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3 razones para ver Élite, la nueva serie de Netflix

La serie española, que encuentras en Netflix, se desentiende de estereotipos adolescentes desarrollados en producciones anteriores y asume riesgos

3 razones para ver Élite, la nueva serie de Netflix

La fuerte campaña de expectativa para la serie española Élite daba lugar a sospechas: ¿sería el reencauche del concepto Rebelde? Y esto, en especial, por una foto en que los adolescentes personajes (encarnados por actrices y actores un poco más crecidos, ya se sabe) están unos sobre otros, mirando a la cámara, en la mejor pose de modelos. Ni la aparente sangre que cubre sus manos me dio algo más para pensar. Pero hubo otra que me hizo dudar del primer juicio: los mencionados personajes, cual tropa enfilada, miran hacia un punto distante, sin referencia especial, ignorando a los espectadores. 

Más allá de la música de moda, del sexo, de las drogas, de los cuerpos bonitos y de que, en el fondo, esta historia, con los mencionados elementos, se ha contado ya de diversas maneras, hay que decir que Élite es una producción de respeto.

La historia creada por Darío Madrona y por Carlos Montero se mueve ágilmente para narrar las aguas mansas de una situación social que es común a muchos lugares del globo, a pesar de lo que ha indicado Madrona como una apuesta fundamental: “queríamos hablar de la España de ahora, de este momento”. Ciertamente, cumplen con este cometido, pero es muy difícil no encontrar puntos de identificación entre lo que pasa en la Patria de don Felipe con ambientes en Medellín, en Punta del Este, en Guadalajara, en Rangún o en Zagreb.

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1. El encuentro de clases

Hay tres elementos de la historia de Élite que merecen ser destacados. El primero es la narración de lo afectivo entre integrantes de clases sociales diferentes que se detestan, se rechazan y se temen mutuamente. Montero y Madrona bien pudieron beber de una obra antecedente: Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, publicada en 1966 (hace más de cincuenta años, en plena movida de la Guerra Fría), que relata los amores interesados, en primera instancia, entre la burguesa Teresa y el marginado Manolo, el Pijoaparte.

En Élite ellos y sus mundos vuelven, pero actualizados: ya no con discursos políticos, sino con celulares de alta gama, parrandas juveniles con luces navideñas y fiestas de beneficencia en cavas. Las apariencias y sus símbolos sirven para guardar (literalmente) secretos importantísimos que determinan juegos de poder muy peligrosos; el deseo de escapar del establecimiento se desarrolla básicamente con el mismo sentido, con más o menos detalles diferentes y acierto, tanto entre los pijos (una de las palabras más empleadas en la serie) como entre los periféricos. Cada una de las parejas o de los tríos que propone la serie, muestra un fragmento de la tensión entre clases.

Para enfatizar la complejidad de la misma, casi ninguno de los personajes está pintado de un único color ni se mantiene en una única situación. Por ejemplo, el niño rico, rubio y con cara cuadrada (al mejor estilo Hollywood, nada qué hacer) puede saltar, sin problemas, del rechazo y del deseo de venganza contra los “instrusos” que invaden su colegio a una atracción aparentemente genuina hacia una chica perteneciente a esa masa de indeseables. Un problema de Élite es que esto (y situaciones similares) pasa tan deprisa que en ocasiones no resulta muy verosímil.

2. El sistema educativo

Dado que no se presenta como un mero escenario de calenturas de doncellas y donceles, el segundo elemento es que la serie le apuesta a una crítica directa al sistema educativo. Los primeros minutos del primer capítulo lo dejan claro: uno de los personajes pobres que acude al colegio de ricos se ve forzado a hacerlo porque un potentado (que por obra y gracia del guión entrará en directa relación con él en más de una forma) mal gestionó la construcción de su escuela de barrio, la cual se vino al suelo.

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Sin embargo, no solamente es cuestión de un problema de infraestructura: no es tanto que los estudiantes no se preocupen por sus estudios (en Élite, curiosamente, algunos de ellos lo hacen, y demasiado), sino que los profesores no logran andar al ritmo de sus vidas reales, hasta el punto de que, en vez de involucrarse positivamente en ellas, toman el camino contrario, en dilemas éticos complejos que son narrativamente interesantes, aunque pudieron desarrollarse más.

Por cierto, esa tarea por parejas que deja el profesor del grupo no le aportó a la trama mucho que digamos.

3. La interculturalidad

Finalmente, el contexto de los musulmanes encarnado en Nadia, la muchacha musulmana del grupo, y en su familia de migrantes palestinos radicados en España, es particularmente complejo y presentado por los autores de la serie de varias formas. Si bien en Élite el asunto del uso del hiyab en el colegio se trata de manera un poco ligera, en ella hay un esfuerzo por presentar especialmente la situación del adolescente que pertenece a un grupo minoritario en una comunidad, conectada con la de quienes constituyen su grupo cercano: al parecer, en nuestro mundo, y hoy más que nunca, un adolescente es un adolescente sin importar si es creyente o no, si es de tal o cual religión.

Para Nadia y para su hermano Omar, sus ideas, sus sentimientos y sus creencias entran en fuerte conflicto con lo que su fe y sus mayores esperan de ellos muchísimo más que en el caso de las familias de sus compañeros y amigos, pertenecientes a la cultura predominante, quienes no se cuestionan tanto como ellos acerca de sus propias realidades.

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Nadia, caso aparte, acumula más peso dramático debido a su condición de creyente convencida, de juiciosa estudiante (por motivos muy dicientes) y de devota hija y hermana, eso sí, sin perfecciones. Creo que, en el mayor riesgo asumido por Élite, el tan mal conocido y criticado ambiente musulmán, salvo ciertos detalles, es contado con equilibrio, procurando mostrarlo conformado por seres humanos más que por estereotipos. Omar y Nadia, a mi juicio, son los personajes más interesantes de la serie y aquellos a los que la audiencia debería prestar más atención.

Más allá del hecho dramático alrededor del cual gira toda la primera temporada de Élite, su mensaje más pesado, el más difícil de tragar por la forma en que es mostrado y el más importante de abordar como reflexión y acción social, es la forma como las clases pudientes asumen o rechazan sus privilegios, junto a los códigos con los que los manejan, a veces laxamente, a veces por desencanto y a veces hasta la lealtad más monstruosa. A esto se suma la forma en que quienes no pertenecen a aquellos círculos entran en ese juego. Por lo visto, alegrémonos: Élite es adolescente, pero no es Rebelde.

 

 

LatinAmerican Post | Carlos Novoa Pinzón
Copy edited by Marcela Peñaloza

 

 

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