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Fanáticos Puertorriqueños Acuden en Masa a Vega Baja en una Peregrinación a Bad Bunny

Mientras San Juan vibra con la electrizante residencia de Bad Bunny en el estadio, Vega Baja—el pueblo azucarero que lo vio nacer—permanece como su tranquila historia de origen, donde las campanas de la parroquia, las filas en la caja del supermercado y un cuaderno espiral cosieron el ritmo que hoy sacude coliseos en todo el mundo.

Batas de Coro, Aulas y la Primera Chispa

Mucho antes de que Benito Antonio Martínez Ocasio subiera a escenarios globales como Bad Bunny, caminaba por el pasillo de una iglesia con una sotana blanca, las velas temblando entre sus pequeñas manos. En la Parroquia Santísima Trinidad de Vega Baja, era simplemente Benito—un monaguillo de pocas palabras, cuya madre enseñaba catecismo, y cuya cabeza permanecía inclinada incluso después de la misa.

Miguel García, hoy director de turismo de Vega Baja, lo recuerda claramente. “La fe lo rodeaba”, dijo, señalando la torre de campanas de concreto, ahora enmarcada por puestos de recuerdos. Esa misma iglesia, que aún suena sus campanas a las 6 a.m., se ha convertido en una parada en la nueva “Ruta del Conejo”, una peregrinación para fanáticos del más improbable de los superestrellas globales.

A unas curvas de allí, en el barrio Almirante, se encuentra la Escuela Intermedia Benigno Fernández García. Fue allí, durante un polvoriento show de talentos, donde Benito tomó un micrófono maltrecho y probó su voz ante un público. En la Escuela Superior Juan Quirindongo Morell, el joven que sería el futuro rey del trap rara vez levantaba la voz, pero su pluma no descansaba. “Se sentaba en esta sillita, escribiendo durante toda la clase de español”, dijo la conserje de toda la vida, Nydia Vázquez. “Nadie imaginaba lo lejos que viajarían esos versos”.

Ana Torres, su profesora de literatura, le enseñó los conceptos de metáfora, ritmo y la musicalidad de las palabras. Para Benito, el lenguaje no era solo expresión—era arquitectura. Ya estaba construyendo algo.

Escáneres, SoundCloud y el Coro del Cajero

Tras graduarse en 2012, Benito se matriculó en clases de comunicación audiovisual y consiguió trabajo empacando compras en Econo Plaza, un supermercado a orillas de la Carretera 2. Las puertas automáticas aún conservan una placa: Donde todo comenzó.

Adelissa Vélez, la gerente de recursos humanos que lo contrató, recuerda la entrevista. “Respondía suavemente, pero me miraba directo a los ojos”, dijo a EFE. “Se notaba la disciplina”. Sus compañeros se burlaban de sus cortes de pelo cambiantes y su inseparable hoodie, pero también notaban que no dejaba de tararear. ¿Y cuando sus primeras canciones aparecieron en SoundCloud en 2015? Las bocinas del almacén las tocaban en repetición.

Benito pasó de empacador a cajero rápidamente—serenando a los clientes entre escaneos de arroz y yuca. Su voz, su cadencia, su picardía—todo lo que hoy escuchamos en “Tití Me Preguntó” o “Yo Perreo Sola”—ya resonaba entre los pasillos y los pitidos del escáner.

Para 2016, cuando logró su primera gran presentación, Benito no se olvidó de sus raíces. Regaló cincuenta boletos a sus antiguos compañeros de trabajo. “Le gritamos las letras de vuelta”, dijo Vélez. “Ya nos las sabíamos antes que salieran en la radio”.

El Chico de Playa de Vega Baja Triunfa

Ese concierto fue en el Festival Gastronómico de Vega Baja, celebrado en Playa Puerto Nuevo, una playa conocida por sus formaciones de piedra caliza y el oleaje del Atlántico. En el escenario, entre empanadas fritas y bajos retumbantes, Benito se transformó.

“Se subió, y los adolescentes corrieron al frente como si fuera una revolución”, recordó García, riendo. “Hasta los padres los siguieron”.

La playa luego serviría como telón de fondo para varios videos musicales de Bad Bunny, incluyendo “Estamos Bien” y “La Jumpa”. No era solo escenografía—era biografía. Ese tramo costero había alimentado su imaginación desde niño.

Con su fama disparada—“Soy Peor” escalando las listas, Un Verano Sin Ti dominando audífonos—Vega Baja comenzó a documentar su orgullo. Un mural en el centro, pintado por Urban Russian Doll, muestra a Bad Bunny junto a leyendas puertorriqueñas: Iván “Pudge” Rodríguez, Vanessa García y el sapo concho, en peligro de extinción. La ciudad, antes conocida por sus huertos cítricos y caña de azúcar, se rebautizó como “La Ciudad del Melao-Melao”—dulce como miel, igual que el chico que siguió siendo dulce, incluso con la fama mundial.

EFE/Thais Llorca

Luces de Estadio y Ecos de Pasillo

Su más reciente regreso a casa—la residencia de 15 noches “No Me Quiero Ir De Aquí”—ha convertido a San Juan en una fiesta continua. Pero cada show comienza con algo silencioso: imágenes de archivo de Vega Baja. La iglesia. El salón. El supermercado. Es la manera de Benito de decir: Ustedes ven los fuegos artificiales, pero esta es la chispa.

Y allá en Vega Baja, esa chispa aún brilla. Turistas ahora se suman a recorridos guiados que siguen sus pasos de adolescente: el altar, el pupitre, el estacionamiento donde una vez recogía carritos bajo el sol caribeño. Terminan el recorrido en Playa Puerto Nuevo, donde a los visitantes se les entregan audífonos para escuchar la brisa del mar mezclada con ritmos de trap y ambición de pueblo.

Los antiguos maestros conservan reliquias con cariño. Nydia Vázquez aún cuida el escritorio donde escribía versos. La jefa de recursos humanos, Vélez, tiene enmarcada su solicitud de empleo. “La tengo cerca del calendario”, dijo, “para nunca olvidar dónde comienzan los sueños”.

Fuera del supermercado, un hombre mayor se apoyaba en un carrito la semana pasada y asintió hacia las colinas. “El chamaco se fue bien lejos”, dijo. “Pero el corazón se le quedó aquí”.

Y tal vez esa sea la verdad callada que se esconde entre los conciertos estruendosos y los atuendos de diseñador. Quizás el título No Me Quiero Ir De Aquí no sea solo nostalgia—sino una promesa. Porque cada vez que un verso retumba en un estadio, o un nuevo éxito suena en un kiosco playero, Vega Baja también lo escucha.

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Es un recordatorio de que la grandeza puede florecer entre himnarios y carritos de compra, y que incluso los íconos globales llevan una melodía del hogar guardada en algún rincón de su hoodie.

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