ANÁLISIS

La ultraderecha y la antidemocracia se apoderan de Brasil

El continuismo de la ultraderecha brasileña a manos de Bolsonaro podría agravar y retrasar los procesos democráticos en nuestra región

La ultraderecha y la antidemocracia se apoderan de Brasil

La democracia que tanto se pregona en la actualidad, se encuentra amenazada en la economía más importante de América Latina: Brasil. La sociedad de este país (uno de las más desiguales del mundo) manifiesta su desencanto por la izquierda, el "lulismo" y la ideología que ha transmitido el Partido del Trabajo (PT) a lo largo de más de una década (2003-2016) que estuvo en el poder.

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Las elecciones brasileñas están marcadas por una fuerte tendencia de intención de voto hacia la derecha y del olvido en el avance de los derechos fundamentales que se estaba impulsando con el PT y Dilma.

La base poderosa del extracto social que maneja los hilos de los mass media, la opinocracia y la fuerza militarista que surge del discurso profético evangelista brasileño, han logrado instalar en el inconsciente colectivo, la negación de fenómenos tan complejos y necesarios en nuestra región como los populismos y progresismos latinoamericanos.

Jair Messias Bolsonaro es el máximo representante de un modelo anacrónico pero efectivo, que mantiene el status quo en su perfecta dimensión de lo IGNORE INTOlerable pero hasta ahora infalible. Es un personaje que no limita su discurso en cuanto a lo que pretende hacer y decir, omite lo político para mostrarse límpido pero enérgico. Bolsonaro aduce a todo lo que significa el más elemental retraso por lo que tanto se ha luchado: es machista, misógino, racista, homofóbico, militarista y evangélico.

Con Bolsonaro, el neomilitarismo es una forma de vida. Para él, la tortura y la muerte son signos vitales de un momento histórico que tuvo que pasar Brasil para su desarrollo, donde la sociedad civil es incapaz de crear estabilidad y confianza siendo la fuerza militar la única salvadora y verdadera forma de gobierno. El golpe de Estado de 1964 es a su parecer, una dictablanda en la cual se debieron cometer más actos de violencia y sofoco.

Los militares son el primer círculo cercano de Bolsonaro. Hamilton Mourao como su vicepresidente, ferviente defensor de la dictadura que hasta 1988 (creación de la Nueva República) los militares fueron enviados a sus cuarteles; el general Aléssio Ribeiro Souto  y el general de la reserva Augusto Heleno, además del comandante y general Eduardo Villas Boas.

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Entender cómo es que un personaje de estas características haya logrado un 46% de la intención de voto en uno de los diez países más poderosos del mundo, intensifica la conclusión de que el modelo "lulista" falló en la construcción social hacia una democracia visible y no factible (que de hecho lo fue).

Las oligarquías empresariales, evangélicas y militares son el alimento del reconfiguración de la ultraderecha más retrograda y donde también falló el modelo "lulista"  por no haber desmembrado las élites de poder en casi 15 años. Bolsonaro ha existido gracias a lo que tanto odia: la democracia.

Lo que viene para la segunda vuelta en Brasil es un fenómeno de lo que significa aquel territorio tan vasto pero tan desigual. En Brasil es permisible que un candidato presidencial formule argumentos tan alucinantes y certeros en contra de grupos vulnerables que fueron protegidos por otros gobiernos.

Hasta ahora, los que adolecen de haber generado una mayor fuerza transitoria en el engranaje sociedad-gobierno han sido los movimientos sociales que en algún momento histórico de Brasil, fungieron como protagonistas para acompañar el proceso democrático real (y no sólo electoral).

Brasil se acerca peligrosamente a aquellas décadas donde el verdadero populismo creado con Getulio Vargas se desvaneciera en el pasado y en su lugar, sería sustituido por un grupo minoritario de la élite para conservar el poder con la nostalgia de un gobierno fuerte, paternal e incluso dictatorial.

En todo esto, la culpa o la responsabilidad no es de Bolsonaro tal cual, sino de aquellos que harán posible el "eterno retorno" del subdesarrollo latinoamericano: la sociedad que ha votado por la ultraderecha, por el racismo, por la homofobia, por la misoginia, en sí, por la pérdida de lo logrado en 15 años.

No han sido suficientes ni las dictaduras ni los golpes de Estado. Brasil se condena a sí mismo y condena a la región al parasitismo y la obscenidad de esa élite que nos gobierna desde que nuestras naciones son independientes.

 

 

LatinAmerican Post | Roberto Viesca

* La opinión del redactor no representa la del medio

 

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