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Tres años después del derrame de petróleo de Repsol persisten las huellas en las costas de Perú

Tres años después de un importante derrame de petróleo frente a la costa de Lima, Perú sigue luchando con la contaminación persistente en sus aguas y playas. Las agencias gubernamentales, los residentes locales y Repsol están inmersos en un proceso complejo de limpieza, compensación y responsabilidad.

Una catástrofe que cambió la costa peruana

El 15 de enero de 2022, aproximadamente 12,000 barriles de petróleo crudo se derramaron en las aguas de Ventanilla, al norte de la capital peruana. El terminal donde ocurrió esto—el Terminal Multiboyas No. 2 en la Refinería La Pampilla, operado por el gigante petrolero español Repsol—se convirtió en el centro de un escrutinio tanto nacional como internacional. Lo que comenzó como un procedimiento estándar de descarga de hidrocarburos desde un buque amarrado rápidamente se transformó en una crisis con efectos en treinta playas a lo largo de la costa del Pacífico.

Inmediatamente después, las imágenes de aves marinas cubiertas de petróleo, playas manchadas y pescadores locales desesperados llenaron los medios de comunicación. Muchos nunca habían presenciado una contaminación de tal escala. Familias dependientes de la pesca artesanal y del turismo a pequeña escala perdieron de repente sus ingresos. Las comunidades costeras, algunas ya enfrentando inestabilidad económica, comenzaron a temer que el daño ambiental podría perdurar para siempre.

Las autoridades rápidamente investigaron la causa del derrame. Repsol reconoció el vertido de petróleo, pero también apuntó a múltiples factores, incluyendo fuertes oleajes y posibles fallos procedimentales durante el proceso de descarga. Las autoridades gubernamentales, lideradas por agencias como el Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) de Perú, lanzaron una investigación separada para determinar las responsabilidades y las mejores prácticas para la contención. Los científicos se apresuraron a realizar estudios iniciales sobre la calidad del agua y la vida marina, sabiendo que los primeros datos recogidos definirían cómo se comprendería y abordaría el impacto del derrame.

Desde el principio, hubo una división aguda en la opinión pública. Algunos creían que Repsol había actuado con negligencia, acusando a la empresa de actuar demasiado lentamente para contener la marea. Otros veían los derrames de petróleo como un riesgo conocido en el sector de los combustibles fósiles, aunque nunca aceptable. Al mismo tiempo, la rápida reacción de Perú recibió tanto elogios como críticas. El Ministerio del Ambiente prometió un control estricto, pero el derrame mostró las limitadas herramientas de Perú para manejar grandes desastres ambientales. Se desplegaron barreras de contención de petróleo y dispersantes químicos, pero parecía inevitable un desastre a gran escala.

En esos días, ONGs locales y voluntarios intentaron salvar a las aves y la fauna marina cubiertas de residuo negro. Las organizaciones ambientales establecieron centros de triaje temporales donde las aves acuáticas recibieron limpieza y atención médica. Algunos animales no pudieron sobrevivir a los efectos perjudiciales del petróleo, que se adhería tenazmente a sus plumas y pelaje. Las asociaciones de pescadores, alarmadas por la caída en la demanda de mariscos, organizaron protestas para exigir una resolución rápida y compensaciones significativas. Ante estos llamados de ayuda, el gobierno comenzó a presionar a Repsol para financiar las operaciones de limpieza y pagar daños a los afectados.

Limpieza, restauración y efectos persistentes

A medida que las semanas se convertían en meses, Repsol emprendió una masiva campaña de limpieza que, según las declaraciones de la empresa, costaría más de 1,000 millones de soles (equivalentes a aproximadamente 265 millones de dólares estadounidenses o 257 millones de euros). Los trabajadores de limpieza fueron vistos a lo largo de la costa, raspando residuos de petróleo de las rocas, recogiendo bolas de alquitrán del mar y desplegando materiales absorbentes. Los skimmers mecánicos y los camiones de vacío especializados complementaban el trabajo manual, mientras los equipos de campo realizaban pruebas en el suelo y el agua para monitorear el progreso.

La posición oficial de Repsol es que la empresa ha respetado los estándares nacionales e internacionales de calidad a lo largo de la restauración. Sus científicos presentaron lecturas de laboratorios certificados como parte de los informes obligatorios de rehabilitación, demostrando que el agua en las áreas afectadas había vuelto principalmente a niveles seguros. Observaron cómo las playas, una vez cubiertas por gruesas capas de petróleo, se restauraban lentamente gracias a la limpieza continua. La empresa sostiene que la pesca y el turismo podrían regresar rápidamente a esas zonas.

Por otro lado, el gobierno de Perú se muestra más cauteloso. En declaraciones del Ministerio del Ambiente y del presidente de la OEFA, Juan Narciso, las autoridades confirmaron que, incluso después de tres años, dos playas inicialmente afectadas—Pozitos y Ancón 18—siguen mostrando residuos de hidrocarburos por encima de los límites permitidos. Aunque muchos sitios se han recuperado lo suficiente para su uso recreativo y comercial, estas playas siguen planteando una incógnita ambiental. Se advierte a las personas que dependen de ellas para la pesca, recolección de mariscos o natación que procedan con cautela o las eviten por completo hasta que sean declaradas seguras.

En total, las autoridades estiman que unas treinta playas fueron comprometidas. Los miembros de la comunidad suelen quejarse de que su economía local, dependiente de la pesca artesanal o del turismo de fin de semana, podría sufrir durante años si no se puede garantizar agua no contaminada. Otros sienten resentimiento por el hecho de que la etiqueta de “seguro certificado” pueda contradecir las observaciones personales de residuos de alquitrán u olores desagradables persistentes. La tensión entre la garantía pública de Repsol de que el mar cumple con los estándares de agua limpia y los datos de la OEFA que muestran contaminación continua resalta las complejidades de los grandes derrames. Incluso la remediación exhaustiva puede dejar rastros bajo la superficie, particularmente en las capas de sedimento que pueden liberar hidrocarburos mucho después de que la marea haya desaparecido.

Esta incertidumbre ha alimentado críticas de que el ritmo de la “verdadera rehabilitación” es más lento de lo anunciado. Aunque Repsol insiste en que ha hecho más que suficiente para devolver estas áreas a la normalidad, los observadores locales señalan que el monitoreo continuo debe persistir durante años. El riesgo es que cualquier bolsa de petróleo no descubierta podría más tarde llegar a la costa o concentrarse en especies que habitan el fondo marino. La restauración rara vez implica tareas rápidas; a veces, pasa toda una generación antes de que algunos ecosistemas recobren su salud anterior, especialmente si la biodiversidad local se ve gravemente afectada.

La continua discusión sobre la compensación

Además de los daños ambientales, el derrame desató intensos debates sobre la compensación financiera. Según las cifras de la empresa, más de 10,500 personas afectadas han recibido compensación por las repercusiones económicas del derrame. Entre los compensados se encuentran pescadores artesanales y propietarios de negocios que perdieron ingresos cuando se impusieron prohibiciones de pesca y cierres de playas. Repsol ha declarado que algunos de estos pescadores recibieron un promedio de más de 100,000 soles (alrededor de 26,530 dólares estadounidenses) para cubrir las pérdidas por ingresos, reparaciones de embarcaciones y reemplazo de equipos.

Sin embargo, no todos se sienten incluidos. La Defensoría del Pueblo señala que algunas personas quedaron fuera del registro oficial de las poblaciones afectadas. Varios grupos locales afirman que la compensación fue desigual: verificar quién merecía el pago fue complicado, y muchas familias con estructuras de ingresos informales (como recolectores de algas o pequeños vendedores de playa) dicen que se cayeron por grietas burocráticas. Algunos nunca llegaron a ser registrados oficialmente por el gobierno, pero aún enfrentaron pérdidas reales durante las semanas o meses en que sus playas estaban fuera de servicio.

También surgen disputas sobre la extensión total de los daños indirectos. Los propietarios de restaurantes cercanos a las playas argumentan que perdieron clientes y, por lo tanto, vieron disminuir sus ganancias durante meses, no solo durante el cierre inmediato. Los establecimientos turísticos más grandes podrían haber tenido fuentes de ingresos alternas, pero los restaurantes familiares y las posadas dependen en gran medida de los turistas de playa. La pregunta entonces es: ¿qué tan amplia debe ser la compensación y quién debe supervisarla para garantizar una distribución equitativa?

Varias organizaciones de pescadores negociaron directamente con Repsol, ayudados por mediadores estatales. Su éxito en obtener más dinero y cobertura para reparaciones de embarcaciones demuestra que trabajar juntos dio resultados tangibles. Algunos piensan que el proceso favoreció a los grupos organizados, mientras que los pescadores informales sin membresía formal encontraron más obstáculos. El ministerio insistió en que todo se hizo conforme a las directrices oficiales, pero los críticos desean una revisión más profunda del proceso de compensación.

En medio de estas tensiones, Repsol ha intentado mostrar proyectos de desarrollo comunitario en los distritos afectados. La empresa lanzó “Impulsared”, un programa para estimular el emprendimiento local mediante capacitación y apoyo financiero. Con un presupuesto de 15 millones de soles para varios distritos, Repsol dice que la iniciativa ayuda a restaurar el potencial económico perdido, animando a la gente a crear o expandir pequeñas empresas. Complementa la compensación directa en efectivo fomentando el crecimiento hacia el futuro, aunque los escépticos cuestionan si los programas a corto plazo abordarán los desafíos estructurales más profundos de las comunidades locales.

En el corazón del debate está el choque entre la narrativa oficial de una recuperación casi completa y las persistentes quejas locales. Muchos que ven los nuevos trozos de alquitrán en la arena o huelen el petróleo residual en las aguas poco profundas creen que la crisis está lejos de terminar. Repsol sigue estando bajo escrutinio para seguir financiando estos esfuerzos hasta que cada kilómetro de costa sea declarado seguro. Con los plazos de los planes de rehabilitación acercándose, diferentes ministerios estudian los datos técnicos, sin estar seguros de si se necesita más limpieza o una supervisión más estricta.

Industria vs. Ecología

Tres años después de la crisis, la pregunta persiste: ¿logrará Perú encontrar una forma de equilibrar el crecimiento económico y la salud de sus aguas costeras? La industria del petróleo es fundamental para muchas economías nacionales, proporcionando empleo, seguridad energética e ingresos fiscales. La Pampilla, después de todo, es una de las principales refinerías de Perú, que satisface una demanda interna considerable de combustible. Sin embargo, eventos como el derrame de 2022 demuestran cómo un solo accidente puede extenderse, dañando hábitats marinos, tradiciones culturales, negocios locales y la vida diaria de los residentes costeros.

El público en general espera responsabilidad tanto de Repsol como de las agencias gubernamentales. OEFA ha realizado más de 15,000 operaciones de monitoreo, una señal de vigilancia continua. Sin embargo, el hecho de que dos playas—Pozitos y Ancón 18—siguen mostrando niveles inseguros de hidrocarburos subraya que la rehabilitación integral está incompleta. Esto plantea la pregunta de si las normas son suficientemente fuertes. ¿Detienen las multas y requisitos actuales a las empresas de ignorar la seguridad? ¿Tienen las oficinas locales dinero y poder para solicitar datos rápidos y precisos sobre la calidad ambiental?

Durante este tiempo, el pueblo peruano quería ideas claras sobre lo que vendría a continuación. Los trabajadores del Ministerio de Energía y Minas estudian los 18 planes de reparación que Repsol presentó, pero las largas revisiones mantienen a muchos esperando. Mientras Repsol sostiene que estas aprobaciones formales no son estrictamente necesarias para reabrir las playas, la ausencia de una luz verde final por parte de los reguladores complica la confianza pública. Los turistas, los pescadores prospectivos y los comerciantes locales podrían ser reacios a reanudar completamente sus actividades sin una autorización explícita del gobierno.

Los defensores del medio ambiente argumentan que regulaciones más estrictas sobre los procesos de transferencia de petróleo podrían ayudar a prevenir futuros incidentes. Las sugerencias varían desde buques de casco doble obligatorios hasta la actualización de la infraestructura en las refinerías. Otros piden procedimientos de emergencia mejorados, incluidos planes de contingencia robustos que se movilicen rápidamente al primer signo de un derrame. El objetivo final es reducir la probabilidad y gravedad de tales accidentes. Si ocurriera otro derrame, las lecciones de 2022 deberían permitir una contención y mitigación más rápidas, pero muchos siguen siendo escépticos si se han implementado mejoras reales.

Estos años de turbulencia para las comunidades locales han fomentado un sentido de resiliencia. Los pescadores han recurrido a fuentes de ingresos alternativas—algunos cambiaron temporalmente a la construcción u otros trabajos—mientras que los restaurantes ajustaron sus menús u horarios para hacer frente a la disminución del tráfico de clientes. Aun así, muchos expresan agotamiento con el proceso aparentemente interminable de remediación. Numerosos individuos sienten fatiga por la tarea infinita de arreglar las cosas. Anhelan un momento en el que sus playas estén verdaderamente limpias y puedan centrarse en restaurar la estabilidad económica. Los líderes comunitarios insisten en que la vigilancia es crucial, sabiendo que la supervisión externa es vital para evitar la complacencia.

Desde una perspectiva más amplia, la historia de Perú resuena más allá de sus fronteras. Los desastres ambientales relacionados con la extracción y refinación de petróleo son comunes en todo el mundo, ya sea en el Golfo de México o en los mares del Ártico. Los desafíos éticos y prácticos siguen siendo consistentes: las compañías petroleras a menudo tienen considerable influencia, mientras que los organismos gubernamentales pueden tener dificultades para alinear la protección ambiental con el crecimiento industrial. Es un acto de equilibrio probado repetidamente, y cada nuevo derrame revela lo frágil que puede ser ese equilibrio.

Sobre todo, la historia de La Pampilla subraya el costo humano detrás de cada declaración corporativa o comunicado oficial. Para los pescadores que pierden semanas de ingresos o una familia que se ve obligada a cancelar una vacación tan esperada, esta tragedia es más que una línea en un libro de cuentas corporativas. También se ha dañado un sentido intangible de lugar, ya que la costa tiene un significado cultural y emocional para quienes viven allí. Algunos temen que, por mucho que Repsol y el gobierno intenten restaurar las playas, la memoria de las arenas cubiertas de petróleo perdure en la conciencia pública.

Aún así, persiste la esperanza. Muchos ven signos de progreso incluso cuando continúan las disputas sobre qué playas son seguras o qué tan exhaustivamente se ha recuperado el ecosistema. Algunas poblaciones de peces se han recuperado y el turismo local está volviendo a la normalidad en ciertas áreas. Los logros de las iniciativas basadas en la comunidad, incluidos los programas de reactivación económica de Repsol, pueden sembrar semillas para futuros esfuerzos cooperativos entre la industria y los residentes. En última instancia, la lección de todo este episodio es la necesidad de combinar la responsabilidad, la transparencia y la política basada en la ciencia para asegurar el progreso sin poner en peligro el medio ambiente del cual dependen los medios de vida peruanos.

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Una nueva fase de esta historia puede comenzar cuando se firmen los informes finales y los últimos de los 18 planes de rehabilitación sean aprobados o revisados. Las playas recibirán de nuevo a las familias sin reservas, y los pescadores podrán sacar frescas capturas con renovada confianza. Sin embargo, por ahora, las cicatrices de ese desastre de 2022 siguen siendo visibles, desde los persistentes rastros de hidrocarburos encontrados en Pozitos y Ancón 18 hasta la desconfianza persistente entre quienes aún se sienten perjudicados por el sistema de compensación. Tres años después, Perú se encuentra en una encrucijada, con la esperanza de que lo que está por venir no sea un ciclo repetido de crisis ambientales, sino un camino hacia el equilibrio entre el desarrollo y la gestión ecológica.

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