¿Es Dios el culpable de la extinción masiva de especies en la tierra?
‘Que el mundo se va a acabar por el cambio climático’, dicen algunos. Nada más falso que esto, el mundo no se va a acabar, el planeta seguirá su curso, sin nosotros los humanos como especies dentro de su biodiversidad y obviamente mientras arrasamos con nuestra especie, aniquilamos muchas otras más.
Manada de elefantes en una montaña. / Foto: Pexels – Imagen de referencia
LatinAmerican Post | Alberto Castaño
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Read in english: Is God to blame for the mass extinction of species on earth?
La especie humana ha sido desde siempre una especie ególatra y presumida, que desde sus orígenes, al menos los narrados por el catolicismo, fundamenta su existencia como si fuera supuestamente una especie superior a las demás que cohabitan el planeta.
En una versión de la Biblia, la versión de la Reina Valera Gómez, se lee: “Y los bendijo Dios; y les dijo Dios: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.
Sojuzgadla y señoread, qué par de términos tan arribistas y omnipotentes, como si la vida de los animales y de otras criaturas fueran de nuestra propiedad.
Pero en otra versión de la Biblia, en la versión de la Nueva Biblia Latinoamericana dice algo peor: “Dios los bendijo y les dijo: "Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra””.
Someter y dominar, dos verbos peores que los anteriores que atribuyen al hombre toda potestad y propiedad sobre otras especies y que al ser conferidas religiosamente por el libro sagrado de varias religiones, se da por sentado que “someter y dominar” están por encima de “armonizar, convivir, coexistir, comprender, proteger, cuidar y preservar.
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En la actualidad, una de cada cuatro especies de fauna y flora que habitan el planeta, junto a la especie humana, están amenazadas por la extinción. 40% de los anfibios, 34% de las coníferas, 33% de los corales, 31% de los tiburones y las rayas, 27% de los crustáceos, 14 % de las aves y las especies con las que más afinidad tenemos porque, al igual que nosotros, nacen de una madre que los carga en sus entrañas durante meses y luego los amamantan. Los mamíferos amenazados son el 25% de todos los existentes en la tierra.
Lo anterior, según un completo informe de la ONU que fue elaborado por científicos que utilizaron más de 15.000 materiales de referencia durante tres años y que fue presentado en un informe de 1.800 páginas por La Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas, el IPBES, por sus siglas en inglés.
Con semejante mentalidad, que nos impulsa a señorear, sojuzgad, dominar y someter, es apenas obvio que un millón de especies de plantas y animales estén en peligro de extinción, si a eso le sumamos que apenas hace casi cincuenta años, en 1970 éramos casi 3.700 millones de habitantes humanos en la tierra y hoy somos más del doble, casi 9.000 millones. Más de dos veces más personas que someten y dominan.
Y es que hay cifras igual de aterradoras si evaluamos los impactos que generamos los humanos a nuestro avasallador paso por las diferentes regiones de nuestro planeta. Para el año 2000, según la misma ONU, quedaban apenas el 13% de los bosques y humedales que existían en la tierra en 1.700 y las áreas urbanas se han duplicado desde 1992 a la fecha pero el 70% de la población de escasos recursos en el planeta vive en zonas rurales y dependen estrictamente de la biodiversidad para subsistir.
Ante esta avalancha de datos, cifras y estadísticas no queda más que pedir a Dios que ilumine el camino de millones de especies que se encuentran en peligro por las interpretaciones hechas por los humanos en referencia a las órdenes impartidas por Dios.
Sin embargo, desde hace más años de los que cualquiera podría pensar, el mismo hombre se está cuestionando sobre el abuso de los recursos naturales. En la antigua Grecia, Platón se lamentaba sobre el estado en el que quedaba la tierra luego del pastoreo. “Lo que queda ahora es, por así decirlo, el esqueleto de un cuerpo desperdiciado por la enfermedad: la tierra rica y suave se ha llevado y solo queda el marco desnudo del distrito”.
Sin embargo, luego hubo un retroceso gracias a la hegemonía de la iglesia católica en Europa, pues antes del siglo XVIII se consideraba una práctica pagana la contemplación de la naturaleza. Pero en otras partes del mundo, en donde la “civilización” no había llegado y en donde sólo habitaban “salvajes”, otro era el panorama.
Los pueblos indígenas del grupo de los Kolosh y Haida en lo que hoy conocemos como Alaska y Canadá, tenían reglas y épocas de veda para la pesca del salmón rojo decretadas por los ancianos de estas culturas. Los Zenúes en Colombia sabían perfectamente desarrollar la agricultura basada en terrazas aprovechando las épocas de inundación y estiaje cada año sin sobreexplotar los ecosistemas ni desplazar especie alguna.
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Otras religiones como el hinduismo, el islam, el budismo e incluso el taoísmo, prodigan la convivencia armónica con la madre tierra y nuestros “hermanos” plantas y animales, como lo decía uno de los santos de la iglesia católica, San Francisco de Asís, quien se adelantó a sus tiempos promulgando el respeto por la naturaleza.
Y no es el único ejemplo en el catolicismo de conciencia ambiental y aprovechamiento racional de los recursos naturales, en el mismo libro sagrado en el que se mencionan los verbos someter, dominar, sojuzgad y señorear, también aparece un aparte en el que Dios ordena a Moisés dejar descansar la tierra de las actividades de cultivo cada siete años.
Es claro que no es Dios, compositor de cada soplo de vida de cada especie de planta y animal sobre la tierra, quien nos ha enviado a destruir su creación, es claro que somos cada uno de los seres humanos quienes hemos hecho una interpretación banal de las órdenes impartidas.
Según el extenso informe del IPBES sobre la disminución de la diversidad biológica en el planeta, todavía tenemos tiempo de frenar esta tendencia antes de que sea irreversible, pero esto tendrá, como dice el informe, que estar sujeto a un “cambio transformador”. ¿Seguiremos culpando a Dios?