AMÉRICAS

Cuba lleva a juicio a su “solucionador”: la caída de Alejandro Gil de reformador a presunto espía

La Habana acaba de sentar en el banquillo a Alejandro Gil, antes principal responsable de Miguel Díaz-Canel para los problemas económicos, por cargos de corrupción y espionaje: el mayor derrumbe político de la isla en 15 años. Su abrupta destitución en 2024 derivó en 11 cargos, avivando susurros sobre secretismo, chivos expiatorios y una lucha de poder ceñida a la familia.

Un reformista estrella se convierte en acusado

La semana pasada, el Tribunal Supremo de Cuba abrió un proceso contra el hombre que, hasta hace poco, personificaba la promesa del Estado de estabilizar una economía maltrecha. Alejandro Gil, ex vice primer ministro y ministro de Economía y Planificación, enfrenta ahora una mezcla inusualmente amplia de cargos: malversación, cohecho, evasión fiscal, lavado de dinero y la palabra que cambia la temperatura de cualquier juicio cubano: espionaje.

Los casos de corrupción pueden presentarse como tareas de limpieza; el espionaje lo reescribe todo en clave de seguridad nacional, cierra puertas y baja voces. Como dijeron a EFE fuentes jurídicas, el cargo de espionaje sacó este caso del terreno del fracaso tecnocrático y lo llevó al teatro de la supervivencia del Estado, donde los hechos son menos, las apuestas mayores y la historia se escribe tras vidrios polarizados.

Gil no es un chivo expiatorio de bajo rango ofrecido a la ira pública. Es, según casi todos los medidores, el funcionario más prominente en caer en al menos década y media: un rostro habitual en los partes nocturnos, una firma en los movimientos económicos más trascendentales de los últimos cinco años. En 2024 pasó del banco delantero del gabinete a una destitución repentina por “errores graves”, luego a la detención y ahora al banquillo. La velocidad sorprendió incluso a leales que, un año antes, elogiaban sus hojas de cálculo y su paciencia.

Lo que La Habana está escenificando es algo más que una purga. Es una lucha de relatos. Un guion presenta a Gil como el solucionador que traicionó la confianza de la revolución; otro lo retrata como un reformista antes útil convertido en chivo expiatorio prescindible de una economía que sigue incumpliendo sus propias promesas. La etiqueta de espionaje, vaga por diseño, ayuda al Estado a mantener el control sobre qué guion se impone, señaló EFE.

Las reformas que rehacieron la economía y deshicieron su posición

Para entender cómo Gil llegó a ser a la vez indispensable y prescindible, hay que seguir las políticas que encabezó. Ingeniero de formación, ascendió desde empresas estatales hasta la cúpula en 2018, como parte del relevo generacional que vio a Miguel Díaz-Canel suceder a Raúl Castro. Desde ese puesto, a Gil se le encomendó ejecutar la largamente postergada Tarea Ordenamiento, la reforma de 2021 destinada a poner fin al sistema de doble moneda en Cuba y “normalizar” precios, salarios y balances en una economía deformada.

Sobre el papel, el plan prometía racionalidad: una sola moneda, cuentas más claras, un camino de regreso a la productividad. En la práctica, hizo detonar el valor del peso y aceleró la dolarización de la vida cotidiana. La devaluación que los tecnócratas defendían como necesaria se vivió como caída libre para hogares ya al límite. Las estanterías estaban escasas; la reforma las vació aún más. La inflación dejó de ser una estadística y se convirtió en la fila del pan.

La cartera de Gil iba más allá de la reestructuración. Encabezó las primeras rondas de “ajustes” fiscales para contener el caos: drásticas subidas del precio del combustible que, según se quejaron cubanos a EFE, alcanzaron hasta el 400 por ciento en algunos casos. La señal que se pretendía enviar a los mercados llegó a los ciudadanos como una alarma intermitente de que nada iba a abaratarse, ni siquiera el bus al trabajo. Al mismo tiempo, Gil ayudó a abrir estrechos carriles económicos para las micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYMES). Estas firmas oxigenaron la distribución justo cuando la escasez se intensificaba, y también redibujaron el mapa social, creando miles de actores que no eran ni empleados clásicos del Estado ni disidentes evidentes.

Durante un tiempo, la coexistencia de ajuste y apertura permitió a Gil reclamar coherencia: eliminar distorsiones, invitar la iniciativa privada a espacios acotados y ganar tiempo para que el sector estatal recobrara aliento. Pero el costo subió y la paciencia se encogió. Para cuando cayó, el crecimiento de las MIPYMES se había estancado y el margen político para experimentos se había reducido. El Estado podía culpar a la pandemia, las sanciones, los shocks globales, o podía encontrar un protagonista cuyo nombre la gente conociera y escribir un final distinto.

EFE/ACN/Ariel Ley Royero

De felicitaciones de cumpleaños a esposas: cómo se deshizo una sociedad política

La caída de Gil es inseparable de su cercanía a Díaz-Canel. Se incorporó al gabinete bajo este presidente, defendió los movimientos más pro-sector privado en décadas y cargó con decisiones que le ganaron tantos enemigos como admiradores. Su relación fue más que oficial: según se reporta, el presidente dirigió la tesis académica de Gil y, incluso después de destituirlo, lo felicitó públicamente por su cumpleaños, una cortesía que sonó extraña cuando, semanas después, anunció que los investigadores habían encontrado “errores graves” y que Gil había reconocido “serias imputaciones”, como recordó EFE.

Esa secuencia, buenos deseos, frío comunicado, se convirtió en el emblema de la opacidad del caso. Cuando Gil fue cesado el 2 de febrero, el gobierno ofreció pocos detalles. El 7 de marzo llegó el inusualmente personal comunicado presidencial. Y luego, silencio, hasta que, a principios de noviembre, los fiscales enumeraron once cargos sin aportar muchos pormenores. En un sistema donde lealtad y desempeño nunca encajan con limpieza, la ambigüedad hace su trabajo: mantiene el foco sobre el acusado y la discreción del lado de los acusadores.

El cargo de espionaje hizo algo más. Cambió el enfoque de los auditores a la seguridad del Estado. Para algunos cubanos, los comentarios de funcionarios a EFE sugerían que eso significaba un proceso hermético. Para otros, es la señal de una pugna delegada sobre hasta dónde llevar las aperturas al mercado, cuánto empoderar a los actores privados y cómo explicar una reforma que rompió más de lo que arregló.

El eco de la historia y lo que realmente pone a prueba este juicio

La revolución ha conocido caídas dramáticas antes. Huber Matos estuvo preso dos décadas al principio. El general Arnaldo Ochoa fue ejecutado en 1989 tras un juicio relámpago por cargos de traición y narcotráfico. En los años de ajuste pos-soviético, Carlos Aldana fue destituido; una década después cayó Roberto Robaina; veinte años más tarde, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, otrora posibles sucesores, fueron abruptamente defenestrados. Cada caso tuvo su contexto. Juntos, forman un manual de cómo se administra el poder cuando las instituciones son elásticas y los relatos se producen de forma centralizada, explicaron historiadores a EFE.

El caso de Gil no es una copia al carbón. No es un general ni un heredero aparente, ni un ideólogo puro ni un diplomático carismático. Es el tecnócrata que cargó con una apuesta de reestructuración de una vez por generación y que luego descubrió que el sistema prefiere el éxito sin sobresaltos y el cambio sin dolor. Cuando esa alquimia fracasó, el mago se convirtió en distracción.

Lo que este juicio pone a prueba no es solo si un funcionario violó reglas. Pone a prueba si el liderazgo cubano puede corregir rumbo sin convertir las rectificaciones en autos de fe. Pone a prueba si la empresa privada, una vez readmitida con cautela, podrá crecer al ritmo que la escasez exige. Pone a prueba si puede existir transparencia en un proceso planteado como asunto de seguridad nacional.

Por ahora, la respuesta está en el propio tribunal: cerrado, solemne, cargado de simbolismo. Un reformista celebrado se sienta en el banquillo. Los cargos se apuntan en el libro contable y se trasladan al archivo de espionaje. La isla observa y descifra los silencios que deja el Estado. Si el veredicto está cantado, su significado no lo está. Ante la ausencia de hechos claros, los cubanos rellenan el vacío con algo que conocen demasiado bien: la política aquí rara vez se reduce a delitos o políticas públicas. También trata de quién puede explicar el fracaso y de quién carga con la culpa, como dijeron analistas a EFE.

Sea cual sea el desenlace, la caída de Gil perdurará como una advertencia sobre el costo de los experimentos en un sistema que valora más el control que la franqueza. Si es condenado, el mensaje será simple: el Estado puede absorber penurias, pero no absorberá la culpa. Si es absuelto de los cargos más explosivos pero sale de todos modos de la vida pública, el mensaje será más sutil y igual de certero. En La Habana, la utilidad siempre caduca antes que la incertidumbre.

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