Latinoamérica enfrenta un auge de datos mientras los gigantes tecnológicos devoran agua

La fiebre por la inteligencia artificial y las redes ultrarrápidas ha puesto a las multinacionales tecnológicas a correr para instalar enormes centros de datos en rincones de Latinoamérica ya tensionados por la escasez de recursos. Una reciente investigación de The Guardian advierte que la demanda de agua y energía de estos almacenes digitales podría agravar las presiones ambientales y las desigualdades sociales en toda la región.
El ambicioso plan de Brasil para centros de datos
En las polvorientas afueras de Caucaia, un municipio costero cercano a Fortaleza, excavadoras reposan junto a losas de concreto a medio verter, a la espera de los permisos finales que transformarán 200 hectáreas vacías en una de las mayores granjas de servidores de América Latina. Las autoridades locales hablan de “oro digital” y prometen miles de empleos. Los vecinos, entre tanto, susurran el nombre de ByteDance como si fuera una leyenda popular: todos aseguran que el proyecto pertenece a la empresa matriz de TikTok, pero nadie ha visto documentos que lo confirmen.
El atractivo de Caucaia es evidente. Cables de fibra óptica llegan a la costa cercana, conectando Brasil con Europa y Norteamérica, y la ciudad cuenta con una zona franca de procesamiento de exportaciones respaldada por el gobierno federal, que reduce la burocracia para las importaciones. El gobierno del estado de Ceará habla de “modernización”, mientras que los comercios sueñan con mayor afluencia los fines de semana cuando lleguen las cuadrillas de construcción. Pero las viejas preocupaciones persisten. Casi todos en la zona recuerdan haber cargado bidones de plástico hacia los camiones municipales durante la sequía de 2015, y los álbumes familiares muestran cauces agrietados donde antes los niños pescaban.
Esos recuerdos alimentan dudas que flotan bajo el optimismo. Caucaia ha declarado 16 emergencias por sequía en los últimos 21 años; a veces, las lluvias torrenciales devuelven vida a los lechos secos, pero también arrasan con gallinas y huertas. Incluso los residentes más optimistas reconocen que la seguridad hídrica se siente cada vez más precaria, y se preguntan cómo impactarán millones de litros de agua de enfriamiento.
La sed de los supercomputadores
Al entrar a cualquier centro de datos moderno, lo primero que se percibe no es ni el ruido ni el calor, sino el viento. Fila tras fila de servidores inhala aire frío a gran velocidad para disipar el calor generado por interminables cálculos algorítmicos. Para mantener ese aire frío, los operadores hacen circular enormes volúmenes de agua tratada a través de sistemas de intercambio térmico o la rocían en torres de enfriamiento en los techos, donde se evapora. En campus enormes, el consumo diario puede equiparar al de una ciudad mediana.
Los ingenieros sostienen que los sistemas refrigerados con agua son más eficientes que los que solo usan aire, pero la eficiencia no elimina el volumen. Periodistas de The Guardian descubrieron que los nuevos centros de datos enfocados en IA pueden consumir hasta 20 millones de litros al mes—el equivalente a ocho piscinas olímpicas—dependiendo de la temporada y la carga del hardware. Las empresas suelen negarse a publicar cifras exactas, alegando “sensibilidad competitiva”, lo que deja a las comunidades vecinas en la incertidumbre.
En Caucaia, una coalición de base de pescadores, agricultores y docentes ha comenzado a exigir transparencia al ayuntamiento. Quieren saber si el nuevo complejo usará agua de la red municipal o de pozos privados perforados en el acuífero sedimentario bajo la costa. Hidrogeólogos de la Universidad Federal de Ceará advierten que sobreexplotar ese acuífero podría provocar intrusión salina, volviendo salobres e inutilizables los pozos superficiales. “Nadie está en contra del empleo”, dice la criadora de camarones Adriana Vidal, “pero necesito agua limpia más que Wi-Fi”.
Problemas hídricos y secretos industriales
La historia de Caucaia se repite en el noreste seco de Brasil. Igaporã, en Bahía, ha iniciado la construcción de dos parques de datos a pesar de haber declarado una docena de sequías desde 2003. Campo Redondo, más al norte en Rio Grande do Norte, depende con frecuencia de camiones cisterna del gobierno federal; su alcalde, sin embargo, promueve una inminente “revolución digital”, mientras los ganaderos se preocupan por embalses cada vez más pequeños.
Las audiencias públicas suelen ser superficiales. Las empresas presentan estudios de impacto ambiental, pero los datos clave—cuotas anuales de agua, planes de contingencia, trazado de tuberías—aparecen censurados como “confidenciales por motivos comerciales”. Los periodistas locales deben reconstruir la información a partir de diapositivas filtradas o imágenes satelitales. Los ciudadanos luchan por exigir límites o reducciones estacionales sin datos de base.
La tecnología de enfriamiento está evolucionando, y algunos operadores promueven sistemas cerrados que recirculan el agua con pérdidas mínimas. Pero incluso los sistemas cerrados tienen fugas, necesitan ser purgados periódicamente y dependen de una red eléctrica estable para operar los compresores. Cuando hay apagones durante la temporada calurosa en Brasil, se encienden generadores de respaldo y algunos campus recurren al enfriamiento “abierto” con agua, que sacrifica líquido para proteger el silicio. La realidad, dice el investigador climático Felipe Menezes desde Recife, es que “la IA quiere la nube, pero la nube quiere agua”, una transacción que a menudo queda oculta tras renders brillantes de campus verdes y técnicos sonrientes.
La explosión de centros de datos en Latinoamérica
Brasil no es el único país lidiando con el alto costo de la expansión digital. Chile ya alberga 22 centros de datos, la mayoría alrededor de la cuenca semiárida de Santiago. Los planes gubernamentales proyectan 30 proyectos más para fines de la década, aunque los hidrólogos estatales advierten que Chile central podría perder la mitad de su capa de nieve para 2040. Cuando Google propuso un segundo complejo en Quilicura, las juntas vecinales se movilizaron, citando estudios que estimaban un consumo anual de 12 millones de litros. Las demandas judiciales obligaron a la empresa a revisar su plan y prometer el uso de aguas residuales tratadas, aunque los activistas aseguran que la supervisión sigue siendo escasa.
Perú, Colombia y México siguen de cerca, ofreciendo exenciones fiscales y designaciones de “infraestructura estratégica” a proveedores de nube ansiosos por rutas de baja latencia hacia mercados locales. Cada paquete de incentivos promete redes de fibra óptica para escuelas y programas de formación para jóvenes ingenieros. Pero pocos abordan cómo racionar el agua durante las cada vez más comunes olas de calor en el continente.
El último informe de sostenibilidad de Microsoft admite que el 42% de su consumo global de agua ocurre en regiones ya estresadas; en el caso de Google, es el 15%. Ninguna de las dos compañías publica datos planta por planta. Los expertos independientes deben recurrir a drones térmicos, mapas satelitales de evapotranspiración y, ocasionalmente, hojas de cálculo filtradas para estimar los patrones de consumo. “Mapeamos fábricas mejor que centros de datos”, bromea la hidróloga argentina Mariela Gómez. “Al menos las fábricas necesitan permisos de emisión”.
Latinoamérica se encuentra ahora en una encrucijada. Los gobernadores anhelan el prestigio de atraer una instalación de hiperescala, pero enfrentan votantes que hacen fila por agua cada temporada seca. Algunos funcionarios proponen plantas desalinizadoras, pero esos proyectos requieren años y mucho dinero; otros hablan de reutilizar aguas tratadas, aunque los ductos rara vez llegan a zonas rurales. Para las comunidades que viven de la agricultura a pequeña escala, cualquier desvío de agua subterránea se siente como una amenaza existencial.
Economistas ambientales argumentan que cobrar precios de mercado por el agua a granel obligaría a las tecnológicas a innovar más rápido. Las empresas replican que tarifas estrictas alejarían la inversión hacia jurisdicciones más laxas, y con ello se perderían empleos. Entre ambas posturas hay una línea frágil donde la ambición económica se enfrenta con la realidad ecológica.
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Que el inmenso almacén de Caucaia se convierta en símbolo de prosperidad digital o en una advertencia dependerá de las decisiones que se tomen antes de que se encienda el primer servidor. Por ahora, los vecinos observan el horizonte, atentos a si llegan primero las grúas o las nubes, preguntándose cuál será el precio de la próxima subida a la nube sobre el agua sin la cual no pueden vivir.