La caja negra desaparecida del vuelo 980: un enigma de la aviación boliviana

Han pasado casi cuarenta años desde que el vuelo 980 de Eastern Air Lines se estrelló contra el monte Illimani en Bolivia, esparciendo restos —y rumores— por sus campos nevados. La caja negra del Boeing 727 y la verdad completa siguen sin aparecer, pese a múltiples ascensos y susurros sobre contrabando y sabotaje.
Una colisión fatal en los Andes bolivianos
El primero de enero de 1985 debía haber sido solo otro vuelo nocturno para el vuelo 980 de Eastern Air Lines: Asunción a La Paz, una rápida recarga de combustible, luego Guayaquil y Miami. Pero los mapas meteorológicos de medianoche mostraban nubes amenazantes acumulándose sobre los Andes. El aeropuerto internacional de El Alto —la pista comercial más alta del mundo, con más de 4.000 metros sobre el nivel del mar— no ofrecía margen de error. Los pilotos que se aproximan a La Paz hablan de altímetros distorsionados, motores que jadean por falta de oxígeno y corrientes descendentes impredecibles que empujan los aviones hacia las rocas.
A las 8:38 p. m., el capitán Larry Campbell solicitó permiso para descender a la torre de control de La Paz. Fue su última transmisión. Siguieron treinta minutos de silencio, hasta que los canales de rescate captaron reportes de un destello naranja en la cara sur del Illimani. Al amanecer, observadores de la Fuerza Aérea Boliviana confirmaron lo peor: aluminio retorcido regado en un glaciar a casi 5.800 metros de altitud, donde los vientos rugen a más de 110 km/h. Las 29 personas a bordo —entre ellas Susan Watkinson, esposa del embajador estadounidense en Paraguay— no tuvieron ninguna oportunidad.
Los equipos de rescate comenzaron a ascender lentamente, pero se vieron obligados a retirarse tras pocas horas, vencidos por el riesgo de avalanchas y el mal de altura. Desde ese día, el sitio del accidente quedó prácticamente intacto: una tumba abierta preservada en hielo y rumores. ¿Qué desvió al vuelo 980 tanto al sur de su ruta estándar? ¿Por qué llevaba apenas una cuarta parte de su capacidad de pasajeros? Y como exigieron los investigadores: ¿dónde estaba la caja negra, supuestamente diseñada para resistir todo excepto la aniquilación total?
Caja negra desaparecida, conspiraciones interminables
En desastres aéreos, la caja negra —pintada de naranja brillante— es la prioridad número uno de búsqueda, tan esencial para conocer la verdad como una autopsia para el forense. En el caso del vuelo 980, resultó exasperantemente esquiva. Los primeros escaladores —montañistas locales atraídos por los titulares— regresaron con pasaportes, cojines de asiento, incluso botellas de champán sin abrir, pero sin la grabadora. Expediciones posteriores localizaron el cono de cola del 727, donde el dispositivo debería haber estado alojado. La evidencia acumulada sugería no un entierro bajo el hielo, sino una ausencia total.
La especulación estalló. Algunos susurraban sobre un atentado dirigido contra el embajador Dean Watkinson, quien canceló su viaje en el último minuto, mientras su esposa voló. Otros afirmaban que el manifiesto de carga incluía cajas con pieles de reptiles exóticos, preferidas por redes de contrabando que operaban a través de Miami. En los años 80, personal de Eastern Air Lines fue sorprendido en más de una ocasión colaborando con rutas de cocaína; quizás el vuelo 980 transportaba una carga demasiado valiosa —o demasiado incriminatoria— como para ser descubierta. ¿Pudo alguien haber alcanzado el Illimani antes, llevándose la cinta de la caja negra y el cargamento ilícito?
Las teorías de navegación generaron sus propias tramas. El sistema Omega de radionavegación del avión podía desviarse varios kilómetros; una señal alterada por la tormenta podría haber desviado al jet. Los críticos argumentaban que las tripulaciones profesionales cruzan datos, y el capitán Campbell, un veterano de 58 años, conocía el corredor a la perfección. Más tarde, aldeanos al este de la ruta habitual reportaron haber oído motores sobrevolando, lo que sugiere que el avión realizó una inexplicable maniobra en zigzag hacia la montaña. Sin audio de cabina ni datos de vuelo, la trayectoria sigue siendo una conjetura: otro vacío en un expediente lleno de cabos sueltos.

Materiales recuperados del lugar del accidente / NTSB
Investigaciones que profundizaron la niebla
La respuesta oficial se deterioró rápidamente. La agencia civil de aviación de Bolivia citó el “terreno inhóspito” y cerró su investigación en menos de un año, atribuyendo el accidente a un “vuelo controlado contra el terreno” —error de piloto en mal clima. La Junta Nacional de Seguridad del Transporte de EE. UU. (NTSB) ofreció apoyo, pero Washington esperaba que La Paz liderara la investigación en su propio territorio. Las familias de las víctimas se enfurecieron. Eastern Air Lines, sumida en conflictos laborales y problemas financieros, buscaba cerrar el caso con rapidez.
Entonces intervinieron los amateurs. En marzo de 1985, un ingeniero de vuelo independiente de Miami financió una expedición, fotografió campos de escombros y notó la sospechosa ausencia de restos humanos. Luego alegó que altos cargos de Eastern lo instaron a guardar silencio para evitar nuevos litigios. En junio, Geraldine O’Hara, viuda de un director del Cuerpo de Paz, contrató guías andinos para recuperar el anillo de su esposo. Alcanzó los restos en pocas horas —sin equipo especial ni escolta oficial— y salió perpleja de que las autoridades llamaran “inaccesible” al sitio.
La presión pública obligó a la NTSB a montar su propia expedición ese mismo año. La misión fue un fiasco de manual: poco tiempo de aclimatación, radios defectuosas y restricciones presupuestarias dejaron a los escaladores sin combustible ni cuerdas. Registraron la sección de cola pero abandonaron la búsqueda tras cinco días. La declaración final de la Junta —“los esfuerzos de búsqueda se vieron obstaculizados por suministros insuficientes, clima impredecible y altitud extrema”— sonó más a disculpa que a veredicto. Nunca se realizó una expedición de seguimiento.
Mientras tanto, la prensa amarilla se dio un festín. Diarios en La Paz publicaron alegatos sobre ladrillos de cocaína con logotipos de aerolíneas, que los fiscales negaron rápidamente. Talk shows estadounidenses insinuaban vínculos con la CIA, señalando que Bolivia albergaba entonces operaciones encubiertas contra el narcotráfico. Cada rumor alimentaba al siguiente, nublando el registro histórico hasta que incluso periodistas veteranos tenían dificultades para distinguir hechos de mitos.
Décadas después, Google Earth y Wikipedia reavivaron el interés. En 2016, dos aventureros estadounidenses —Dan Futrell e Isaac Stoner— leyeron una nota en línea que calificaba el sitio del accidente como “inaccesible” y lo tomaron como un reto. Con crampones y una GoPro, escalaron las laderas del Illimani, hallando fragmentos metálicos, máscaras de oxígeno e incluso un cuaderno de bitácora chamuscado del piloto. Entre los restos encontraron trozos naranjas que creyeron ser parte de la caja negra. Ya en casa, la NTSB analizó el plástico: coincidía con el revestimiento interior de Boeing, no con el de la caja negra —otra pista disuelta.
Pero las fotos del dúo revelaron algo nuevo: con el retroceso de los glaciares por el cambio climático, restos antes sepultados emergen a la luz del día. ¿Qué más podría salir a la superficie a medida que la armadura helada del Illimani retrocede año tras año?

Monte Illimani. Wikimedia Commons/Hernan Payrumani
El enigma persistente y lo que queda por venir
Cuatro décadas después, la saga del vuelo 980 se lee como una novela de detectives con el último capítulo arrancado. Oficialmente, la causa sigue siendo un error de navegación nocturno agravado por tormentas. Extraoficialmente, innumerables preguntas aún pugnan por protagonismo:
¿Había contrabando a bordo? Los registros de carga confirman que se recuperaron pieles de reptiles valoradas en casi un millón de dólares, pero los registros aduaneros no mencionan narcóticos.
¿Alguien llegó al lugar primero? Testimonios sugieren que escaladores de un pueblo minero cercano intentaron saquear días después del impacto; si fue así, ¿pudieron haberse llevado la grabadora?
¿Podría la tecnología moderna ayudar hoy? Drones con radar de penetración terrestre, helicópteros de gran altitud y sierras de hielo portátiles no estaban disponibles en 1985. Las familias de las 29 víctimas, ya mayores, siguen soñando con respuestas. Los hijos de Susan Watkinson conservan un álbum de recortes y escriben periódicamente a miembros del Congreso de EE. UU. pidiendo una nueva búsqueda.
Sin embargo, la montaña está cambiando. Imágenes satelitales muestran que los glaciares del Illimani se han adelgazado dramáticamente desde los años 90. Donde antes se levantaban carpas sobre nieve firme, ahora se abren grietas. Esa reducción, paradójicamente, podría descubrir la grabadora que nadie pudo hallar en los 80 o 90. Ingenieros afirman que la cinta magnética interna podría aún contener datos si se mantuvo congelada —las cajas negras están hechas para resistir 1.000 grados Celsius durante una hora y presión aplastante por días. Cuarenta años de hielo podrían ser más benévolos que una ladera tropical abierta.
Eastern Air Lines ya no existe —liquidada en 1991— por lo que cualquier intento de recuperación recaería en la autoridad aeronáutica boliviana, quizás con ayuda de investigadores estadounidenses bajo convenios internacionales. Por ahora, no hay ninguna misión programada. Obtener permisos de escalada sigue siendo fácil; el Illimani aún atrae a caminantes con su perfil dentado. Tal vez algún día, un grupo de montañistas abra huella sobre una cornisa expuesta y vea un cilindro naranja medio derretido saliendo del glaciar. Hasta entonces, el vuelo 980 habita una zona crepuscular del folclore aeronáutico: ni completamente olvidado ni totalmente resuelto.
A medida que los aniversarios pasan, el Illimani permanece vigilante —testigo silencioso de aluminio, secretos y hielo. Los expertos en accidentes aéreos enseñan que cada siniestro escribe nuevas normas de seguridad; cada caja negra recuperada es una lección grabada en circuitos y cinta. El vuelo 980 privó al mundo de esa lección, dejando solo rumores que resuenan en sus laderas. Si algún día la humanidad logra arrancar la grabadora del abrazo de la montaña, un simple pitido de su cinta podría reescribir la narrativa y brindar a las familias el cierre que merecen.
Lea Tambien: El voto en Venezuela impulsa unidad y determinación en la disputada frontera de Guyana
Hasta ese día, la historia sigue inconclusa —un enigma en el aire enrarecido sobre La Paz, donde el viento barre los restos y el tiempo borra las huellas, pero la memoria persiste.
Nota: Este artículo se basa en información pública y registros históricos.