La nueva frontera del dólar de Cuba redefine las realidades económicas del país
Un solo supermercado en La Habana, abierto desde diciembre y que solo acepta dólares estadounidenses en efectivo o tarjetas internacionales específicas, ha encendido el debate en toda Cuba. Sus estantes están llenos y su música es alta, pero simboliza fisuras económicas y sociales más profundas.
Un supermercado para billetes verdes
Cuando los clientes entran al supermercado más nuevo de La Habana—convenientemente ubicado junto a un hotel de cinco estrellas—se encuentran con una escena inusual: luces brillantes, música alegre y estantes totalmente abastecidos. La fila de carritos suele ser larga, y lo que cada comprador lleva puede variar desde un panettone de navidad hasta una bolsa congelada de coliflor. Sin embargo, la mayor sorpresa llega en la caja: solo se aceptan dólares estadounidenses en efectivo o tarjetas de crédito internacionales específicas. Quien espere pagar con euros, tarjetas Visa vinculadas a bancos nacionales o incluso con las tarjetas MLC (Moneda Libremente Convertible) de la isla, deberá buscar otro lugar.
El día comienza con la inolvidable “La vida es un carnaval” de Celia Cruz, que retumba desde los altavoces y llena el aire de buena vibra. Pero el espectáculo festivo real ocurre justo en la caja registradora. Ante la ausencia de monedas pequeñas de dólar para el cambio, los cajeros entregan caramelos para compensar la diferencia: una solución improvisada a un simple problema logístico y una viñeta reveladora de cómo la economía de Cuba está cambiando drásticamente.
Este supermercado abrió solo en diciembre, pero ya se ha convertido en un imán de controversia entre los habaneros. Multitudes se agolpan para ver los pasillos casi míticos llenos de productos que normalmente son escasos en otras tiendas cubanas. Sus experiencias varían: algunos celebran haber encontrado todo lo que necesitan en un solo lugar; otros se quejan de la exclusividad de la política de divisas, lo que los deja al margen si no tienen billetes físicos en dólares. Linda Levy, residente de Cárdenas, quien viajó dos horas para ver la tienda de la que había visto tanto en redes sociales, lo expresó de manera directa en una entrevista con EFE: “No puedes pagar con Visa, no puedes pagar con euros. Solo con dólares. Es una tienda americana. Se trata de dinero—y el cubano promedio no tiene eso.”
Sin embargo, este supermercado es solo una pieza de una tendencia más amplia. En los últimos meses, el gobierno cubano ha acelerado los esfuerzos por captar más divisas extranjeras para apuntalar una economía frágil. Desde estaciones de gasolina que ahora solo aceptan dólares hasta empresas privadas autorizadas para importar bienes a cambio de moneda dura, el país muestra señales inconfundibles de “dolarización”: un proceso por el cual el dólar estadounidense se convierte en la moneda de facto o oficial para las transacciones comerciales. Esta estrategia monetaria genera conflicto social en un país donde los dólares estadounidenses fueron una vez prohibidos, y siguen siendo difíciles de conseguir hoy en día. También enfurece a los economistas independientes, que ven este enfoque como una solución temporal a problemas económicos más graves.
Una historia de conflictos con el dólar
Cuba ha tenido una relación conflictiva con el dólar estadounidense durante mucho tiempo. Después de la Revolución Cubana, los lazos entre ambos países se deterioraron, y el dólar se convirtió en un símbolo de una economía enemiga. A partir de principios de la década de 1960, era ilegal que los cubanos poseyeran o realizaran transacciones con esta moneda. Sin embargo, el colapso de la Unión Soviética en la década de 1990 obligó a un giro repentino: para sobrevivir, Cuba despenalizó la posesión de dólares. Esta decisión permitió un auge de remesas de familiares en el exterior, atenuando el impacto de la pérdida de subsidios soviéticos. Dio lugar a una economía paralela en la que quienes tenían acceso a dólares podían comprar productos en “tiendas en dólares” que ofrecían una mejor variedad que lo que los pesos locales podían proporcionar.
Sin embargo, Cuba pronto introdujo el peso convertible (CUC), vinculado uno a uno con el dólar estadounidense, con el objetivo de reducir la dependencia directa de los billetes extranjeros. Durante años, el CUC circuló junto al peso cubano (CUP), creando una situación de doble moneda que confundía tanto a los visitantes como a los ciudadanos. Luego, en 2020, apareció la llamada MLC (Moneda Libremente Convertible). Esta moneda virtual, denominada en cuentas bancarias cubanas, volvió a estar vinculada al dólar, pero existía principalmente en forma electrónica, vinculada a tarjetas bancarias que las personas podían recargar con depósitos en el extranjero.
Ahora, el péndulo ha vuelto a oscilar. Al permitir las transacciones físicas en dólares estadounidenses, el gobierno ha admitido que captar dólares es imprescindible para sostener sectores dependientes de las importaciones, desde la energía hasta la alimentación. La justificación oficial es que, una vez que el flujo de divisas extranjeras se estabilice, la economía podría “desdolarizarse” nuevamente, es decir, que el dólar podría, en teoría, regresar a un papel menos central. Sin embargo, los críticos son escépticos: una vez que se establece un mercado con gusto por los billetes verdes, puede ser difícil revertirlo hacia las monedas nacionales, especialmente cuando el peso nacional tambalea bajo la inflación y una política monetaria inconsistente.
“El problema es que una vez que abres la caja de Pandora de la dolarización,” advierte el economista Pavel Vidal en una entrevista con EFE, “la mayoría de los mercados y sectores económicos querrán aferrarse a ella porque es probable que se convierta en la parte más dinámica de la economía, más estable y más conectada internacionalmente.” Esa dinámica plantea problemas para las ilusiones de que la aceptación temporal del efectivo en dólares desaparecerá cuando mejoren las condiciones. En cambio, una vez establecido, las transacciones en dólares a menudo permanecen profundamente arraigadas, especialmente si otras monedas no logran inspirar confianza entre los consumidores e inversores.
Tensiones sociales y quejas públicas
El gobierno considera que la dolarización representa una solución práctica, pero los ciudadanos cubanos siguen divididos sobre este tema. Las tiendas que solo aceptan dólares ahora exhiben abundantes productos de consumo y diversos artículos, pero muchas personas que no tienen acceso a la moneda estadounidense no pueden comprarlos. Gran parte de la población no puede participar en este nuevo sistema de ventas. Esa disparidad no es solo teórica: se manifiesta como una fricción socioeconómica real que profundiza las desigualdades preexistentes. Las largas colas, la frustración por las restricciones monetarias y el sentimiento de marginación alimentan el debate público.
La estructura salarial formal de Cuba generalmente involucra pesos cubanos, no dólares. Muchos empleados estatales ganan salarios mensuales que se convierten en meros dólares si se miden a los (frecuentemente fluctuantes) tipos de cambio. Mientras tanto, algunas familias reciben remesas en dólares de familiares en Estados Unidos o Europa. El acceso inmediato a dólares puede depender de los vínculos con el exterior. Existe una vasta brecha de ingresos entre los ciudadanos con acceso a dinero extranjero y aquellos que solo ganan pesos locales.
Un nuevo supermercado en La Habana muestra estas divisiones sociales: Linda Levy expresa su desagrado después de un largo viaje en autobús porque no tiene los dólares necesarios para comprar productos. Incluso si tiene MLC, no se acepta en la caja que solo toma dólares. Este escenario habría sido inimaginable hace solo unos años, cuando el MLC se presentaba como una solución universal, vinculado al dólar, pero aparentemente eclipsado por la necesidad de efectivo real. Para muchos cubanos, el problema es más significativo que una sola tienda; es una señal de que el gobierno, en su búsqueda de formas rápidas de captar divisas extranjeras, ha opacado las realidades diarias de la población.
El descontento se ha extendido a los medios oficiales cubanos, que generalmente siguen la postura del gobierno. Los medios estatales han publicado algunos artículos inesperadamente críticos sobre el nuevo supermercado y han planteado preguntas sobre su equidad. Criticaron la falta de un anuncio formal en el momento de la apertura. La crítica pública de los medios estatales revela que los funcionarios comprenden cómo el silencio sobre la ira ciudadana podría desatar más protestas en un país que carece de productos esenciales y enfrenta graves problemas financieros.
Existe un desafío mayor: el gobierno necesita importar productos vitales porque el 80 % de los alimentos de Cuba provienen del exterior, lo que agota las reservas de divisas. La expansión de sectores basados en el dólar—turismo, tiendas especializadas, permisos de importación para empresas privadas—tiene como objetivo canalizar dólares hacia las arcas del estado para que puedan comprar productos esenciales en los mercados internacionales. Sin embargo, desde la perspectiva a nivel de calle, el efecto más inmediato es el surgimiento de zonas solo en dólares donde los pesos locales no tienen poder adquisitivo.
Repetir soluciones antiguas en un mundo nuevo
El gobierno cubano insiste en que esta ola de dolarización es una solución temporal, un peldaño hacia una futura reestructuración económica que reducirá la dependencia de las divisas extranjeras. Los intentos anteriores de retroceder en el uso del dólar muestran un patrón: a principios de la década de 2000, las tiendas CUC reemplazaron el comercio directo con dólares, solo para que luego apareciera el MLC, y ahora la reintroducción de transacciones en dólares directas. Cada iteración afirma ser una medida a corto plazo, pero cada una revela debilidades estructurales en el sistema financiero cubano.
La economista y experta en políticas públicas Tamarys Bahamonde ve ecos de la década de 1990 en esta nueva ola, pero cree que el Cuba de hoy es un paisaje muy diferente. “Están siguiendo el mismo manual de los ’90, en un contexto completamente diferente, en un mundo completamente diferente”, dice a EFE. “No se pueden esperar los mismos resultados porque el Cuba de los 1990 no es el Cuba de los 2020”.
El panorama económico ha cambiado. La economía está más interconectada, y ahora las remesas fluyen a través de métodos digitales. El embargo estadounidense sigue vigente, pero ha experimentado diversos cambios que a veces restringen y otras veces facilitan acuerdos específicos. Un número creciente de empresas privadas en la isla acaba de comenzar a construir asociaciones genuinas con socios extranjeros. Algunos emprendedores pueden importar productos con mayor facilidad, pagando en dólares a través de canales recién permitidos. Como resultado, un mercado paralelo prospera en redes sociales, aplicaciones de mensajería y redes informales, tratando con divisas extranjeras, bienes de consumo e incluso materias primas.
Según estimaciones oficiales, alrededor de 2 mil millones de USD circulan en el mercado informal en Cuba—una suma considerable que escapa al control directo de los mecanismos estatales. Esta cifra incluye los gastos turísticos, remesas y acuerdos paralelos. El gobierno espera que al permitir más canales oficiales para el gasto en dólares, pueda atraer parte de ese capital hacia la economía formal. El riesgo existe de que muchos cubanos sin dólares se sientan alienados en la sociedad, lo que genera frustración.
Una mezcla de problemas graves impulsa el cambio hacia los dólares. Cuba enfrenta una crisis continua que ha durado más de cuatro años, graves escaseces de productos básicos y alta inflación que hace que el CUP pierda constantemente valor frente al dólar. Las tasas de la calle muestran diferencias significativas respecto a las oficiales, lo que genera mucha confusión. Un déficit presupuestario importante restringe la cantidad de ayuda o apoyo social que el gobierno puede proporcionar.
La situación difícil obliga a los funcionarios a actuar rápidamente para obtener alivio inmediato. Pero como señala Bahamonde, estas soluciones a corto plazo solo ocultan los problemas si no abordan las cuestiones reales: baja producción, demasiado control estatal y múltiples tasas de cambio. Algunos expertos sugieren que una devaluación planificada del peso y reformas importantes en el mercado podrían dar mejores resultados a largo plazo. Sin embargo, tales pasos conllevan un riesgo político, ya que podrían trastornar los compromisos ideológicos de larga data y alterar el equilibrio de poder en las industrias estatales.
Ambiciones de “Desdolarizar”
Una línea oficial repetida por las autoridades cubanas es que, una vez que se recapturen las reservas suficientes de divisas y la economía se estabilice, la isla “desdolarizará”. La visión promete un futuro en el que el dinero local recupere su propósito principal, y las divisas extranjeras retrocedan para servir solo en intercambios específicos. Muchas personas encuentran esta promesa familiar, ya que los intentos previos de regresar fracasaron cuando el estado necesitaba divisas duras nuevamente.
La naturaleza cíclica de las políticas monetarias de Cuba podría reflejar contradicciones más profundas en su sistema financiero. El peso convertible (CUC) se introdujo para mantener al dólar a distancia, pero finalmente se eliminó. El MLC fue introducido de manera similar para evitar la necesidad de moneda física estadounidense, pero el gobierno ha reabierto canales oficiales para manejar los billetes verdes. Cada transición siembra confusión entre los cubanos que recuerdan que poseer dólares fue una vez un crimen, castigado con prisión.
Mientras tanto, para Linda Levy y otros compradores cotidianos, el laberinto de reglas cambiantes de divisas se traduce en dificultades diarias. Hay que estar al tanto de qué tienda acepta qué forma de pago, cómo convertir las monedas sobrantes y si alguna tienda alternativa tiene una mejor selección. El flamante supermercado en La Habana puede parecer brillante y prometedor, pero para los clientes que viajan horas para llegar allí—solo para encontrarse con que no pueden comprar por no tener el tipo de billete correcto—es difícil sentir que se trata de un avance.
La noción de Pavel Vidal sobre la caja de Pandora resuena aquí. A medida que más sectores adoptan el uso directo del dólar—desde el turismo y el comercio minorista hasta los esquemas privados de importación—los dueños de negocios y los ciudadanos por igual pueden encontrar más conveniente usar una moneda que goza de una valoración internacional estable. Después de todo, si un empresario cubano elige dónde invertir, un sistema basado en una moneda internacionalmente reconocida tiene claras ventajas sobre una moneda local propensa a la inflación y a tipos de cambio poco útiles. Esa lógica podría resultar imparable, eclipsando cualquier discurso oficial sobre “desdolarizar” en el futuro.
Buscando un camino hacia adelante
A pesar de la inestabilidad económica y las crecientes brechas sociales, las autoridades cubanas siguen presentando la dolarización como una estrategia deliberada en lugar de una rendición. El éxito de los esfuerzos del gobierno para fusionar diferentes monedas o restaurar el valor real del peso sigue siendo incierto. Sin cambios estructurales significativos—como fomentar la empresa privada, reformar los sectores estatales y cultivar inversión extranjera de manera transparente—la dependencia de los dólares podría profundizarse en lugar de reducirse.
Una pregunta clave es cómo reacciona la población en general si los beneficios a corto plazo de la dolarización no se traducen en mejoras tangibles en el suministro o los servicios. La ira ciudadana podría crecer a medida que los precios sigan subiendo y los salarios sigan siendo bajos. El riesgo de oposición pública limita el alcance de las reformas económicas importantes. Los líderes cubanos deben equilibrar el malestar social con su urgente necesidad de atraer dinero extranjero para importaciones esenciales.
Sin embargo, el supermercado recién inaugurado en La Habana ofrece un microcosmos de todo este debate: una fachada brillante que atrae a una multitud curiosa, una sensación de novedad y posibilidad, y una corriente subyacente de tensión sobre quién se beneficia de estos cambios. Algunos medios locales han publicado investigaciones que examinan por qué la tienda abrió sin un anuncio oficial y cómo obtiene exactamente sus productos importados. Otros se preguntan si esto presagia una ola de tiendas similares solo en dólares por toda la isla.
Mientras tanto, las quejas de Linda Levy resuenan en innumerables hogares: “Es una tienda americana. Aquí se trata de dinero-dinero, y el cubano no tiene eso.” Sus palabras capturan el corazón del asunto. La dolarización puede ser una estrategia para atraer divisas, pero al mismo tiempo aliena a los muchos cubanos que no tienen acceso directo a los dólares. En Cuba, donde la gente aún recuerda cuando los dólares fueron prohibidos, parece extraño ahora pagar productos esenciales con moneda estadounidense.
El éxito futuro de la dolarización dependerá de cómo Cuba aborde sus problemas financieros arraigados—si sigue siendo solo una solución temporal o se convierte en permanente. Si, como afirma la retórica oficial, el objetivo final es eliminar el uso del dólar una vez que se logre la estabilidad, el gobierno deberá demostrar un progreso consistente en la unificación de tipos de cambio, controlando la inflación y estimulando la producción nacional. De lo contrario, el apetito del mercado por una moneda estable y aceptada internacionalmente podría superar cualquier inclinación de revertir el proceso, y la promesa de “desdolarización” podría convertirse en otro capítulo en la larga historia de experimentos monetarios de la isla.
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Actualmente, el supermercado es el símbolo de la nueva frontera del dólar de Cuba. En este lugar, se entregan caramelos como cambio por la falta de monedas estadounidenses, donde Celia Cruz canta un himno de salsa icónico, y donde comprar incluso productos cotidianos exige la moneda más ubicua del mundo. Es un recordatorio vívido de que detrás de los argumentos macroeconómicos yace la realidad diaria de los cubanos que luchan con frustración, curiosidad y una esperanza cautelosa de que este último giro en la política podría, al menos en algún pequeño sentido, aliviar las dificultades de la vida en la isla en lugar de intensificarlas.