Bienestar

Peligros del castigo físico en los niños

El castigo físico no es un método de disciplina y menos de educación. Es una práctica equivocada que causa baja autoestima, depresión, angustia, ansiedad y afecta negativamente el crecimiento y desarrollo en los niños y niñas.

Niña cubriendo su rostro

Foto: Freepik

LatinAmerican Post | Yenny Rodríguez Barajas

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¡Es que no me hace caso! ¡Le digo las cosas a las buenas, pero no me obedece! ¡En ocasiones, es la única manera para que haga lo que le pido! Estas son algunas de las expresiones de padres o cuidadores para justificar el castigo físico para fomentar los buenos comportamientos en los niños y niñas.

Si bien es cierto que en ocasiones las conductas de los menores son muy retadoras, llevando a los adultos al límite de la paciencia y la comprensión; el castigo físico, jamás es la solución para lograr que cumplan con sus deberes, obedezcan una orden o corrijan un mal comportamiento. Todo lo contrario. Para Alejandra Moreno Porto, psicoanalista y psicóloga, las conductas desafiantes de los niños siempre tienen un origen, una razón. Así como los adultos tienen problemas, días buenos y otros no tan buenos; los niños y niñas también se sienten vulnerables y lo expresan de diferentes maneras.

“Los adultos -por lo general-, expresamos con palabras cuando sentimos alegría, rabia, tristeza y frustración; pero los niños y niñas, no siempre saben cómo explicarlo. Lo hacen a través de sus comportamientos o actitudes, que en ocasiones son desafiantes, agresivas o negativistas”, dice la especialista.

Agrega que los niños no siempre tienen que estar contentos, solo por ser niños. “El castigo físico solo incrementará el problema y causará más daño en el corto, mediano y largo plazo. Mediante el diálogo se debe descubrir el porqué del comportamiento. Ganarse la confianza, sin gritos, sin golpes, los niños (as), como cualquier persona, merecen respeto y consideración”.

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Los peligros son múltiples y a largo plazo

De acuerdo con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar -ICFB-, el castigo físico es más común de lo que se cree e incluso se considera un método de disciplina. Las palmadas, pellizcos, nalgadas, tirón de orejas o cabello, golpes con un cinturón o chancleta, producen efectos contrarios a lo que se busca y afecta negativamente el crecimiento y desarrollo.

Según la Encuesta Nacional de Violencias contra Niños, Niñas y Adolescentes en Colombia (2018), el 41% de esta población ha sufrido algún tipo de violencia. De ellos, el 72% ha sido violentado en su propio hogar. Solo en 2020 el ICBF inició 2.482 procesos de protección por violencia física, esto son cerca de siete víctimas al día.

En la región, las cifras son similares. De acuerdo con una investigación de Jorge Cuartas, estudiante doctoral en educación y desarrollo humano de la Universidad de Harvard y miembro del Institute for Quantitative Social Science de la misma Universidad, “A pesar de los riesgos asociados al castigo físico, esta sigue siendo una práctica muy común en América latina y el Caribe. Recientemente, se encontró que 16.8 millones de niños entre los 2 y 4 años (55.2% del total del rango de edad) recibieron nalgadas y otros correctivos físicos”.

Los peligros de estas prácticas son múltiples, tanto físicos, psicológicos y relacionales. Causan desarrollo cerebral atípico, desarrollo cognitivo más lento, problemas de salud mental, como depresión y ansiedad en la adolescencia y la adultez; son más agresivos, porque al ser víctimas de violencia (verbal o física), acuden a ella, como medio para resolver los conflictos. Tendrán menos autocontrol, es decir, dificultad para manejar sus emociones y/o reacciones ante frustraciones o pérdidas. Experimentarán síntomas de angustia, trastorno del afecto o de la personalidad e incluso pensarán en el suicidio porque se sentirán humillados, denigrados, ridiculizados y menospreciados por sus propios padres.

Los menores "que son maltratados, por lo general, repiten esas mismas conductas. La mayoría no son conscientes de ello, incluso muchos padres cuando me visitan en el consultorio afirman que un castigo de vez en cuando no hace daño porque ellos también fueron educados con castigos y no están traumatizados. Pero, cuando analizamos las diferentes conductas pasivo-agresivas con sus hijos e incluso con sus parejas, se detecta que el origen de sus comportamientos, se debe al maltrato que recibieron cuando eran niños, lo que terminaron en ellos baja autoestima, ansiedad, depresión o agresividad”, afirma la psicóloga Alejandra Moreno Porto.

Del castigo a la disciplina basada en el respeto

Para Adriana Sofía Silva, subdirectora nacional del Campo Psicología y Familias del Colegio Colombiano de Psicólogos, magíster en psicología y terapia familiar sistémica, “el castigo físico está sustentado en el pensamiento adultocéntrico. Es decir, cuando los adultos y/o cuidadores miden desde sus propias expectativas y perspectivas el comportamiento de niños, niñas y adolescentes.  No cumplen con sus estándares, invalidan las diferencias individuales y justifican el uso de cualquier tipo de “corrección” a la fuerza para lograr cambios en el comportamiento y se ajusten a lo que ellos consideran ser buenos hijos/as”.

Para romper con los ciclos de violencia al interior de las familias, se debe entender que la disciplina, se enseña con el ejemplo, no se impone. La relación padre/madre e hijo/hija no es de poder, en donde, unos mandan y otros obedecen. “Es importante comprender que los hijos (as) pasan por diferentes procesos de cambios físicos, neurobiológicos, emocionales, psicológicos, relacionales, que modifican su comportamiento, y los padres deben aprender a flexibilizarse en función de acompañar esos cambios. Ser flexible en ningún momento es perder la autoridad, al contrario, es mantener límites sanos que se van ajustando a los cambios en los niños, niñas y adolescentes, eso es autoridad”, afirmó la experta.

Los padres deben ser conscientes de las diferencias personales de cada uno de sus hijos y, desde esta noción, fomentar el sentido de pertenencia, protección e identidad familiar. “Una familia unida, no significa que todos los miembros sean o piensen igual, sino que hacen parte de un gran sistema de apoyo y de impulso para que cada individuo construya su propio camino”, recalcó.

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