VIDA

El Regreso de las Jorobadas en Brasil: Gigantes que Saltan, Canciones que Resuenan y una Costa que Celebra su Retorno

Donde antes los arpones silenciaban gigantes, hoy los cielos invernales de Río de Janeiro retumban con los chapoteos de ballenas jorobadas emergiendo frente a la costa. Las costas de Brasil ya no son cementerios, sino teatros, donde la ciencia, la supervivencia y el samba convergen en una deslumbrante recuperación marina.

De los Arpones a la Esperanza en la Autopista de la Migración

Cada julio, cuando el frío antártico empuja los bancos de kril hacia el sur, otro ritmo comienza a latir frente a la costa brasileña. Ballenas jorobadas —unas 40 toneladas de músculo y gracia— inician su viaje hacia el norte, cambiando zonas de alimentación por criaderos. En el corazón de este corredor migratorio está Río de Janeiro, donde las aletas reflejan el sol junto a los veleros, y cada aparición en la superficie provoca tanto ovaciones como asombro.

El biólogo marino Guilherme Maricato, del Instituto Baleia Jubarte, ha pasado años siguiendo estos avistamientos —no por espectáculo, sino por ciencia. “Cada ballena nos cuenta una historia”, dijo a EFE desde la Bahía de Guanabara, mientras preparaba una lancha equipada con drones e hidrófonos. Hace treinta años, apenas había 1,400 ballenas en la costa brasileña. ¿Hoy? Casi 25,000. Ese asombroso repunte se debe a la moratoria global sobre la caza comercial de ballenas de 1986, a las restricciones de velocidad para barcos y a la decisión de Brasil de declarar el archipiélago de Abrolhos, en Bahía, como área protegida de reproducción.

Cada salto, dijo Maricato, no es solo un acto de alegría, sino un símbolo de resiliencia—una señal de que estas aguas, antes teñidas de sangre y aceite, ahora vibran con vida y posibilidad.

Canciones Bajo las Olas y Samba en la Cubierta

En la superficie, barcos llenos de turistas se agolpan para capturar la foto perfecta de una cola contra los acantilados del Pan de Azúcar. Pero bajo las olas ocurre el verdadero espectáculo: el sonido.

La ecóloga del comportamiento Liliane Lodi, que estudia cetáceos en Río desde los años 80, describe la serenata submarina de las jorobadas como “jazz líquido”, con cada macho tejiendo melodías que se transmiten entre grupos a lo largo de los océanos. Su equipo baja hidrófonos que capturan sinfonías subacuáticas que ayudan a trazar rutas migratorias de miles de kilómetros. “Estas canciones son mapas vivos”, explicó. “Y cada año, la melodía evoluciona”.

Estas grabaciones no se quedan en los laboratorios. Sirven para guiar a los equipos de drones que monitorean la salud a través de escamas de piel, cicatrices de hélices y comportamiento de crías. La semana pasada, investigadores documentaron una madre y su cría acompañadas por delfines juguetones —prueba de que no solo regresan las ballenas, sino también las complejas cadenas alimenticias que giran a su alrededor.

Hoy en día, los operadores turísticos promocionan las noches de “Samba con los Gigantes” —parte fiesta, parte peregrinación natural. Pero son los científicos, con auriculares puestos y ojos cerrados, quienes perciben el ritmo más profundo: una costa que vuelve a encontrar armonía.

Aguas Frágiles Bajo la Ovación

A pesar de la celebración, los peligros acechan justo bajo la superficie.

Una joven jorobada, encontrada enredada y sin vida en la playa de São Conrado, mostraba profundas heridas por sedal de pesca. Fue solo uno de tres casos de emergencia este mes, con otros rescates cerca de Ilhabela y Ubatuba. La guardia costera, armada con cuchillos y redes, se ha convertido en una especie de unidad de emergencias para ballenas.

Y luego está la guerra sutil del sonido. Los tanqueros que entran al puerto de Río emiten un ruido submarino que ahoga la comunicación de las ballenas —especialmente durante el cortejo. La Marina de Brasil ha propuesto zonas de velocidad reducida durante la temporada para disminuir el riesgo de colisiones, una política similar a la implementada por EE.UU. y Panamá. Pero la aplicación sigue siendo irregular. “Los capitanes tienen presión por cumplir con los plazos de entrega”, comentó Lodi. “Pero un solo choque mata a la ballena y puede dejar fuera de servicio a un barco por días”.

Los mares que se calientan pueden ser una amenaza aún más difícil de controlar. A medida que aumentan las temperaturas oceánicas, los bancos de kril —alimento básico de las ballenas— se desplazan. Un desfase de solo unas semanas podría dejar crías desnutridas o grupos confundidos que lleguen demasiado tarde para reproducirse. “El regreso de hoy”, advirtió Maricato, “podría estancarse mañana si no nos adaptamos tan rápido como lo hacen las ballenas”.

EFE/ André Coelho

Pescadores, Niños y los Guardianes del Regreso

Nada de esto sería posible sin lo que los conservacionistas llaman el “eje humano”: las personas que vinculan la ciencia, la tradición y el cuidado del medio ambiente.

Pescadores locales, antes rivales de los gigantes, ahora patrullan las aguas como “centinelas” armados con cámaras impermeables y cuadernos de campo. A cambio de datos, el instituto les enseña técnicas de pesca seguras para ballenas que reducen las capturas accidentales. Antônio Silva, un patrón de Saquarema, confesó a EFE: “Antes pensaba que las ballenas robaban mi pescado. Ahora me traen turistas. Han salvado mi barco”.

Mientras tanto, en las favelas de las colinas de Río, los niños conocen a una cría inflable de tamaño real durante talleres de biología marina. Algunos sueñan con ser científicos de ballenas —una idea impensable cuando sus padres solo veían el mar como ruta de contrabando o fuga lejana. “Los niños entran arrastrándose en esa ballena inflable y salen haciendo preguntas que nadie en su familia se había hecho”, comentó Lodi entre risas.

El gobierno, impulsado por el auge del turismo, planea ampliar las áreas marinas protegidas para 2028. Pero los científicos insisten en que la aplicación de normas y una planificación marina cuidadosa —especialmente en torno a turbinas eólicas— deben ir a la par. “La energía renovable no puede hacerse a costa de las ballenas”, subrayó Maricato. “Tenemos que trazar cables y puertos considerando sus corredores”.

Al acercarse el fin de julio, la bahía se torna dorada al atardecer. En un pequeño barco de investigación, los hidrófonos emiten algo nuevo: un dúo de notas desconocidas, una grave, otra aguda. Lodi se quita los auriculares y sonríe. “Eso es cortejo”, susurra. “Todavía están cantando”.

Un yate turístico cercano baja sus velas. Los teléfonos se alzan en silencio reverente. Una aleta negra se arquea, una cola blanca resplandece, y el agua salpica como champán al atardecer. Por un momento, una ciudad famosa por el espectáculo se detiene —no por samba ni fútbol— sino por la gran danza lenta de los gigantes que han elegido regresar a casa.

Lea Tambien: Las noches del Hudson brillan con fuerza mientras Sunset Salsa convierte Nueva York en una pista de baile latina

Créditos: Reportaje basado en entrevistas con Guilherme Maricato, Liliane Lodi y científicos del Instituto Baleia Jubarte, con datos adicionales de EFE, la Marina de Brasil y archivos de la Comisión Ballenera Internacional.

Related Articles

Botón volver arriba