ECONOMÍA

El Gigante Dormido de Brasil: Serra Pelada Vuelve a Agitarse con el Regreso de la Fiebre del Oro

La mina de oro a cielo abierto más infame de Brasil, Serra Pelada, vuelve a despertar entre sueños de fortuna y advertencias de ruina. Garimpeiros envejecidos, cooperativas enfrentadas y especuladores inquietos están poniendo a prueba los límites de Pará, justo a pocos meses de que la COP30 ponga bajo los reflectores globales la gestión ambiental de Brasil en la Amazonía.

El Cráter que se Niega a Dormir

Desde el aire, Serra Pelada parece una herida mal cicatrizada: un enorme cráter, ahora lleno de un agua verde y opaca que brilla bajo el sol de Pará. La superficie parece tranquila. No lo está. Bajo esa calma, la obsesión sigue latiendo.

“Estamos a tres metros del oro”, insiste Chico Osório, con la mirada fija en la boca de un pozo clandestino que él y un puñado de hombres han cavado cerca del antiguo cráter. Tiene sesenta y dos años y se apoya en una muleta. Las décadas lo han doblado, pero no lo han roto. Aún se descuelga por un cable raído y una silla improvisada para “ver cómo va el avance”, como le contó a EFE.

Osório es uno de los últimos testigos de la fiebre del oro más frenética del país. Llegó en 1982, uno de los 80.000 soñadores que convirtieron aquella colina en una escultura viviente de desesperación: miles de cuerpos trepando y arañando la tierra en busca del destello amarillo que significaba salvación o muerte. Recuerda cargar sacos de cincuenta kilos por la escalera del “Adiós, mamita”, una subida tan empinada que muchos morían antes de alcanzar el borde. Asegura haber ayudado a extraer casi 700 kilos de oro.

El gobierno cerró la mina en 1992, alegando baja rentabilidad y riesgo extremo. La fortuna de Osório se esfumó cuando quebró su banco. Los aviones que había comprado hace tiempo desaparecieron. Lo único que queda es el anhelo de una segunda oportunidad, la fe en que un último descenso pueda redimirlo todo. “Lo más difícil es llegar al oro; después de eso, no faltará dinero ni buen equipo”, dice, con una voz que mezcla orgullo y plegaria.

Desde lejos, el pozo parece dormido. De cerca, se siente como un corazón que se niega a dejar de latir.

Una Cooperativa en Guerra Consigo Misma

La vida después de la mina es una mezcla de nostalgia y caos. El pueblo que rodea el cráter no está abandonado; está suspendido, como un purgatorio donde todos esperan que algo vuelva a empezar. Frente a la sede de la cooperativa, viejos mineros juegan dominó bajo toldos descoloridos mientras abogados y rivales discuten quién manda realmente.

Deuzita Rodrigues, elegida presidenta de la cooperativa a comienzos de este año, fue destituida casi de inmediato por sus opositores internos. Peleó en los tribunales y en agosto un juez la restituyó en el cargo. Cada victoria legal, sin embargo, se siente vacía cuando la credibilidad de la cooperativa está hecha trizas. Años de acusaciones de corrupción, interferencias políticas y promesas rotas han dejado una deuda laboral de 10 millones de dólares y permisos ambientales congelados.

Rodrigues dijo a EFE que aún espera reactivar la operación mediante una alianza con una empresa privada dispuesta a explotar las 100 hectáreas que quedan bajo control de la cooperativa. Asegura que cumplirá con la legislación ambiental. Pero admite que el verdadero obstáculo no es legal, sino moral. “Ningún juez puede devolver la confianza”, afirmó.

Serra Pelada no puede entrar en la modernidad con los mismos hábitos que la destruyeron. Las deudas, los acuerdos en la sombra, la nostalgia del desorden: esos son sus verdaderos venenos. Sin transparencia ni rendición de cuentas, la promesa de renacimiento no es más que otro espejismo.

La ironía duele: la cooperativa nació para salvar a los mineros de la explotación, creando un futuro colectivo. Pero acabó convertida en un campo de batalla judicial, una lección amarga de que la democracia sin disciplina es tan frágil como el barro que una vez se desmoronó bajo sus pies.

Pozos Ilegales, Mercurio Líquido

Mientras la cooperativa se desangra en disputas, los impacientes actúan por su cuenta. Viejos mineros, algunos acompañados por sus nietos, están reabriendo pozos clandestinos en la selva alrededor del antiguo yacimiento. Las herramientas son rudimentarias: palas, linternas, poleas y planchas impregnadas de mercurio.

El mercurio une las partículas de oro del barro: un truco sencillo con consecuencias catastróficas. Osório mostró con orgullo una plancha plateada con diminutos destellos amarillos. “¿Ves esos puntitos brillantes? Eso es oro”, dijo a EFE.

Lo que no dijo es que el mercurio nunca desaparece. Se hunde en la tierra, se filtra en los ríos, envenena los peces y se acumula en los cuerpos de quienes los comen. Es una violencia lenta e invisible que se disfraza de prosperidad hasta que la enfermedad aparece.

De vez en cuando, la policía desmantela campamentos ilegales, pero es un juego del gato y el ratón. Mientras haya compradores, habrá excavadores. Un comerciante local admitió a EFE que aún compra unos 200 gramos de oro por semana, sin hacer preguntas.

Ese pequeño comercio revela una contradicción mayor que atormenta a Pará. El estado se promociona como futuro anfitrión de la COP30, la cumbre climática que pretende mostrar la transformación verde de Brasil. Pero más allá de los límites urbanos, persisten los viejos hábitos: garimpos, dragas sin licencia, el brillo del mercurio en los arroyos. La economía de Pará sigue dependiendo de la misma extracción que dice estar superando.

Para presentarse ante el mundo en Belém el próximo año y proclamar una nueva era ambiental, Brasil deberá primero enfrentarse a los fantasmas de su propio patio trasero.

EFE/ Isaac Fontana

Lo Que Significa la Responsabilidad en Pará

Puede que aún haya oro bajo Serra Pelada. Eso no significa que reabrir la mina sea destino —ni sensatez. La diferencia entre repetir la historia y sanar la historia depende de cómo actúen ahora el Estado y los mineros.

Primero, la cooperativa debe hacer lo que siempre evitó: limpiar sus cuentas. Pagar las deudas. Publicar balances. Mostrar a los trabajadores y al mundo en qué se gasta cada real. Sin transparencia, ningún inversor legítimo se acercará, y ningún regulador dará su aval.

Segundo, toda operación autorizada debe comprometerse desde el primer día a un procesamiento sin mercurio. La tecnología existe —circuitos gravimétricos, cianuración de circuito cerrado y nuevos reactivos no tóxicos permiten recuperar oro de forma segura. Lo que falta es voluntad política.

Tercero, una parte de cada gramo extraído debe financiar la restauración: reforestación de tierras degradadas, tratamiento de agua y monitoreo sanitario de las comunidades cercanas. Los mismos mineros que antes cavaban pozos podrían ahora ser pagados por plantar árboles. La redención puede ser trabajo literal.

Por último, el Estado debe trazar una línea moral clara. El garimpo ilegal no es una gesta romántica; es vandalismo ambiental. El gobierno de Pará tiene que combinar una tramitación ágil y justa para cooperativas legales con una represión implacable contra las clandestinas. La ley debe ser una puerta, no un torniquete.

Esto no se trata de borrar el pasado de los mineros, sino de darles un futuro que no envenene a sus hijos. La fiebre del oro hizo famosa a Serra Pelada, pero también la volvió frágil. Si se escribe otro capítulo, debe sonar distinto: sin planchas de mercurio brillando en la oscuridad, sin eternas partidas de dominó mientras los líderes se pelean, sin excusas disfrazadas de nostalgia.

Cuando se inaugure la COP30, el mundo preguntará si la Amazonía brasileña puede ser a la vez motor y guardiana —productiva sin ser depredadora. Serra Pelada es la prueba con nombre propio que aún hace estremecer a los brasileños.

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Osório jura que está a tres metros del oro. Tal vez lo esté. Pero Brasil, al borde de sus propias contradicciones, está a tres pasos de una decisión más grande: demostrar que la era del garimpo temerario terminó… o admitir que el pozo que se niega a dormir también se niega a aprender.

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