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La ícono cultural argentina Mafalda entra al mercado estadounidense en medio de una renovada curiosidad

Sesenta años después de que Quino dibujara por primera vez a una niña de seis años que odia la sopa tanto como odia a los dictadores, Mafalda Vol. 1 ha llegado a las librerías de Manhattan en una nueva traducción, invitando por primera vez a los lectores angloparlantes a conocer la voz más aguda del cómic argentino.

De los kioscos a las vidrieras de Nueva York

Al amanecer del martes, empleados en el East Village abrieron cajas de cartón selladas con la leyenda “Elsewhere Editions”. De ellas salieron libros cuadrados del color del café con leche, cada uno con la inconfundible silueta en la portada: casco de cabello negro, moño grueso, ojos lo bastante grandes como para tragarse el mundo. Cuestan dieciocho dólares, un precio amable en una ciudad donde los libros de tapa dura suelen valer el doble. Cuatro volúmenes más se publicarán antes de Navidad, completando el tesoro editado originalmente en Argentina entre 1964 y 1973. Reporteros de EFE observaron cómo el primer lote se acomodaba en las mesas principales, con una tarjeta que anunciaba: “Traducción de Frank Wynne”.

Wynne, el irlandés que alguna vez llevó a Roberto Bolaño al inglés, admite que sintió terror. “Convertir la jerga de Buenos Aires en algo vivo sobre la página fue como hacer malabares con donuts de dulce de leche sobre una cuerda floja”, le dijo a EFE por teléfono. Pasó meses caminando de un lado a otro en su departamento londinense, murmurando frases de prueba para ver si el sarcasmo de Mafalda sobrevivía al viaje. Los chistes argentinos sobre la devaluación del peso, el eterno Boca-River o los golpes militares no se traducen fácilmente al inglés británico. Cuando la traducción literal fallaba, buscaba una carcajada equivalente: el amor de Manolito por las ganancias se transformó en una burla a las startups de Silicon Valley; el chisme de Susanita bien podría llenar un confesionario Kardashian. La regla de Wynne —“mantener la música del lenguaje, aunque cambien las letras”— permite que la pandilla discuta a toda velocidad sin enterrar al lector en notas al pie.

Una niña lo bastante pequeña como para ver las grietas

Mafalda debutó en la revista Primera Plana de Buenos Aires justo cuando Argentina oscilaba entre juntas militares y picos de inflación. Quino —nacido Joaquín Salvador Lavado— coló una política afilada en chistes de tres viñetas protagonizados por una niña de jardín de infantes que interroga a los adultos sobre Vietnam, justicia racial y armas nucleares mientras hace girar un globo terráqueo como si fuera un juguete inquieto. A Quino le gustaba decir que su furia contra la sopa era, en realidad, furia contra el poder: algo caliente, ineludible y generalmente servido sin consentimiento.

Ese cóctel de inocencia y subversión conquistó corazones desde Caracas hasta Roma. La tira se tradujo a más de 25 idiomas, pero nunca de manera adecuada al inglés. Una edición estadounidense en los años 70 se marchitó en el frío de la Guerra Fría: los editores temían que los chistes sobre los bombardeos de Washington afectaran las ventas. Medio siglo después, el mundo resulta inquietantemente familiar: guerras en Gaza y Ucrania, un planeta jadeante por las olas de calor, monedas tambaleantes bajo la deuda. El suspiro exasperado de Mafalda —“¡Paren el mundo, me quiero bajar!”— suena como noticia fresca, no como nostalgia.

Traducir una cultura, no solo palabras

El elenco de apoyo también viaja. Manolito, el hijo del almacenero, sigue adorando el dinero, pero ahora Wynne lo retrata como un mini-Elon Musk que sueña con ofertas públicas de acciones. Felipe sigue siendo el soñador larguirucho paralizado por la tarea; Susanita aún trama casarse bien y ascender socialmente; Libertad, la pequeña incendiaria, cita filósofos en la mesa. Algunas referencias culturales se podaron —como los jingles televisivos argentinos de los años 60— pero el espíritu permanece intacto.

El mayor logro de Wynne es el ritmo: los chistes de Mafalda suenan como riffs de jazz, donde el remate suele ser una mirada fija y certera. Conserva ese timing salpicando el inglés con cadencia argentina sin pedir disculpas: “Che, Mum, how come the newspaper fits all that misery and still has room for the weather?” (“Che, mamá, ¿cómo entra tanta miseria en el diario y aún queda lugar para el clima?”). En esa línea se oyen tanto Buenos Aires como Brooklyn. La diseñadora Jordan Hauth deja que el arte original en blanco y negro de Quino respire con márgenes generosos, de modo que cada ceja levantada —la mirada clásica de Quino— tenga el impacto de un primer plano cinematográfico.

La traducción cultural va más allá de la tinta. Más adelante este año, Netflix estrenará una serie animada dirigida por el ganador del Óscar Juan José Campanella, programada para coincidir con la exposición por los 60 años de Mafalda en el Museo del Humor de Buenos Aires. Ya circulan productos de merchandising: pines esmaltados en cafés argentinos de Queens, bolsos de tela en la librería Strand. Para la diáspora, la tira es un atajo hacia el hogar; decir “No seas tan Susanita” todavía reprende el chisme en las empanaderías de Miami. Las ediciones en inglés solo ampliarán ese código.

EFE/Alicia Sánchez

Un espejo para Argentina, una lámpara para el resto

¿Por qué importa una escolar que odia la sopa en 2025? Porque Mafalda recuerda a los lectores —jóvenes o cínicos— que la política empieza en la mesa del desayuno. Interroga los titulares que su padre lee, exige a su madre que le explique el capitalismo, y se pregunta por qué existen niños con hambre en un mundo lleno de líderes bien alimentados. Su brújula moral avergüenza a los adultos porque está calibrada para la justicia. Wynne cree que esa cualidad la vuelve universal: “Toda cultura tiene un niño que no puede creer que los adultos acepten disparates”.

Los guardianes del inglés finalmente coinciden. Elsewhere Editions mantuvo el precio bajo para atraer a estudiantes universitarios criados con manga y webcómics. Profesores de Boston y Austin ya han solicitado ejemplares de muestra, y están planificando programas académicos que emparejen a Mafalda con Peanuts o Persépolis. Los padres tal vez compren el Volumen 1 por sus dibujos tiernos, solo para encontrarse con viñetas que ridiculizan el inmovilismo de la ONU o las promesas vacías del consumismo. La risa es rápida; el regusto, persistente.

Quino, fallecido en 2020, dijo una vez que su sueño era que Mafalda se volviera obsoleta —prueba de que el mundo había corregido sus injusticias. La nueva traducción muestra lo lejos que estamos aún de ese hito. Aun así, traerla al inglés se siente como una pequeña reparación: un puente entre lenguas, un lugar más en su mesa eterna. Los pasajeros del subte en Manhattan pueden guardar el libro compacto junto a la MetroCard; las preguntas de Mafalda seguirán resonando mucho después de que el tren cruce el río.

¿Después de la sopa, qué sigue?

Cuatro volúmenes más llegarán antes de diciembre, abarcando toda la trayectoria de Mafalda hasta que Quino la jubiló en 1973 para evitar la repetición —y quizás la censura. Elsewhere ha insinuado la publicación de ensayos complementarios de historiadores argentinos, listas de reproducción con el rock de los 60 que amaba Felipe, e incluso recetas paródicas de la sopa odiada por Mafalda. Mientras tanto, las redes sociales ya zumban con fan art: tiktokers haciendo lip-sync de frases mafaldianas sobre políticos que necesitan dieta, instagramers emparejando sus viñetas con titulares sobre el cambio climático.

El momento no podría ser más oportuno. Mientras Argentina lidia con la inflación y los votantes estadounidenses evalúan a forasteros y populistas, una niña de seis años de 1964 vuelve a la conversación, exigiendo que los adultos justifiquen el mundo que dirigen. “Mamá, ¿por qué los juguetes trabajan haciendo la guerra si podrían jugar en vez?” Es más difícil esquivar la pregunta cuando por fin se formula en tu idioma.

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La pequeña rebelde de Quino patrulla ahora las librerías anglófonas, cuchara de sopa en mano como si fuera un cetro. Está lista para averiguar si los adultos de habla inglesa tienen mejores respuestas que los hispanohablantes. Los lectores reirán; puede que se incomoden. Eso, diría Mafalda, es exactamente el objetivo.

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