VIDA

El maestro brasileño Salgado es recordado en una sobrecogedora exposición sobre el trabajo

La muestra, concebida como un homenaje a Sebastião Salgado en vida, abrió sus puertas en las calles de Río cinco días después de su fallecimiento. Dentro de la Casa Firjan, las epopeyas en blanco y negro ahora se leen como cartas de despedida de un hombre que convirtió el sufrimiento en una belleza inolvidable.

Nubes, cámaras… y una elegía inesperada

La noche de la inauguración debería haber sido triunfal. En su lugar, la lluvia golpeaba el techo de vidrio de la Casa Firjan, apagando el patio mientras los visitantes desfilaban junto a una única vela encendida por Salgado. Los curadores habían pasado meses preparando una celebración; el destino entregó una vigilia. En la primera sala, los mineros de Serra Pelada miraban fijamente desde enormes impresiones, con sus cuerpos cubiertos de barro y sudor. El jubilado Francisco Oliveira dijo a EFE que sintió “un nudo en la garganta… porque uno se da cuenta de que el fotógrafo ya no está, pero esos ojos aún hablan”.

Académicos del Archivo Visual Latinoamericano alguna vez llamaron a Salgado una consciência visual, una conciencia con lente. Como antes lo hiciera W. Eugene Smith, despojó al trabajo documental de su glamour y lo reemplazó con una urgencia moral. Afuera, el trueno retumbaba sobre las colinas de Río, y los asistentes susurraban que hasta el cielo parecía haberse dado cuenta.

Los trabajadores en primer plano, el mundo en la sombra

El corazón de la exposición es Trabalhadores (Trabajadores). Ciento cuarenta y nueve fotografías —impresas por la colaboradora de siempre y esposa de Salgado, Lélia Wanick Salgado— se despliegan como una sinfonía gótica del trabajo. Cortadores de caña de azúcar blandiendo machetes en Cuba; madres ruandesas cosechando frijoles con bebés amarrados fuertemente a la espalda; trabajadores petroleros kuwaitíes tambaleándose entre campos en llamas. Cada imagen da testimonio de lo que el International Journal of Photojournalism Studies describe como “precisión antropológica unida a una composición épica”.

Aquí no hay color que distraiga: solo una luz sombría que rebota sobre el sudor, la piel y el humo. El fotógrafo dijo alguna vez que buscaba “la dignidad del trabajo duro, incluso cuando el trabajo rompe el cuerpo”. Los espectadores se retiran comprendiendo que economías enteras se sostienen sobre estos hombros anónimos. Si las imágenes de Salgado persiguen, también humanizan: convierten estadísticas sin rostro en vecinos que ya no podemos ignorar.

EFE/ Antonio Lacerda

De economista a testigo global

Pocos recuerdan que Sebastião Ribeiro Salgado, nacido en Aimorés en 1944, obtuvo primero títulos en economía. Fue Lélia quien puso una cámara en sus manos antes de un viaje a África en los años setenta, encendiendo una pasión que eclipsaría para siempre las hojas de cálculo. Para la década de 1980, ya fotografiaba para Gamma y Magnum, inmerso en hambrunas, guerras y campos de refugiados.

Series como Otras Américas, Sahel, Migraciones y más tarde Génesis ampliaron su enfoque del trabajo al paisaje, pero su misión nunca cambió: dar visibilidad a lo invisible y confrontar a los cómodos. Cuando le preguntaron por qué prefería el blanco y negro, respondió a los periodistas: “El color es un disfraz. Al quitarlo, queda la verdad”.

En 2010 contrajo malaria durante una asignación en el Congo. Las complicaciones derivaron en leucemia, y el 23 de mayo de 2025—horas antes de que esta misma exposición terminara de ser montada—Salgado murió en París a los 81 años. Los carteles de la muestra ya estaban impresos; ninguno llevaba el lazo negro que ahora los adorna.

Una exposición se convierte en testamento

Curada por Lélia y ofrecida de forma gratuita hasta el 21 de septiembre, la exposición organiza las imágenes según temas elementales—Tierra, Agua, Fuego y Aire—recordándonos que cada trabajador lucha tanto contra el planeta como contra la pobreza. Investigadores del Centro de Estudios de Imagen Brasileña destacan cómo Salgado siempre conectó microhistorias con fuerzas macro: el gesto de un palero de carbón refleja la demanda energética global; las manos encallecidas de un cafetalero anticipan gráficos del mercado.

Los visitantes se detienen más tiempo frente al gran panel de los mineros de Serra Pelada, formando un hormiguero humano sobre una pared de lodo de 50 metros. Algunos secan lágrimas; otros toman fotos, quizá conscientes de que el hombre que captó ese retrato ya no está para responder preguntas.

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En rincones en silencio, las conversaciones giran hacia el legado. ¿Habrá futuros fotógrafos dispuestos a enfrentar la malaria, las zonas de guerra y décadas de viaje para mantener la honestidad del testimonio? Salgado creía que las imágenes podían impulsar políticas, y solía citar cómo su trabajo en Sahel motivó ayuda humanitaria en los años 80. La exposición, pensada como un homenaje a mitad de carrera, se ha transformado en un pacto: toma la cámara, sigue mirando, sigue importándote.

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