Deportaciones en América Latina dejan mascotas varadas mientras refugios en EE.UU. suplican ayuda

A medida que se aceleran las deportaciones en Estados Unidos, una crisis más silenciosa crece en jaulas y perreras. De Miami a Los Ángeles, los refugios de animales se están llenando de perros, gatos e incluso gallos abandonados cuando las familias son detenidas o expulsadas. Los directores describen desgarro emocional, aumento de costos y súplicas que no pueden atender: prueba de que la política migratoria ahora tiene un daño colateral de cuatro patas.
Un refugio al límite
En el extremo oeste de Miami, la misión Adopt and Save a Life Rescue mide el tiempo por el sonido del teléfono. Cada llamada trae la misma historia contada con otra voz: un perro esperando junto a una puerta cerrada, un gato maullando en un apartamento vacío, un gallo atado a una cerca tras una despedida apresurada.
“Ya teníamos muchos problemas con personas que abandonaban a sus mascotas por desalojos o mudanzas”, dijo a EFE la directora Daymi Blain. “Pero desde hace unos seis meses recibimos muchas más llamadas—completamente diferentes—de gente diciendo: ‘Mis padres se fueron, fueron deportados, están detenidos'”.
En los últimos meses, su refugio ha recibido al menos 19 mascotas directamente relacionadas con dueños deportados—perros, gatos y aves—a lo que se suma el flujo constante de entregas habituales. La instalación está al máximo de su capacidad: más de 50 perros, más de 30 gatos y “docenas más en camino”, dijo Blain a EFE.
Para hacer frente, el personal convirtió un establo y tres remolques en perreras improvisadas, elevando la factura eléctrica a 1,200 dólares al mes. Blain admite que a veces deja llamadas sin contestar. “Los reportes llegan todos los días, todos los días—miles de llamadas, tantas llamadas”, dijo. “A veces ni contesto porque no puedo ayudar. Entonces los publico en redes sociales para ver si otros refugios pueden ayudar”, agregó a EFE, con la voz desgastada entre el cansancio y la determinación.
Cuando la deportación toca, las mascotas se quedan atrás
El aumento en Miami no es único. Refugios en el condado de Broward y Tampa reportan la misma presión, al igual que organizaciones en Texas, Nueva York, Nueva Jersey, Tennessee y California, según reporta EFE. El patrón es cruelmente simple: cuando una deportación llega sin aviso, las mascotas quedan abandonadas.
En Los Ángeles, agentes de inmigración detuvieron recientemente al joven chileno Benjamín Marcelo Guerrero Cruz, de 18 años, mientras paseaba a su perro. Más tarde, familiares encontraron al animal abandonado, informó EFE. En Dallas, Saving Hope Rescue publicó el caso de un hombre enfrentando deportación cuya mayor preocupación era qué pasaría con sus perros.
Las organizaciones sin fines de lucro en California intentan adelantarse al problema. C.A.R.E.4Paws está recaudando fondos para abrir un refugio específicamente destinado a las mascotas de migrantes en proceso de deportación, así como animales afectados por violencia doméstica u otras crisis. “Cuando la gente atraviesa estos momentos difíciles, lo último de lo que deberían preocuparse es de qué pasará con sus queridas mascotas”, dijo en un comunicado la cofundadora Isabel Gullö, citado por EFE.
La oleada detrás de la oleada
La presión sobre los refugios refleja la magnitud de las medidas. En los primeros 200 días de la administración Trump, las autoridades estadounidenses arrestaron a más de 352,000 inmigrantes indocumentados. Deportaron a 324,000—un promedio de 1,620 expulsiones diarias—según cifras del Departamento de Seguridad Nacional reportadas por EFE.
Para los refugios, estos números se traducen en picos impredecibles: una familia desaparece en un fin de semana; un casero llama al control de animales cuando un cachorro llora en un apartamento vacío; una camada de gatitos es entregada por parientes que no tienen los medios ni el contrato de arrendamiento para quedarse con ellos.
La repentina situación es lo que rompe el sistema. Las adopciones toman semanas. Las redes de acogida deben construirse casa por casa. Citas veterinarias, cupos para esterilización, traslados—ninguna de las logísticas que mantienen el rescate humano puede improvisarse de un día para otro. Incluso lo básico—ventiladores, sombra, jaulas—escasea.
“Necesitamos mucha ayuda de voluntarios, de gente dispuesta a cuidar perros en sus casas porque no tenemos espacio”, dijo Blain a EFE. “Necesitamos comida, arena, ventiladores y techos para los animales porque no los tenemos—están en jaulas con un ventilador. Hemos sobrepasado la capacidad que podemos recibir”. Sus palabras caen planas pero pesadas: no queda más espacio.

EFE
Cómo sería una respuesta humana
Algunas soluciones no requieren reescribir la ley migratoria. Las comunidades pueden crear redes de acogida de emergencia, utilizando iglesias, escuelas y lugares de trabajo para alojar animales temporalmente. Los refugios pueden coordinar los registros; los donantes pueden cubrir gastos de comida y veterinarios.
Los gobiernos locales pueden implementar protocolos de “pausa en el reloj”, dando a los detenidos la oportunidad de designar cuidadores antes de que proceda la deportación. Filántropos y empresas pueden financiar las facturas poco atractivas pero esenciales—servicios, perreras, techos—que mantienen a los animales a salvo.
La información también importa. Clínicas legales y grupos de defensa de inmigrantes pueden distribuir guías multilingües mostrando a las familias cómo prepararse: designar cuidadores de respaldo, guardar historiales médicos, preparar kits de emergencia para mascotas si el hogar es interrumpido.
Nada de esto resuelve la política de deportación. Pero sí acepta una verdad fundamental: una mascota es familia, y la familia no debe ser abandonada en la frontera de la política.
Para el equipo de Blain, el llamado de ayuda es claro. “Necesitamos voluntarios”, dijo a EFE. “Necesitamos gente que cuide perros en sus casas porque no tenemos espacio. Necesitamos ventiladores. Necesitamos techos. Necesitamos comida”.
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Por cada perro abandonado junto a una puerta, por cada gato llorando en una habitación vacía, cada acto de cuidado es una promesa cumplida. En una temporada de incertidumbre, también es un recordatorio de que la compasión no termina en las perreras. Comienza con negarse a tratar a los animales como desechables cuando las personas se ven obligadas a marcharse.