Racismo en España: ni panchita ni machu pichu, soy latinoamericana
Es imposible negar que en España hay un racismo cotidiano y una discriminación que atentan contra el bienestar de muchas personas. Hay que denunciarlos y defender un cambio; falta educación y reconocimiento.
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LatinAmerican Post | María Fernanda Ramírez Ramos
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Soy mujer, soy latina, soy colombiana y vivo en España, y como le sucede a tantas personas, sobre mí pesan una serie de imaginarios y estereotipos asociados a mi lugar de nacimiento o a mis rasgos físicos. Y es verdad, nunca he sido atacada en la calle o recibido insultos a gritos. Sin embargo, hay una discriminación cotidiana mucho más sutil, pero también dolorosa.
Las mujeres latinoamericanas, y también las africanas y asiáticas, sufrimos de una hipersexualización constante. "Las mujeres con sangre caliente como tú"; "lo cariñosas y calientes que son las latinas" o "ya le conté a todos mis amigos que tengo una colombiana de vecina para que vengan a conocerla" son tres frases con las que me he topado. A esto se suma una constate “fiscalización” sobre mi relación, sobre mi amor. Mi pareja es española y ya he perdido la cuenta de cuántas veces he recibido insinuaciones sobre mi interés por "los papeles", la "nacionalidad o "el dinero". Como si mi amor fuese una mera transacción, como si no fuese posible amar genuinamente para quienes venimos de algún país del "sur global".
También me han hecho chistes sobre si vendo drogas o si me pienso ir sin pagar porque "así somos los colombianos". Me han analizado innumerables veces mi rostro para dictaminar si soy lo suficientemente blanca para pasar por española, como si eso fuese una virtud. He escuchado a personas decir "no te juntes con machu pichus" o "lo peligrosos que son los moros". He visto cómo hay quienes se levantan de un bus para no sentarse al lado de una persona negra y he escuchado las historias de personas que sufren para alquilar un apartamento por ser africanos o latinoamericanos.
¿Es España un país racista? Es una pregunta que ha rondado por los medios de comunicación, las redes sociales y las conversaciones cotidianas durante los últimos días. Los ataques contra el futbolista Vinicius Junior han puesto el foco sobre este tema. Por las redes sociales y los medios de comunicación han surgido innumerables debates al respecto y muchas personas se han animado a contar sus vivencias. Artículos como "Panchita de mierda" de la peruana Gabriela Wiener o "El racismo marca la cotidianidad de los que no somos blancos en España" del cubano Abraham Jiménez Enoa cuentan cómo el racismo es algo cotidiano y está más normalizado de lo que quieren aceptar muchos españoles.
Lo cierto es que el racismo en España no es un tema nuevo. No me gustan las generalizaciones, porque creo que son peligrosas y simplifican los análisis de cuestiones complejas. Sin embargo, es evidente que en España hay un problema de racismo, xenofobia e islamofobia. Basta con darle una ojeada a los resultados de las pasadas elecciones. Si un partido abiertamente machista, racista y xenófobo como VOX se ha convertido en la tercera fuerza electoral, triplicando su número de concejales, es porque un amplio sector de la población comparte su visión. Tampoco hay que olvidar que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ganadora por mayoría absoluta, recurre frecuentemente a un relato islamófobo en sus discursos. Incluso, ha llamado "la España perdida" a los siglos en los que reinos musulmanes tenían sus dominios en la actual España (que para ese entonces no existía como nación). Lo curioso es que justamente en ese periodo se dio un enorme florecimiento artístico, arquitectónico y del conocimiento, en general, que perdura hasta hoy.
El racismo en España no solo está en las calles, en las aulas o en los bares, también hay un racismo institucional muy evidente. Basta con ir a una oficina de extranjería para darse cuenta del trato diferencial y despectivo que muchas personas reciben. En España, hay miles de personas que, a pesar de llevar viviendo años en el país, no tienen derecho a votar ni plenos derechos ciudadanos. Así lo denunciaron Viviane Ogou, presidenta de la organización Puerta de África, y Safia El Aaddam, escritora y activista, en la pasada jornada electoral. Asimismo, hay investigaciones que denuncian las políticas de criminalización que se extienden por la Unión Europea para atacar a las defensoras de los derechos humanos de los y las migrantes. El docuweb "Defensoras en el laberinto" explica muy bien esta situación. Y ni hablar de las políticas fronterizas, con sus devoluciones en caliente y violación a los derechos humanos.
Parece que cuando se habla y se denuncian estos temas, se están haciendo ataques imperdonables. "Vete a tu país", "vete de España entonces" o "qué haces acá" son comentarios que se leen en los perfiles de quienes han decidido contar sus historias de discriminación y racismo. Hoy España es mi hogar y muchos españoles se han convertido en mi familia y amigos, y por eso sé que quienes se ofenden cuando se señalan estas situaciones son personas que no quieren reconocer una realidad. Y como toda realidad, no es la única, pero está mal hacer la vista a un lado.
Una cuestión de hipocresía
No se puede acabar con el racismo si no se reconoce que existe y que causa sufrimiento a millones de personas. Vivimos en un mundo con un racismo generalizado y es hipócrita negarlo o mantenerse indiferente. Sobre dicho racismo se han construido unas estructuras que fomentan desigualdades profundas en el mundo. El sistema mundial predominante pone un valor a las vidas en una escala de jerarquías, donde el color de la piel, el lugar de nacimiento, la educación, el sexo y la cantidad de dinero determinan tu lugar en esa escala.
Si en España han llamado a Vinicius mono, en Colombia le han dicho gorila y simio a Francia Márquez y en Brasil el expresidente Bolsonaro llamó menos humanos a los pueblos indígenas. Son innumerables los ataques racistas que también tienen sitio en Latinoamérica, donde muchos países han construido un imaginario alrededor de lo blanco, o mestizo, como lo superior. Finalmente, ese es el fundamento del racismo, un invento para sostener estructuras de dominación.
Me niego a aceptar que en el mundo existan categorías para definir el valor de cada persona; que el color de la piel y nuestros rasgos físicos sirvan para clasificarnos; o que los discursos de odio avancen con fuerza. Me niego a responder a los moldes que me quieren atar. Creo que lo sucedido con Vinicius es una oportunidad para que reflexionemos sobre el racismo y la discriminación en nuestro entorno más cercano y que alcemos la voz para rechazarlos, pero también es una oportunidad para que aprendamos a callar y a escuchar a las personas que más sufren por el racismo. Hay que reconocer nuestros privilegios y ceder en ellos para conseguir sociedades más justas y equitativas. ¿De qué lado de la historia queremos estar?