La fiebre del oro en Ecuador trae ganancias, peligro y vínculos violentos inquietantes

Una emboscada trágica en la región amazónica de Ecuador dejó once soldados y un presunto insurgente muertos, resaltando el letal nexo entre la minería ilegal de oro y el crimen organizado. A medida que aumenta la inseguridad, se intensifican los llamados a reformas económicas urgentes y a una aplicación más firme de la ley.
Un choque mortal en la Amazonía
El conflicto reciente se desató en la zona de Alto Punino, en la confluencia de las provincias de Napo y Orellana, en el norte del país. En los últimos años, ha aumentado el número de sitios de extracción ilegal de oro. Estos campamentos atraen tanto a personas comunes como a organizaciones criminales, que buscan dinero rápido impulsados por el alza en los precios del oro.
Lo que comenzó como una operación rutinaria contra mineros sin licencia se convirtió rápidamente en una masacre, cuando un equipo de 80 soldados ecuatorianos llegó en helicóptero para desmantelar las actividades ilícitas. Una escuadra de cuatro soldados fue emboscada brutalmente con granadas, explosivos y rifles de asalto. Once militares murieron, uno resultó herido, y también falleció un integrante del grupo armado no identificado.
Las autoridades militares culparon del ataque a los Comandos de la Frontera, un grupo disidente vinculado a las extintas FARC de Colombia. Sin embargo, poco después de la emboscada, medios colombianos difundieron un mensaje atribuido a dicho grupo en el que negaban su participación y señalaban a bandas ecuatorianas como Los Choneros, Los Lobos o Los Tiguerones. Aunque la autenticidad de esa declaración sigue sin verificarse, las autoridades ecuatorianas mantienen su acusación contra los Comandos de la Frontera.
El presidente de Ecuador, Daniel Noboa, declaró tres días de duelo nacional por el ataque. Calificó a los soldados muertos como héroes nacionales y prometió que los responsables serían encontrados y eliminados. El ejército comparte su postura y ha jurado llevar a los atacantes ante la justicia. El ministro de Defensa de Colombia también condenó el “brutal ataque” y reiteró su preocupación por la relación entre los grupos armados y el crimen transnacional en la porosa frontera binacional.
No es el primer incidente de este tipo en Alto Punino. Un enfrentamiento armado similar a principios de 2022 dejó un colombiano muerto y otros dos capturados. Con la declaración de “conflicto armado interno” en Ecuador en 2024 para enfrentar la criminalidad desbordada, la línea entre la lucha contra los carteles, guerrillas disidentes y bandas locales es cada vez más difusa.
El atractivo de las riquezas ilícitas
Para muchos en la Amazonía ecuatoriana, la minería ilegal se ha convertido en una fuente de ingresos tan atractiva como peligrosa. El aumento del precio internacional del oro ha transformado remotos puntos selváticos en campamentos clandestinos de extracción, donde hombres, mujeres y a veces familias enteras trabajan en condiciones extremas, lavando oro en ríos y excavando el suelo en busca de fortuna.
Pero el costo humano y ambiental es inmenso. Un reciente informe del Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP) estima que casi 1.500 hectáreas de selva virgen en la cuenca del río Punino han sido destruidas por la minería ilegal desde 2019. Los campamentos improvisados suelen utilizar mercurio para separar el oro del sedimento, contaminando ríos que sostienen tanto a comunidades indígenas como a la biodiversidad regional.
La economía informal del oro se ha entrelazado con las redes del narcotráfico. Grupos que trafican cocaína han visto una oportunidad para diversificar sus ingresos, aprovechando su logística y brutalidad. Bandas armadas exigen pagos a los mineros a cambio de “seguridad” o directamente controlan minas completas, utilizando la violencia como método de dominio. En algunos casos, incluso proporcionan la maquinaria pesada necesaria para la minería a gran escala, como excavadoras, bombas y barcazas motorizadas.
Más allá de la devastación ambiental, los costos sociales también son graves. Trabajadores desesperados, seducidos por promesas de dinero rápido, caen en condiciones laborales abusivas, extorsión o trabajo forzado. Comunidades que antes vivían de la pesca o la agricultura de subsistencia ven sus ríos contaminados, sus bosques destruidos y su seguridad quebrada por grupos armados itinerantes.
La rentabilidad de la minería ilegal también se sostiene gracias a la facilidad con la que se lava el oro en los mercados internacionales. A diferencia de las drogas, el oro se transporta y vende fácilmente: basta con fundirlo y presentarlo con documentación mínima. Una vez dentro de la cadena global de suministro, es casi imposible rastrear su origen. Esta situación ha llevado a activistas y gobiernos a exigir normas más estrictas para su trazabilidad y procedimientos rigurosos de certificación.
Una lucha regional por soluciones
La masacre de Alto Punino ha reavivado el debate sobre cómo abordar la minería ilegal en Ecuador, así como la relación entre crimen organizado y pobreza estructural. Los funcionarios públicos oscilan entre medidas represivas —como el envío de tropas a campamentos remotos— y propuestas para ofrecer medios de vida legales a comunidades que ahora dependen de la minería subterránea. El gobierno de Noboa enmarca la crisis dentro de una guerra más amplia contra el crimen organizado, que ha elevado las tasas de homicidios a niveles récord en América Latina.
Aplicar la ley en regiones amazónicas remotas es sumamente difícil. La infraestructura es escasa y las fuerzas de seguridad no logran mantener una presencia sostenida. Los grupos armados cambian constantemente de ubicación para evitar operativos. Algunos observadores advierten que las acciones militares pueden empujar a los criminales más adentro de la selva, donde desarrollan mejores métodos para evadir a las autoridades.
Los países vecinos enfrentan retos similares. En Perú, las autoridades declararon recientemente un toque de queda y desplegaron tropas en Pataz, donde 13 trabajadores mineros fueron secuestrados y asesinados. Este patrón se repite en los Andes y la Amazonía: cuando una fuente ilícita de ingresos está bajo presión, las redes criminales migran hacia otra, ya sea drogas, extorsión o extracción ilegal de recursos.
Por eso, activistas ambientales insisten en que se necesita una estrategia coordinada y transnacional. Las fronteras porosas entre Ecuador, Colombia y Perú permiten a los grupos armados aprovechar las diferencias legales y los vacíos de gobernabilidad. Algunos proponen un pacto regional que fortalezca el intercambio de inteligencia, corte las cadenas de suministro del mercado negro y ofrezca alternativas económicas a las comunidades pobres. Otros abogan por regulaciones internacionales más estrictas para el comercio de oro, similares a las que existen para los “minerales de conflicto” en África.
Mientras los gobiernos se ocupan de las urgencias de seguridad, muchos expertos subrayan la necesidad de reformas estructurales en las economías de las regiones vulnerables. Invertir en educación, salud y programas laborales sostenibles puede ofrecer esperanza y reducir el incentivo de arriesgar la vida en minas ilegales. Apoyar a cooperativas de minería responsable y a pequeña escala puede formalizar operaciones y limitar la influencia de los grupos violentos.
Un camino incierto
Sin embargo, el camino hacia una solución está lleno de obstáculos. En Alto Punino, las familias que perdieron a sus seres queridos —tanto soldados como mineros— siguen enfrentando las duras secuelas de la tragedia. Las versiones encontradas sobre quién organizó la emboscada dificultan una justicia rápida. Mientras tanto, la selva amazónica, hogar de una biodiversidad extraordinaria y de culturas indígenas ancestrales, sigue amenazada por la explotación del oro.
Ecuador enfrenta una encrucijada: debe sopesar el atractivo destructivo del oro ilegal frente a la necesidad de proteger a su gente, su tierra y su soberanía. La capacidad de la región para enfrentar las causas profundas de esta crisis —la pobreza, la criminalidad lucrativa y la debilidad del Estado— determinará si la violencia se perpetúa o si es posible construir un futuro más sostenible desde las entrañas de la Amazonía.
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La tragedia en Alto Punino podría ser una advertencia contundente. El oro sigue teniendo un atractivo global. Detener la minería ilegal requiere una expansión coordinada de esfuerzos que combine aplicación de la ley, reformas políticas y oportunidades económicas. Sin una acción colectiva, la Amazonía seguirá siendo rentable, pero peligrosa: un lugar donde las personas mueren y se pierden fragmentos vitales del ambiente en la búsqueda de riquezas ocultas.