AMÉRICAS

Brasil celebra cuatro siglos del legado recuperado de Bahía

Este año se conmemora el 400º aniversario de la recuperación de Salvador de Bahía. Historiadores están revisitando este hecho trascendental que redefinió la política colonial temprana en América. En 1625, ejércitos españoles y portugueses expulsaron a los invasores holandeses, creando una nueva conciencia colectiva y desencadenando un conflicto que se extendió por todo Brasil.

El contexto: los conflictos europeos desembarcan en los trópicos

Hacia 1620, Europa se encontraba en un estado de gran inestabilidad. Las naciones europeas estaban inmersas en la Guerra de los Treinta Años, compitiendo por el poder tanto en Europa como en otros territorios. En medio de esa agitación, la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales expandió sus ambiciones atlánticas para socavar el monopolio de la Corona ibérica sobre los lucrativos comercios de azúcar y especias. Los Países Bajos —en lucha prolongada con la España de los Habsburgo— vieron una oportunidad para golpear los dominios portugueses en el Nuevo Mundo.

En esa época, Portugal había sido absorbido por la rama española de la monarquía de los Habsburgo mediante la Unión Ibérica, un complejo arreglo que entrelazó los destinos de las posesiones españolas y portuguesas en todo el mundo. Sin embargo, bajo esa unión formal latía un descontento persistente: los nobles portugueses resentían el dominio extranjero, mientras que las autoridades castellanas desconfiaban de la lealtad y capacidad de sus “hermanos ibéricos”. Cuando las fuerzas holandesas llegaron a las aguas tropicales de Bahía en 1624, esas tensiones emergieron rápidamente.

Salvador, la capital de la Capitanía de Bahía, había sido un bastión portugués en Brasil durante casi un siglo, anclando la economía azucarera de la región. La ciudad dominaba una magnífica bahía —la Baía de Todos os Santos— que ofrecía control marítimo estratégico. Su captura significaría apoderarse de la riqueza local y asestar un golpe humillante al prestigio de los Habsburgo. Para los holandeses, la empresa prometía beneficios comerciales y el impacto simbólico de penetrar el imperio “exclusivista” del monarca católico.

Lo que siguió fue un cambio de poder breve pero dramático. Debido a la falta de fortificaciones adecuadas o una defensa coherente, Salvador cayó con sorprendente rapidez. Aunque la llegada de los holandeses provocó inicialmente pánico entre los residentes luso-brasileños, también desató una ola de lealtad feroz hacia la monarquía. Las fuerzas portuguesas en Brasil y Lisboa suplicaron al rey Felipe una contraofensiva inmediata.

Salvador de Bahía: invasión, pérdida y victoria redentora

La toma de la ciudad rompió la ilusión de la invulnerabilidad ibérica. Aunque habían ocurrido escaramuzas menores en otros sitios, nunca antes un puerto brasileño importante había sido capturado tan rápidamente por invasores protestantes extranjeros. Los habitantes locales y el clero se reagruparon en los alrededores, en lugares como Rio Vermelho, enviando mensajes desesperados a Lisboa. Según relatan las crónicas de la época, algunos acusaban a las autoridades locales de cobardía o traición por abandonar la capital tan fácilmente. Otros señalaban la falta de atención real: el rey Felipe y sus ministros estaban demasiado ocupados con los conflictos europeos para reforzar este importante puesto atlántico.

Sin embargo, la monarquía respondió con una flota masiva, uniendo barcos y soldados de Portugal, Castilla, Nápoles y otros territorios de los Habsburgo bajo el mando del noble español D. Fadrique de Toledo. Paralelamente, otra flota bajo liderazgo portugués se preparó apresuradamente en Lisboa. Miles de hombres zarparon con la esperanza de restaurar el dominio católico en una ciudad clave para el control de la riqueza azucarera brasileña.

Esta gran expedición tardó en organizarse —las complejidades de la cooperación entre varios reinos demoraron los esfuerzos—. La flota portuguesa esperó impacientemente en Cabo Verde a los barcos castellanos, lo que provocó quejas sobre una “diligencia desigual”. Finalmente, las fuerzas unidas llegaron a la costa de Salvador a principios de 1625. A partir de ahí, comenzó un proceso metódico, aunque tenso, para expulsar a los holandeses. Bajo un asedio implacable y escasos de suministros, los invasores se rindieron el 30 de abril de 1625.

La recuperación de Salvador y las escenas posteriores de victoria se complicaron rápidamente. Tras liberarse del gobierno holandés, los habitantes luso-brasileños esperaban celebrar a los militares portugueses. Sin embargo, los líderes castellanos recibieron prioridad en el desfile de entrada a la ciudad. Surgieron informes de saqueos cometidos por tropas españolas, lo cual provocó ira entre los portugueses, quienes consideraban a Bahía como territorio propio. Lo que pudo haber sido un momento de unidad católica expuso, en cambio, una gran división dentro de la monarquía.

Rivalidades hispano-portuguesas en las crónicas

Surgió una disputa editorial. Escritores de Portugal, Castilla y los Países Bajos publicaron rápidamente relatos de los hechos. Moldearon la visión europea sobre la reconquista de Salvador. Cada uno buscó inclinar la narrativa, destacar ciertas hazañas y deslindar culpas.

Algunas historias españolas subrayaron el liderazgo heroico de los generales castellanos, minimizando las contribuciones portuguesas. Otros relatos, como los del jesuita portugués Bartolomeu Guerreiro, refutaron esas afirmaciones, detallando cómo los vasallos portugueses financiaron y tripularon gran parte de la flota. Aunque reconocía la operación conjunta, insistía en que el peso real recayó en la nobleza y el dinero de Portugal.

Otro punto de conflicto fue el trato dado a la ciudad tras la rendición holandesa. Fuentes portuguesas retrataron a los soldados españoles como conquistadores abusivos que confiscaron bienes y luego vendieron propiedades rescatadas a los locales. Por su parte, autores castellanos respondieron que los portugueses habían sido poco fiables, al dejar a Salvador mal defendida. Los relatos holandeses, mientras tanto, retrataron a los habitantes locales como a veces comprensivos con los invasores o, al menos, desilusionados con el dominio ibérico.

Este debate literario no fue menor. Cada facción buscaba beneficios políticos dentro de los vastos territorios de la monarquía mediante el control del relato. Durante mucho tiempo, los portugueses sintieron que Madrid desatendía sus dominios de ultramar. La recuperación de Salvador ofreció una oportunidad para proclamar su valentía. Pero los españoles intentaron argumentar que fue la familia Habsburgo —y no los nobles portugueses que la desafiaban— quien venció. Este conflicto reveló dudas profundas que ponían en peligro el futuro de la monarquía.

Subtextos políticos: descontento y ambición nacional

La breve concordia se desmoronó. Los resentimientos internos no disminuyeron, incluso tras la derrota definitiva de los holandeses. Muchos nobles portugueses no veían con buenos ojos pagar altos impuestos para mantener una monarquía con sede en Madrid. También se quejaban de que se reconociera poco el esfuerzo de sus soldados en los boletines oficiales.

Las semillas del descontento ya se habían sembrado antes de 1625. Fracasos anteriores —como las defensas abandonadas en Angola o la retención de Mozambique— avivaban la inquietud de que la Corona española veía a los territorios portugueses sólo como activos económicos. Clérigos como Bartolomeu Guerreiro, quien había reprochado desde el púlpito a la monarquía por ignorar las conquistas portuguesas, encontraron nuevos argumentos en los sucesos de Salvador.

El cronista oficial de España, Tomás Tamayo de Vargas, redactó una gran narrativa sobre la reconquista, pero fue criticado por minimizar las contribuciones portuguesas. Los autores lusos chocaban implícitamente con la idea de que las tropas castellanas hubieran salvado el día. Aun así, no pedían abiertamente la independencia. En su lugar, expresaban su frustración con un lenguaje de lealtad, elogiando al rey Felipe, pero lamentando que sus subordinados españoles despreciaran la causa portuguesa.

Aunque la monarquía había vencido a los holandeses en un enfrentamiento decisivo, surgieron nuevas tensiones desde la pluma de cada cronista. Durante la década siguiente, esas disputas no resueltas se intensificaron. Cuando los aristócratas portugueses declararon su independencia en 1640, algunos historiadores vieron en las controversias tras la reconquista de Salvador el germen de esa rebelión.

Reescrituras y el germen de un futuro independiente

Una vez disipado el humo, estallaron celebraciones en todos los reinos ibéricos. Las campanas repicaron en Lisboa y Madrid, mientras los sermones proclamaban la providencia divina al conceder tal triunfo. En los Países Bajos, la derrota en Brasil suscitó reflexión sobre la necesidad de apoyar con más vigor las empresas americanas de la Compañía de las Indias Occidentales. Mientras tanto, los luso-brasileños de Bahía intentaban recomponer su capital devastada.

Las ceremonias ocultaban cambios más profundos en el desarrollo de Brasil. El resurgimiento de la ciudad demostró el valor estratégico de Salvador. No sólo gestionaba el comercio local de azúcar; era un punto clave en el Atlántico sur. Este giro influyó en la visión de los gobiernos español y portugués respecto a Brasil. El territorio requería mejor defensa y más recursos para evitar futuros ataques.

Durante la década de 1630, el gobierno invirtió en nuevas fortalezas en las aguas de Bahía y aumentó el gasto en administración colonial. Los hacendados brasileños aprovecharon la ocasión para expandir los ingenios azucareros. Estas plantaciones se integraron al comercio atlántico, aportando dinero y recursos portugueses a los objetivos españoles. De este proceso surgió una identidad brasileña más cohesionada. El pueblo mantuvo la lengua y la historia portuguesas, pero conservó una relación tensa con el gobierno madrileño.

En efecto, el Annus mirabilis, como lo llamó un escritor español en 1625, demostró cómo una crisis podía impulsar una transformación. El enfrentamiento con los holandeses forzó una cooperación vigorosa entre la población luso-brasileña y los agentes de la monarquía. Al mismo tiempo, expuso las grietas persistentes entre vasallos portugueses y funcionarios castellanos. Esas grietas nunca llegaron a cerrarse. En 1640, una aristocracia portuguesa fortalecida recuperó la independencia, instaurando a la Casa de Bragança en el trono.

Para entonces, Brasil se había convertido en un coloso más autónomo, forjando redes internas que lo impulsarían hacia los siglos siguientes como la mayor colonia de América. La memoria de la reconquista de Salvador frente a los holandeses se transformó en un relato fundacional: el día en que los “héroes” portugueses vencieron la adversidad para preservar su preciado territorio. Incluso tras independizarse de España, esa noción continuó anclando el imaginario brasileño hasta su camino hacia la autonomía y el imperio en el siglo XIX.

Cuatro siglos después, los historiadores ven la recuperación de Salvador como un evento clave en la formación del carácter colonial de Brasil. Refleja el impacto de las relaciones inestables dentro del Imperio Habsburgo sobre el destino de la América portuguesa. Las batallas en Salvador —tanto en el campo como en los debates literarios posteriores— reforzaron la conciencia entre los portugueses en Brasil de que eran más que simples engranajes en una vasta monarquía. Habían demostrado que podían defenderse, aunque con una asistencia ibérica dispareja, frente a un enemigo formidable.

En ese sentido, la reconquista de Bahía recuerda a los observadores actuales que los conflictos y las conquistas generan ganadores y perdedores inmediatos, pero también transformaciones duraderas en las lealtades y la autopercepción. La coalición hispano-portuguesa mostró una unidad fugaz que pronto dio paso al rencor, moldeando el destino de toda una región. Oficialmente, la ciudad siguió bajo una sola corona, pero los corazones locales llevaban ya la semilla de nuevas ambiciones y eventual independencia.

Los 400 años transcurridos subrayan las capas de reinvención que dejó la victoria bahiana. La reconquista demostró el poder imperial español, pero también la fuerza sostenida de Portugal. El triunfo de la monarquía reafirmó su autoridad, pero al mismo tiempo despertó el orgullo portugués, que pronto exigiría reconocimiento igualitario. Los debates, cargados de argumentos morales, políticos y religiosos, ayudaron a definir con mayor claridad una identidad portuguesa y, de forma inesperada, fortalecieron también una identidad brasileña unificada.

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Conmemorar hoy este evento permite a académicos y comunidades descubrir nuevas perspectivas sobre el surgimiento de rivalidades dentro de antiguas alianzas. La reconquista de Salvador revela que la formación de Brasil incluyó tanto acuerdo como discordia. El país se formó en un momento en que la sociedad global pasó de la cooperación católica a una conciencia nacional propia. Aunque los muros de la ciudad hace tiempo fueron reconstruidos, las lecciones de 1625 siguen resonando: para reimaginar un imperio, hay que entender el lugar que ocupa cada aliado en el gran tapiz del poder colonial.

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