El retrato de un artista psicópata en ‘La casa de Jack’
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En clave de comedia, la última película de Lars von Trier muestra distintos episodios en la vida de Jack, un asesino en serie americano que siempre se sale con la suya
Nos encantan las películas de asesinatos. Desde la saga de Hannibal Lectern, pasando por Seven o El Zodiaco, hasta la sobreoferta de documentales y series sobre asesinos que tiene Netflix en su biblioteca, nos hemos obsesionado por la figura de aquel que mata a otro humano, a veces con cabeza fría, a veces por la rabia de un momento. Y Lars von Trier lo sabe.
Read in english: The portrait of a psychopathic artist in 'The House that Jack Built'
Que él lo sepa no es un dato curioso, sino un arma peligrosa en las manos de aquel que fue vetado del Festival de Cannes por hacer chistes sobre nazis en la edición del 2012, cuando su película Melancolía se estaba proyectando en la competencia oficial. El regreso de von Trier en la edición del año pasado, como era esperado, causo controversia. Por un lado, están las aproximadamente 100 personas que se salieron de la función con indignación o aburrimiento; por otro, están las grandes ovaciones al terminar la película.
Unas reacciones similares sucedieron cuando vi la película, claro que a la escala de una sala de cine pequeña. Alrededor de 10 personas se salieron a la mitad, en el capítulo en que Jack asesina a unos niños al frente de su madre, casi que afirmando con su caminar “Con los niños, no, ¡por favor!", algo que no se repitió con el gran acto de misoginia, la mutilación de un seno, en el capítulo siguiente. Al final, entre risas, bostezos y gente destapándose los ojos, el público salió con zozobra y sin mirarse a la cara.
Una confesión de un asesino en clave de comedia
La casa de Jack es la historia de, evidentemente, Jack (Matt Dillon), el estereotipo del americano blanco del norte y del psicopata con gafas y problemas obsesivos compulsivos. Se cuenta a manera de confesión de crímenes a un hombre llamado Verge (Bruno Ganz), quien eventualmente revela que es Virgilio, el poeta romano que guía a Dante a través del infierno. En los cinco ‘incidentes’ aleatorios que narra, vamos conociendo cómo Jack es la figura del mal que no tiene límites, ni autoimpuestos ni marcados por la sociedad.
Contrario a la constante crítica moral a la que podría ser sujeto este personaje, von Trier escoge la burla como mecanismo de narración de los asesinatos que comete este hombre, unos pocos de los más de 60 que dice haber cometido. Así, desde el primer incidente, vemos la torpeza del personaje y de las mujeres que decide asesinar, una muestra de la misoginia constante en escena. La primera mujer, aparentemente su primer asesinato, fue una que encontró varada en mitad de la carretera. Después de que él aceptara llevarla, ella empieza a molestarlo con que parece un asesino en serie, que si quería matarla no debía haber hecho tal ni dejarse ver por tal persona. Finalmente, siguiendo el típico guión de razones por las que alguien es psicópata, Jack le da un golpe con un gato para levantar carros después de que ella se burla de su debilidad.
Así, von Trier nos muestra distintos episodios de la violencia más directa, a nivel de mutilaciones, sangre e insultos, mientras usa la cámara rápida o música de los ochenta justo después de una muerte para hacernos reír de la falta de control de Jack. Esta risa no solo viene del efecto de ciertos recursos cinematográficos, sino también de cómo los asesinatos de Jack son lo más inverosímil, tanto por la manera en que decide matar, como por su forma de llevar los cuerpos al congelador donde los ‘colecciona’.
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La violencia y la estética
Paralelo a lo cómico, la película también se construye a partir de la figura del asesino como la del artista. Jack también es un ingeniero con delirios de arquitecto que planea la construcción de su casa perfecta en los intervalos de sus asesinatos. Entonces, a medida que somos testigos de sus matanzas, también nos explica su teoría del arte, de la perfección como justificación para cualquier acto. Además, después de aclarar que claramente no es religioso, da razón a su actitud asesina a partir de la metáfora de William Blake sobre el cordero y el tigre, el epítome cristiano de la mentalidad de cazador y presa.
Este aspecto de la obra da para pensar cuáles son límites del arte, aún más cuando se tratan temas polémicos como el asesinato de niños y la mutilación de mujeres. Más allá de reprobar o aceptar teorías como el arte por el arte o que el arte no necesita justificación, considero que la obra, por más ficción que sea, debe justificarse en el campo público, es decir, político. Así, no es cuestión de juzgar a von Trier unas escenas hiperviolentas, sino de analizar en que contexto fue proyectada la película.
Sí, en Cannes generó polémica, pero es necesario tener en cuenta que es un Cannes en la época del #metoo y de lo políticamente correcto que ha sacado obras de museos, o censurado de alguna forma, como los cuadros de niñas de Malthus en el Moma. Aun así, esa no es la recepción preocupante, sino la de un público común y corriente en algún país, digamos americanos blancos bajo la presidencia de Trump, solo por poner un ejemplo, que vea la película y se sienta justificado (¿o empoderado?) a realizar actos parecidos y no en un plano ficcional.
Es en ese contexto que la proyección de la película debe ser sujeta a un juicio moral, no por las imágenes que presenta, sino por las reacciones peligrosas que puede generar. Vale la pena acordarnos que después del estreno de la Naranja Mecánica, la taza de vandalismo en Inglaterra se aumentó considerablemente, tanto así que Kubrick tuvo que decirle a Warner Bros que dejaran de proyectarla.
Probablemente con La casa de Jack no suceda algo similar, tanto por su tono burlón como por la hiperintelectualización con que construye el personaje, pero igualmente la película no se escapa a poner este debate sobre la mesa.
LatinAmerican Post | Juan Gabriel Bocanegra
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