VIDA

Las sombras mexicanas se ciernen sobre los niños reclutados en las brutales guerras del narco

En los rincones ocultos de México, niños de apenas seis años emergen como insólitos soldados rasos de los despiadados cárteles. Sus historias ofrecen una ventana a un submundo oscuro donde convergen pobreza, violencia y manipulación, sellando con frecuencia destinos demasiado pronto.

El camino de Sol hacia la oscuridad

A los doce años, Sol fue atraída por un cártel que patrullaba las calles de su ciudad con intenciones letales. Según relató a Reuters, el grupo valoraba su ingenuidad, contando con que las leyes protegerían a una menor de sanciones legales severas. Comenzó como “halcona”, vigilando a las fuerzas del orden y a bandas rivales mientras vendía flores en la acera. Pero su mundo diario escaló rápidamente hacia la violencia más cruda. Sol explicó que su entusiasmo juvenil por impresionar a los miembros mayores del cártel resultaba irresistible para ellos. Era desechable y, a la vez, protegida por su edad, lo que la convertía en una participante ideal para una organización en constante búsqueda de rostros nuevos para tareas ilícitas.

Un análisis de 2019 publicado en el Journal of Child and Adolescent Trauma reveló que los niños introducidos en entornos criminales violentos a menudo desarrollan un sentido profundo de lealtad hacia sus captores, llegando incluso a interpretar la explotación como afecto. Sol testificó que en un inicio creía que los líderes del cártel la amaban. Para cuando fue arrestada a los dieciséis años, llevaba años siendo adicta a la metanfetamina. Tras cumplir tres años en un centro de detención juvenil por secuestro, ahora vive en una residencia de rehabilitación. Su abogada y los psicólogos del lugar dijeron a Reuters que ven en ella a una joven enfrentando un trauma inimaginable, intentando reconstruir una vida más allá de las pesadillas de su infancia.

La estrategia de los “pollitos de colores”

Según múltiples entrevistas realizadas por Reuters con sicarios infantiles activos y retirados, los cárteles en todo México emplean una estrategia deliberada para reclutar menores. Su término en jerga, “pollitos de colores”, proviene de los pequeños polluelos teñidos que se venden en ferias. Como esos frágiles animales, los niños reclutados son vistos como mercancía barata y efímera.

Un estudio de 2021 en la Latin American Journal of Criminology examinó cómo la marginación y la inestabilidad familiar crean un suministro constante de niños vulnerables. Muchos de los menores entrevistados por Reuters describieron una pobreza extrema, abusos en el hogar o una temprana exposición a las drogas como las principales razones que los hicieron ver con buenos ojos al crimen organizado. La promesa de comida, compañía o estatus aparente hacía que estas redes criminales parecieran santuarios en comparación con los peligros de la calle. Pero una vez dentro, salir resulta casi imposible. Varios miembros de cárteles dijeron a Reuters que los niños saben que sus vidas pueden terminar abruptamente, pero aceptan esas condiciones por la efímera sensación de pertenencia. Un niño de catorce años, armado con un rifle de asalto, explicó que al menos su nueva “familia” le daba un lugar en el mundo.

Expertos en seguridad señalan que este tipo de testimonios revela las deficiencias de los programas gubernamentales, que rara vez ofrecen rutas sólidas y con enfoque psicológico para escapar de la violencia. En su lugar, las autoridades se enfocan en operativos de corto plazo, ignorando cómo los cárteles moldean cuidadosamente a los menores hasta volverlos dependientes.

Huyendo de un destino sombrío

La experiencia de Daniel, relatada también a Reuters, subraya la lucha que enfrentan los jóvenes reclutas al intentar escapar. A los dieciséis años, fue reclutado a punta de pistola durante una fiesta en una región de la costa del Pacífico. El cártel lo pasó de tareas de vigilancia al cobro de extorsiones, hasta obligarlo finalmente a matar. Un estudio de 2020 del Instituto Mexicano de Juventud y Seguridad encontró que los menores bajo influencia del narco a menudo se sienten atrapados por amenazas contra sus familiares.

Daniel contó que vio morir a varios compañeros, asesinados por rivales o por su propio grupo, como advertencia para evitar la desobediencia. En noviembre pasado, Daniel huyó hacia el norte, impulsado por el miedo creciente de ser el próximo en una lista de ejecuciones. Abandonó a su pareja y a su hijo de tres años, creyendo que estarían más seguros sin él. Desde un albergue para migrantes, dijo a Reuters que ha solicitado asilo por la vía gubernamental con la esperanza de cruzar a Estados Unidos.

El fenómeno de los niños soldados está ampliamente documentado en zonas de conflicto alrededor del mundo, pero los cárteles en México se diferencian por sus motivaciones económicas. Un análisis de 2018 en la International Journal of Comparative Criminology señala que mientras los niños soldados tradicionales suelen ser forzados a participar en conflictos políticos o ideológicos, estos menores son reclutados para alimentar el lucrativo comercio de drogas. Pese a las diferencias, las secuelas psicológicas—ansiedad, depresión, estrés postraumático—son alarmantemente similares. Las pesadillas recurrentes de Sol y la paranoia constante de Daniel ejemplifican el trauma infligido a la juventud dentro de estas subculturas violentas.

La esperanza como resistencia

Para niños como Sol y Daniel, los programas de rescate son escasos. Reuters cita estimaciones gubernamentales que indican que más de 30,000 menores podrían estar bajo el control de cárteles, aunque organizaciones defensoras sospechan que la cifra real podría ser mucho mayor. Un estudio de 2022 en la Journal of Youth Violence Prevention sostiene que las leyes mexicanas carecen de claridad en cuanto a la criminalización del reclutamiento de menores, dejando vacíos legales que los cárteles aprovechan. Los datos oficiales de empleo revelan que alrededor del 13% de los niños entre cinco y diecisiete años ya trabajan, lo cual, según muchos expertos, incrementa el riesgo de que participen en el crimen organizado.

Aunque gobiernos sucesivos han prometido abordar las raíces sociales de la violencia, los investigadores dijeron a Reuters que los resultados siguen siendo esquivos. Los programas destinados a alejar a la juventud de los cárteles son esporádicos, con escasa financiación o desplazados por agendas políticas más urgentes.

Mientras tanto, los menores siguen deslizándose hacia las sombras del inframundo mexicano, guiados por operativos mayores que los ven como la próxima oleada de mano de obra barata y prescindible. Sol es una de las pocas que vivió para contar su historia. Hoy, con veinte años, estudia Derecho y quiere usar su experiencia para proteger a otros jóvenes vulnerables. Su paso por el centro de detención juvenil la motivó a alcanzar a niños más pequeños antes de que caigan en la misma trampa.

Dijo a Reuters que cada día se siente como un regalo prestado, especialmente porque nunca creyó que viviría hasta la adultez. Las cicatrices emocionales son profundas, pero siente una misión: evitar que otros caigan en las mismas ilusiones de seguridad y pertenencia.

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Para Sol, el camino por delante está lleno de recuerdos de la violencia que padeció y también ejerció. Pero se aferra a la esperanza de que al alzar la voz, pueda iluminar un camino fuera de la oscuridad para miles de “pollitos de colores” anónimos, que aún esperan que alguien escuche sus silenciosos gritos de auxilio.

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