VIDA

Las botellas de plástico están asfixiando a Centroamérica —y cada una cuenta una historia

Desde los pueblos pesqueros de Nicaragua hasta los manglares de Guatemala, las botellas de plástico llegan más rápido de lo que cualquiera puede limpiarlas: marcadas con fechas, estampadas con códigos y flotando en mareas que llevan la huella de un mundo desechable.

Una costa que se lee como un libro contable

Caminar por las costas de Centroamérica no es solo encontrar algas o conchas: encontrarás nombres, códigos de barras, fechas. Botellas medio enterradas en arena volcánica, con etiquetas aún legibles. En una playa al sur de Lima se halló una botella de Powerade de 2001. En las dunas de la isla chilena Robinson Crusoe apareció un envase de Coca-Cola de 2002.

Pero esas reliquias desgastadas son excepciones. Según el ecólogo marino Ostin Garcés, la mayoría del plástico que inunda las playas centroamericanas es inquietantemente reciente. “La mayoría de las botellas que encontramos tenían menos de un año”, dijo a Wired. Su equipo acaba de completar el mayor estudio jamás realizado sobre plásticos en la costa pacífica de América Latina: 12.000 kilómetros, diez países, noventa y dos playas y miles de voluntarios recolectando datos.

Los hallazgos no fueron vagos. Fueron forenses.

Cada botella fue registrada: marca, embotellador, código de fecha y país de origen. El retrato que surgió fue sombrío: casi el 60% de las botellas se habían producido en la misma región donde fueron halladas. No era contaminación extranjera. Era consumo local sin un plan de salida.

En ningún lugar este patrón fue más alarmante que en El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Los tres encabezaron la lista en densidad de plásticos, porcentaje de botellas producidas localmente y ausencia de residuos orgánicos frente a basura sintética. “Lo que estás viendo”, dijo Garcés, “es la colisión del calor climático, el crecimiento poblacional y gobiernos que no tienen las herramientas para lidiar con el plástico”.

Agua embotellada… y la crisis más profunda que oculta

En La Libertad, un pueblo surfista en la costa sur de El Salvador, la basura cuenta una historia más profunda. La voluntaria Katherine Brizuela levantó del suelo una botella de Pepsi. En su cuello estaba impreso: ES-23-05—fabricada en San Salvador once meses atrás. Cerca, abundaban garrafones de marca propia de supermercados locales.

“Estas botellas no son solo contaminación”, explicó Garcés. “Son prueba de que la gente no confía en sus grifos”.

Wired acompañó al equipo a Intipucá, donde madres llenan garrafones de cinco litros para sus hijos. Los niños crecen asociando el agua con el plástico, no con el grifo. “El plástico es como bebemos la vida”, dijo la organizadora local Lilian Martínez.

Es una ironía cruel. La vertiente caribeña de Centroamérica es una de las regiones más húmedas del planeta, cubierta de bosques nubosos. Pero el lado pacífico suele sufrir sequías—y la red de agua potable, cuando existe, es irregular y no está purificada. Eso empuja a las familias hacia el agua embotellada, especialmente en temporada de calor.

En las playas de La Libertad, el ciclo se repite a la vista de todos. Niños patean un balón de fútbol hecho con una botella aplastada de Coca-Cola. Pescadores recogen redes de sardina cubiertas de tapas de plástico. “Esto atasca nuestros motores y mata la carnada”, contó el pescador Luis Amador a Wired. “Pero no tenemos otra opción. Esto es lo que la gente bebe”.

El circuito global del plástico y las criaturas que transporta

No todas las botellas vienen de la región.

En el Pacífico abierto, donde el océano se convierte en autopista, las botellas llegan desde mucho más allá del horizonte. Frente a Rapa Nui, arrastreros recogen botellas de té chinas cubiertas de percebes. En Galápagos, envases japoneses de jugo aparecen junto a redes enredadas.

Las corrientes cuentan la historia: el agua sube desde Nueva Zelanda, bordea Chile y Perú, y luego gira hacia el oeste, rumbo a Centroamérica, donde finalmente descarga su carga en lo que los científicos llaman el parche de basura del Pacífico Norte.

Y no solo flotan botellas. Flota vida.

Percebes, cangrejos e incluso colonias enteras de especies marinas viajan en estos “botes salvavidas” de plástico. Garcés los llama “charcos de marea invasores”. Cada botella puede transportar especies a través de hemisferios, amenazando ecosistemas aislados como Robinson Crusoe o Galápagos, ambos reservas de biosfera de la UNESCO.

“Cada botella sin marcar es una crisis migratoria en miniatura”, dijo Garcés a Wired.

Los propios plásticos cuentan historias de resistencia. Incluso después de semanas en el mar, muchas botellas aún conservan códigos de barras legibles. Eso permitió al equipo de Garcés rastrear una botella desde una planta embotelladora hondureña hasta un manglar en el sur de México. Esa trazabilidad prueba algo clave: la contaminación ahora tiene dirección de remitente.

EFE

¿Puede la región reescribir su historia con las botellas?

El estudio no terminó solo con un conteo deprimente. Terminó con una propuesta: volver al pasado.

Garcés quiere recuperar las botellas de vidrio estandarizadas y reutilizables que antes dominaban en América Latina. “Cuando yo era niño”, contó a Wired, “devolvías la botella a la tienda de la esquina y te daban unas monedas. Nadie las tiraba”. El sistema funcionaba—y generaba muy poca basura.

Algunas cervecerías en México y Guatemala todavía usan retornables. Una cooperativa guatemalteca dijo a Wired que reutiliza cada botella hasta 40 veces, reduciendo el plástico en un 80% y generando empleos en plantas de lavado.

Pero el cambio no llegará sin presión. Garcés quiere que los gobiernos nacionales establezcan sistemas obligatorios de depósito—unos pocos pesos por cada botella devuelta—y que vinculen las licencias de importación de bebidas al cumplimiento de metas de reciclaje. Costa Rica ha empezado a experimentar con centros de recompra donde se paga a los pescadores por kilo de plástico recolectado.

La batalla más grande se libra en el escenario mundial. El Tratado Global sobre Plásticos de la ONU, actualmente estancado, podría imponer límites estrictos al plástico de un solo uso y obligar a las multinacionales a asumir los costos de limpieza. Para Garcés y su equipo, es una oportunidad única en una generación.

Pero incluso el mejor tratado global no servirá si los niños en Nicaragua siguen creciendo pensando que el agua potable solo viene en plástico.

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Wired cierra su reportaje en una ladera tranquila, donde voluntarios reponen el equipo de recolección desde un garrafón polvoriento llenado en un pozo comunal. No es alta tecnología. Pero es limpia. Y no es plástico.

La botella: una Coca-Cola reciclada. Lavada, rellenada y reutilizada—como antes se hacía.

Wired reportó originalmente todas las entrevistas y datos.

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