Aumentan las alergias respiratorias, asma y rinitis por el cambio climático
Las alergias respiratorias por polen son uno de los trastornos de salud más comunes. Pero su frecuencia y severidad se están intensificando de forma preocupante. ¿Qué está ocurriendo?.
Foto: Unsplash
LatinAmerican Post | Maria Fernanda Camisay
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Las partículas aero alergénicas nos acompañan a todas partes. Donde quiera que nos encontremos, se hacen presentes en cada respiro. Suspendidos en el aire que inhalamos, cientos de aeroalergenos deambulan de un lado a otro y aunque parecen inofensivos, son los responsables de varias enfermedades respiratorias. Estudios recientes revelan que el cambio climático influye sobre la exposición de estas partículas microscópicas, exacerbando el desarrollo y progresión de reacciones alérgicas.
En las últimas décadas, se ha observado un incremento en la incidencia global de las alergias respiratorias, especialmente aquellas que afectan las vías aéreas superiores (rinitis alérgica) e inferiores (asma atópico). De acuerdo a la Organización Mundial de Alergias (WAO, por sus siglas en inglés), se estima que más de 350 millones de personas de todo el mundo padecen de asma. Asimismo, alrededor del 10 al 50% de individuos manifiestan síntomas compatibles con rinitis alérgica. Lejos de ser problemas aislados, estas afecciones son más frecuentes de lo que se creían.
Pequeño pero peligroso
Existe una amplia variedad de alérgenos causantes de asma y rinitis alérgica. El polen es uno de ellos y, ciertamente, el más habitual. Bajo dicho término genérico se agrupan diferentes tipos de granos producidos por numerosas plantas, siendo las alergias a los pólenes específicas para cada una de ellas. De esta manera, encontraremos personas alérgicas al polen del citrus que toleren sin inconvenientes al polen de las gramíneas, o aquellas alérgicas al polen de las artemisas que no reaccionen frente al polen del olivo, entre otras posibilidades.
Con el renacer de las flores, las plantas producen diversidad de pólenes. Algunas son polinizadas por insectos y otras simplemente por el viento. En particular, éstas últimas son las que desencadenan enfermedades respiratorias al liberar una importante cantidad de alérgenos al ambiente.
Pequeños y livianos, los granos de pólenes son capaces de viajar decenas de kilómetros de distancia desde el punto de origen. Nadie está a salvo, independientemente si vive en ciudad o en zona rural. Cualquiera sea el caso, la estación de mayor riesgo para las personas sensibles al polen es la primavera, en el caso de las zonas con estaciones, cuando la cocentración de este alérgeno en el aire alcanza sus picos más elevados. Aún así, con ligeros altibajos, el período de polinización es variable y depende de cada especie, por lo que estas sustancias suelen ocasionar complicaciones durante todo el año.
A esto se agrega que las variaciones de polen en el aire no responden a un único factor medioambiental. La temperatura, la humedad, el viento, la intensidad de luz y las precipitaciones intervienen, en mayor o menor medida, sobre la biodisponibilidad de este aeronavegante. Al fin y al cabo, todos estas variables contribuyen al éxito reproductivo de las plantas. Una función que resulta prioritaria para cualquier organismo vivo sobre el planeta. En este marco, no es de sorprendernos que la producción, liberación y dispersión del polen fluctuén en torno a condiciones meteorológicas óptimas. Pero sí, antagónicamente, hemos de reflexionar sobre los posibles consecuencias del cambio climático sobre la salud humana.
El cambio climático: luz verde para el polen
Para ponerlo en números crudos, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, en inglés), situado en Colorado, Estados Unidos, informó acerca de un aumento del 48% de la concentración de CO2 en la atmósfera desde los inicios de la revolución industrial hasta la actualidad. Paralelamente, este centro de investigación sobre gases invernaderos, destacó que la escalada del CO2 trajo aparejado una subida de la temperatura global equivalente a 1.8°C. Si bien esta cifra parece menor, los efectos de pequeños cambios de temperatura no son en absoluto despreciables. Aumentos prolongados de las temperaturas desestabilizan el delicado equilibrio natural y predisponen a un sinfín de fenómenos que afectan el bienestar general.
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Ahora bien, ¿cómo repercuten estos cambios climáticos sobre el polen y las alergias? Previo a la dispersión de este aeroalergeno, el CO2 y la temperatura juegan un rol fundamental sobre su producción y liberación. Para empezar, las altas temperaturas modifican los tiempos de floración. En combinación con los elevados niveles de CO2, se prolongan las temporadas de polen y la cantidad como la alergenicidad de los granos aumentan, según afirma un artículo de Nature Communications, publicado este año.
Una vez que el polen está en suspensión, otros factores ambientales toman relevancia en la escena. Las precipitaciones, en especial, pueden favorecer la deposición del alérgeno en el suelo, otorgando un verdadero descanso a las personas alérgicas. Empero, las lluvias también generan el efecto opuesto. Conocido como asma por tormenta, las fuertes precipitaciones rompen los granos de polen en diminutas partículas, que dado su tamaño y conncentración en el aire pueden provocar síntomas inflamatorios intensos en aquellos individuos sensibilizados. Al respecto, una publicación de la revista Lancet, del 2022, señala que es probable que el riesgo de episodios de asma por tormentas se incremente en el futuro, ya que el cambio climático predispone a patrones meteorológicos erráticos y una mayor biodisponibilidad del polen.
No es un mito sino pura realidad. El clima del planeta está cambiando y tiene un impacto cada vez mayor en nuestras vidas. En ese sentido, hablar de alergias respiratorias agudas por temporadas más largas e intensas de polen constituye un pequeña parte de un fenómeno mucho más complejo que es necesario visibilizar y afrontar en conjunto.