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El puertorriqueño Bad Bunny ayuda a México a arreglar la puerta rota de Ticketmaster

Tras el fiasco del Estadio Azteca, la Ciudad de México aprendió que un boleto de concierto no es papel: es confianza. El regreso de Bad Bunny puso a prueba si Ticketmaster México podía frenar el fraude, domar las filas digitales y dejar que los fans simplemente entraran, juntos, por fin bajo las luces del estadio.

Cuando el boleto se volvió el protagonista

En diciembre de 2022, el colapso llegó antes del primer estribillo. Bad Bunny comenzó con Moscow Mule en el entonces Estadio Azteca mientras miles de personas seguían afuera, boleto en mano, bloqueadas por un sistema que no podía validarlos. Adentro, el show estaba agotado, pero la pista se veía curiosamente vacía.

La humillación dolió más que una mala logística. En América Latina, el acceso rara vez es neutral; es una discusión diaria con instituciones distantes. Cuando el boleto falló, no solo se rompió un código de barras: se rompió la creencia de que pagar y esperar sería suficiente.

Para 2025, la apuesta era mayor. La estrella puertorriqueña regresó a la Ciudad de México para ocho fechas en el Estadio GNP Seguros, con unos 500,000 boletos distribuidos y más de tres millones de personas entrando a las filas digitales cuando abrieron las ventas. Esta vez, la entrada no fue la noticia principal. Las puertas funcionaron.

Rediseñando la confianza en tiempo real

Esa calma fue diseñada. En entrevistas y reportajes acreditados a WIRED, Ana María Arroyo, la directora general de Ticketmaster México, describió el colapso de 2022 como prueba de que los hábitos antiguos de boletaje—papel, PDFs imprimibles y validación local—ya no correspondían a la escala de las giras modernas. “Definitivamente tomamos una decisión: no era la experiencia que queríamos que tuviera nadie que comprara un boleto en la plataforma”, dijo, enmarcando la respuesta como una reconstrucción profunda.

Su diagnóstico era sencillo: un boleto estático es fácil de copiar, fácil de revender y fácil de usar en contra de los fans en la entrada. El rediseño llevó los boletos a una credencial digital viva—algo que “vive” en un flujo web móvil o en una app y está ligado a una cuenta en vez de circular como una imagen. “El formato de los boletos ya no es físico ni impreso: es boleto digital”, dijo a WIRED.

El centro de ese cambio es SafeTix. Arroyo dijo que su código de barras se actualiza cada 15 segundos, bloqueando capturas de pantalla y videos grabados para que no funcionen como pases falsos. En una región donde las estafas pueden propagarse tan rápido como una cadena de mensajes, la frecuencia de actualización no es un truco; es un límite.

El cantante puertorriqueño Bad Bunny. EFE/ Thais Llorca

Un código de barras como contrato social

El rediseño también trata la conectividad como una realidad local, no una suposición global. Arroyo dijo que los fans pueden mostrar sus boletos desde un navegador, dentro de la app de Ticketmaster o guardados en la billetera del teléfono—la opción más confiable en una noche llena porque puede mostrarse sin internet.

Detrás de la pantalla que ve el fan, Arroyo describió capas adicionales: autenticación multifactor, motores antifraude que detectan patrones sospechosos de compra y sistemas de entrada que ahora operan en la nube con visibilidad en tiempo real. Investigaciones en la revista Event Management han destacado que la seguridad de las multitudes suele depender de los cuellos de botella en los accesos, donde pequeños retrasos se convierten en presión riesgosa. Una puerta que fluye no solo es conveniente; es protectora.

Ahora, el boletaje comienza donde empieza el deseo. Arroyo dijo a WIRED que Ticketmaster México integró rutas de descubrimiento y compra con TikTok y Spotify, permitiendo que las personas pasen de un clip o una canción a la compra sin salir de la app que despertó el impulso. Académicos en New Media & Society lo llaman plataformización, cuando la cultura y el comercio comparten el mismo scroll. Es un reconocimiento silencioso de cómo viaja la música en América Latina: primero por el teléfono, después por la infraestructura.

Incluso compartir un boleto ha sido rediseñado. “La transferencia nos da trazabilidad”, dijo Arroyo, describiendo una transferencia controlada que desactiva el boleto en una cuenta y lo activa en otra, sin duplicación. El beneficio es tanto emocional como técnico: menos familias llegando para descubrir que el boleto en el que confiaban ya fue “usado”.

El 11 de diciembre de 2025, cuando las luces se encendieron sobre el Estadio GNP Seguros, la historia más reveladora fue lo que no ocurrió. No hubo bloqueo masivo. No hubo pista medio vacía. La tecnología no creó la alegría; dejó de interrumpirla. En una región donde la confianza se rompe fácilmente, el progreso puede verse maravillosamente pequeño: la puerta se abre de nuevo, y la noche pertenece a quienes vinieron por ella, juntos, por fin.

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