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De la coca al cacao, campesinos colombianos se reinventan

Hace 4 años, el sueño de un campesino comenzó a hacerse realidad en la ciudad. Distrito Chocolate, una empresa de experiencias chocolateras llegó a Bogotá con un claro mensaje: sí se puede sustituir la coca en el campo y salir adelante.

Campesino mostrando productos de cacao

Campesino mostrando productos de cacao. / LatinAmerican Post

LatinAmerican Post | Juliana Suárez

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“Yo soy uno de esos muchos campesinos de Colombia que en algún momento olvidamos, esa clase campesina que el Estado ha abandonado tantas veces”, comienza a contar Juan Antonio Urbano, un campesino del occidente de Boyacá y uno de los líderes en los planes de sustitución de cultivos ilícitos en su departamento. Un proyecto que comenzó hace aproximadamente 12 años y que desde 4 años atrás ha comenzado a mostrar sus frutos al llegar a la capital colombiana.

Cansados de la violencia que atraía el hecho de cultivar coca en uno de los momentos cúspide del narcotráfico en el país, comenzaron a erradicar la coca voluntariamente con ayuda de la ONU en tres municipios del departamento de Boyacá. 

“Decidimos cultivar cacao porque al fin y al cabo somos campesinos, solo es empezar y las técnicas ya las conocemos”, dijo. Todo empezó desde lo más pequeño y se ha ido construyendo y transformando poco a poco.

Hoy en día, Distrito Chocolate cuenta con dos sedes en zonas turísticas y altamente concurridas de la capital colombiana. Fueron, además, uno de los emprendimientos que Shark Tank Colombia decidió apoyar, por lo que ahora tienen también una tienda en la que venden sus productos cacaoteros junto con los demás proyectos ganadores.

Tras un proceso de sustitución de cultivos ilícitos, que tardó alrededor de 3 años en lograr la erradicación completa de la zona donde Urbano vivía, los campesinos que emprendieron este cambio trabajan ahora ayudando a otros campesinos a lo largo y ancho del país a brindarles herramientas para la erradicación de la coca.

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En uno de sus locales, también tienen un ambiente en donde, en repisas en todas sus paredes, venden productos de chocolate de algunos campesinos de otras regiones del país. A partir de los apoyos del gobierno y de la Misión de la ONU, apoyan en 8 regiones del país a 31 grupos de cacaoteros.

Ellos dan asesorías para la erradicación, el cultivo y la consolidación como empresa para registrar las marcas. Así, este campesino que comenzó con la idea de hacer las cosas bien para su familia, quiere ahora que e país entero logre la sustitución voluntaria de cultivos de coca.

“El centro de todo es la mujer campesina”, dijo Juan Antonio mientras señalaba el gran mural de colores que se encuentra en el espacio donde venden los chocolates de las organizaciones de productores. “Si los campesinos en general hemos sido los más ignorados en esta guerra, imagínese la mujer del campo”.

Historia de un campo violentado

Juan Antonio Urbano nació en una región esmeraldera en el occidente del país. Meterse en ese provechoso negocio le permitió vivir siempre con las comodidades suficientes que requiere la vida en el campo. Pero sin darse cuenta, terminó por olvidar la vida campesina de la que provenía, mientras iba dejándose llevar cada vez más por la ambición. 

Los conflictos de poder entre familias convirtieron el negocio de las esmeraldas en un blanco para el Estado. Así, en la década de los 90, comenzaron a crear empresas privadas grandes que los dejaron por fuera. Los campesinos volvieron a vivir del campo. 

Era 1990 y Juan Antonio y otras familias esmeralderas se encontraron en medio de una región dominada por el conflicto armado, en la década auge del narcotráfico. Por los siguientes años, Urbano se convirtió en uno de tantos campesinos que le apuntó a los cultivos ilícitos.

“Uno vivía bien, siempre y cuando uno no le faltara ni al uno ni al otro”, dice refiriéndose a los distintos grupos armados ilegales como guerrillas y paramilitares. “Y sí, la ilegalidad es terrible pero uno se acostumbra. Ya después la ilegalidad se convierte en algo natural”.

No fue sino hasta que los campesinos de su generación vieron a sus hijos crecer, que se dieron cuenta que no querían que ellos siguieran sus pasos. Con mano firme, la comunidad se unió y, tras varios años de falsas promesas del Estado, en 2007 decidieron comenzar a erradicarla.

El desarrollo de la vida campesina lícita necesitó la ayuda del Estado pero, más importante aún, necesitaba la presencia militar en las zonas donde se quería sustituir. Por miedo, y por falta de presencia militar, muchas comunidades prefieren seguir en la coca. Así mantienen felices a los paras y a las guerrillas, sin meterse en conflictos de interés. Esa dejó de ser una opción para la comunidad del occidente de Boyacá.

En 2010, tan solo tres años después de comenzar y tras la muerte de varios líderes sociales por el camino, lograron erradicar 4000 hectáreas de coca de 3 municipios.

“Después de que nos vieron en firme, los paramilitares, que eran los más difíciles de tratar, decidieron irse y no volver a pisar nuestras tierras. Se dieron cuenta que no íbamos a ceder”.

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Un campesino globalizado

Llegar a Bogotá no ha sido un camino fácil. En el campo cada quien vive con lo que tiene, solo se sale al pueblo de vez en cuando, a buscar algo específico, porque en los terrenos propios está todo.

Por esto Juan Antonio, que lleva apenas un año viviendo en la capital de Colombia, no ve la hora de poderse devolver. “Al principio no quise venirme a Bogotá, manejaba el negocio desde Boyacá con la ayuda de mis socios acá, pero al emprendimiento no le estaba yendo bien”, dijo. “Desde allá no estaba pudiendo hacer ni la mitad de lo que hago ahora, pero mi mujer está allá y espero volver pronto”.

Pero a pesar de todo, la ciudad le ha enseñado a vivir en medio de un mundo globalizado. Después de una vida de éxito, de fracaso y de infinitas transiciones, la única que le faltaba, a su modo de ver, era la de conocer la vida citadina.

A decir verdad, su transformación de la coca al cacao no hubiera sido la misma si el emprendimiento no hubiera tocado la ciudad. Podrían seguir exportando cacao, pero jamás dejarían el mensaje de superación que se puede dejar a través de un centro de experiencias.

Además, dice que gracias al internet su negocio ha podido despegar. “Solo es un poner una publicación en Instagram y ya la gente empieza a llegar. ¿Antes cómo se hacía?”

“Ahora Don Juan es famoso, y feliz saliendo redes”, agrega su hijo mientras se burla de que su padre cada día tiene más fama. “Ahora sale en las noticias y domina Instagram. ¿Quién lo diría? Un campesino globalizado”.

El ser uno de los pioneros del cacao como técnica para la erradicación, a Juan Antonio le ha quedado una cosa marcada sobre todas las demás: “los grupos armados no obligan al campesino, el campesino está ahí porque quiere. Mientras no estén las ganas de cambiar, no hay Estado lo suficientemente poderoso para lograrlo”. En el momento que los miembros de la comunidad de Juan Antonio se dieron cuenta que solo dependía de ellos, fue cuando lograrlo hacerse lo suficientemente fuertes.

Próximamente, Distrito Chocolate contará en una de sus cedes con la posibilidad de vivir la experiencia completa del proceso del cacao. Así, cada vez más, la ciudad podrá entender lo que se vive en el campo.

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