos Bolivarianos. Paliouras ha sido preseleccionada para el equipo peruano. Si es elegida en septiembre, será la competidora más joven en la historia del evento—y lo hará en casa.
“Se me eriza la piel solo de pensarlo”, contó a EFE. “No sería solo representar a mi país, sería hacerlo en mi casa, con mis amigos y mi familia apoyándome”.
Cuenta con el respaldo del olímpico Alonso Valdez, único peruano en competir en los Juegos, quien ha apoyado públicamente tanto su proyecto como su carrera. Para Eva, ese aval valida años de entrenamiento incansable. Comenzó a montar a los siete años, alentada por una abuela que desafió la alergia a los caballos de su padre. Lo que empezó con pósters de My Little Pony pronto se convirtió en vocación.
Durante la pandemia, su familia se mudó a Miami, luego a Wellington—“Disney World para las chicas de caballos”, como lo llama ella—donde las vans para caballos superan en número a las camionetas por meses enteros. Hoy, sus días oscilan entre la escuela, largas horas en la pista, viajes a competencias y la gestión nocturna de Bonnets of Hope. La logística es dura, pero el horizonte está claro: integrar el equipo peruano, competir en Lima y luego apuntar a los Olímpicos, en un deporte donde los atletas alcanzan su auge mucho después de la adolescencia.

Dos mundos, un propósito
Pese a su dirección en Florida, Paliouras insiste en que pertenece a dos mundos. Uno es pulido y exclusivo: el circuito ecuestre internacional. “Es una burbuja, muy elitista”, dijo a EFE. “Es fácil olvidar cómo es el mundo exterior”. El otro son los Andes, donde el trabajo femenino ha sido ignorado y poco valorado durante siglos. Siempre regresa a Carhuaz cuando puede, para mantener los pies en la tierra.
“Te ayuda a no perder la noción de lo que es la vida real”, explicó. “Te muestra cuán afortunada eres y cuánto debes apreciar la vida que tienes”. De esas mujeres ha aprendido perseverancia, colaboración y humildad—virtudes que viajan tan fácilmente a la pista como al telar.
Su mirada también se agudiza cuando observa los marcadores en EE.UU. “En muchas competencias, soy la única sudamericana en mi categoría”, dijo. “Hay gente que no sabe cómo reaccionar cuando, en la lista de resultados, la única bandera distinta está encima de la suya”. Ella se encoge de hombros. “No todo tiene que ver con de dónde eres, de dónde vienes o qué idioma hablas. Quien más determinación tenga y más dispuesto esté a trabajar, lo puede lograr”.
Si septiembre le da luz verde, competirá bajo la bandera roja y blanca del Perú. Y para ella, ya habrá ganado dos veces. Cada vez que un caballo mueve las orejas bajo una orejera tejida a mano, manteniéndose sereno bajo reflectores y aplausos, una artesana andina anota otro pedido, otro día de independencia. Para una adolescente que equilibra dos mundos, ese ciclo—de la montura al telar y de regreso—es prueba de que el deporte puede servir a algo más grande que las medallas. Puede entrelazar vidas.