Opinión: Los falsos esfuerzos por la conservación de los recursos naturales
Los dirigentes políticos se llenan la boca de promesas y las manos de premios internacionales por sus esfuerzos para la conservación de los recursos naturales.
Más que nunca debemos exigir garantías para la salud ambiental y humana. Foto: LatinAmerican Post
LatinAmerican Post | Vanesa López Romero
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¿En dónde podemos poner las esperanzas en tiempos como este? Esa es la pregunta que me ronda en la cabeza cada vez que leo una noticia sobre el cambio climático y su inminencia. La temperatura sube y, a la par, los líderes de las naciones se reúnen los unos con los otros para darse la mano, halagarse, agradecerse los esfuerzos y llenarse la boca con palabras como "energías renovables", "economía circular", "mitigar el cambio climático" y "conservación de los recursos naturales". Sus visitas terminan y vuelven a casa con las manos llenas de galardones, o con financiaciones para hacer más extensas las áreas protegidas, dinero que es solo noticia cuando se recibe, porque después no sabemos qué pasa con la plata. Quizás en un par años nos enteremos de que sí hubo tal expansión, y también nos enteremos de que, otra vez, un líder ambiental fue asesinado por defender una de esas supuestas áreas protegidas de un proyecto minero o petrolero.
Y es que la minería y los proyectos petroleros son nefastos cuando son ilegales, pero parecen ser de lo más bueno para las naciones cuando son legales y pueden consultar a las comunidades que habitan los territorios que serán destruidos con tan solo 45 días de antelación. Muy poco tiempo para que quienes viven en la zona puedan, si quiera, alcanzar a realizar censos, investigaciones y recolectar información para evitar que sus hogares y sus vidas se vean afectadas una vez más por el desarrollo económico.
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Una conservación poco o nada humana
La llamada conservación de los recursos naturales tiene como objetivo proteger, preservar y restaurar los ambientes naturales y las comunidades que los habitan. Hasta acá, todo muy ético y muy bello. Pero cuando la conservación de los recursos naturales también se entiende como el manejo de uso humano para el beneficio público de manera sostenible social y económicamente, entran dudas. En parte, esto no tiene nada de malo, desde su origen, nuestra especie ha usado los recursos naturales para su beneficio. El problema es que, desde la Revolución Industrial, estos recursos comenzaron a usarse masivamente para crear una necesidad más amplia de consumo, lo que produjo aún más demanda y de ahí para acá ese ciclo solo ha crecido con el paso del tiempo.
Hoy, la demanda es tan alta que un evento histórico como la pandemia por la COVID-19 no frenó esos paradigmas de consumo. De hecho, la crisis económica que provocaron las cuarentenas alrededor del mundo, hizo que los procesos de producción crecieran descontroladamente por la reactivación económica. Debido a esto, nos encontramos entre la espada y la pared.
La conservación de la que se habla en la COP26, y en los espacios similares, es lenta, responde a la burocracia y no tiene en cuenta a las personas que habitan los espacios naturales. Muestra de esto es el poco esfuerzo que hacen los gobiernos alrededor del mundo por darle a las comunidades étnicas lo que les fue quitado a punta de violencia hace cientos de años. Hoy predicamos un mundo libre, un mundo seguro, pero ellos siguen siendo los últimos en ser escuchados y atendidos.
Si la conservación no tiene en cuenta el factor humano y no hace realidad las promesas no solo con el medio ambiente sino con los grupos que históricamente han sido relegados, eso no se llama conservación, se llama habladuría, se llama echar cháchara.
¿A quién acudimos? ¿A una ONU que habla y habla y no exige? ¿A líderes que ganan premios y se mofan a nuestras espaldas? Más que nunca, debemos exigir garantías para la salud ambiental y humana. Más que nunca, debemos señalarlos con el dedo.