AMÉRICAS

Panamá llora al Papa mientras migrantes exigen una reforma gubernamental compasiva

La comunidad católica de Panamá está de luto tras la muerte del papa Francisco, recordado en todo el mundo por su defensa de la dignidad de los migrantes. En medio del dolor, activistas de la Iglesia y solicitantes de asilo deportados se unen para pedir a las autoridades que honren su legado protegiendo vidas vulnerables.

El fallecimiento de un pontífice y un llamado urgente

La muerte del papa Francisco estremeció a poblaciones católicas en todo el mundo, pero en Panamá, el duelo pronto se fusionó con un imperativo moral: defender a los cientos de migrantes deportados que hoy se encuentran varados en el país. Para muchos fieles, el pontífice no era solo el líder de su Iglesia, sino el defensor más ferviente de quienes se ven obligados a abandonar su tierra natal, con un mensaje de compasión que trascendía fronteras. Ahora, los católicos locales insisten en que izar las banderas a media asta no basta. Si los panameños desean realmente honrar al “papa de los migrantes”, afirman, el gobierno debe velar por el bienestar de quienes han quedado en el limbo.

Francisco promovía una visión inclusiva del mundo, y hablaba de una “cultura del encuentro” en la que incluso las personas más marginadas merecen respeto y protección. Entre quienes encontraron fuerza en sus palabras están los aproximadamente 299 migrantes que Estados Unidos deportó a Panamá, usando al país como “puente” para vuelos de repatriación. Este grupo llegó en tres vuelos a partir de mediados de febrero, con personas de países tan diversos como China, Irán, Vietnam y Camerún. Algunos optaron por retornar voluntariamente a sus países. Otros, temiendo maltratos, se negaron y quedaron en una situación incierta.

Ante esta realidad —desplazamientos coincidiendo con la muerte de una figura católica reconocida—, los simpatizantes locales encontraron nueva determinación. Recuerdan que el llamado del papa Francisco a valorar cada vida humana resonó en toda América Latina, especialmente en un país como Panamá, que reconoce oficialmente el papel profundo del catolicismo. Sin embargo, muchos activistas creen que los sistemas encargados de atender a estos desplazados están lejos de los principios del pontífice. Y formulan una pregunta directa y urgente: ¿el duelo oficial se traduce en políticas reales para personas sin opciones?

De llegadas en vuelo a futuros inciertos

Las autoridades estadounidenses comenzaron a enviar migrantes a Panamá con la idea de que fuera una escala temporal, donde estas personas pudieran elegir entre regresar a sus países o permanecer sin un futuro claro. Unos 188 eventualmente retornaron a sus lugares de origen, pero 111 se negaron, alegando temor por su seguridad. Inicialmente, todo el grupo fue alojado en un hotel de Ciudad de Panamá, y luego, quienes no aceptaron la repatriación fueron trasladados a un centro cercano a la selva del Darién, una zona ya conocida por sus duras rutas migratorias.

Ante la presión internacional, el gobierno panameño otorgó un permiso humanitario de 30 días, renovable hasta 90, para quienes quedaron en la capital. Esta medida les dio cobertura legal temporal, pero poco más. De pronto, familias y viajeros solitarios se vieron con opciones de refugio limitadas y sin ingresos fijos. La agencia EFE habló con dos madres asiáticas, aterradas ante la posibilidad de regresar a países con violencia política. A través de una aplicación de traducción, relataron su travesía por varios países de América junto a sus hijos pequeños, solo para acabar esposadas en un vuelo que nunca quisieron tomar.

Hoy, estas mujeres viven en pequeños hoteles del centro de Panamá. Consideran la muerte del Papa como un símbolo: otra decepción en una larga lista de expectativas frustradas. Recuerdan que Francisco, hijo de inmigrantes, decía a menudo: “Ninguna persona es desechable”. Abogaba por rutas seguras y trataba a los refugiados como familias que necesitan ayuda, no como simples cifras. Para ellas, el gesto oficial de las banderas a media asta queda ensombrecido por la fecha límite que pende sobre sus permisos temporales.

Católicos invocan la memoria de Francisco para exigir un cambio real

Pasar del duelo a la acción concreta es la demanda central de grupos eclesiales como la Red CLAMOR (La Red Eclesial Latinoamericana y Caribeña de Migración, Desplazamiento, Refugio y Trata de Personas). Esta coalición, que incluye organizaciones católicas como Fe y Alegría, ha intervenido para brindar ayuda tras el fin del apoyo logístico del gobierno. Sus miembros alquilan habitaciones modestas o abren sus propios refugios para familias atrapadas en la indecisión burocrática. Cuando EFE visitó uno de estos lugares, el trabajador social Elías Cornejo habló de llevar adelante las enseñanzas del papa Francisco: “Honrarlo es ofrecer dignidad, no solo palabras”, insistió.

Según Cornejo, la Constitución panameña garantiza el trato humano, y la identidad católica del país debería reforzar ese principio. Los migrantes enfrentan inestabilidad —sin vivienda fija ni oportunidades a futuro—. Los voluntarios de Red CLAMOR afirman que ofrecen comidas simples, sitios seguros para dormir y asistencia con trámites. Pero reconocen que hace falta una solución política integral. De lo contrario, el permiso humanitario con fecha de expiración genera temor ante una posible deportación futura.

La contradicción es evidente: un país católico baja banderas por un papa que defendió los derechos de los migrantes, pero lucha por proteger a los mismos que él habría defendido. Sin embargo, aún hay esperanza. La combinación de tristeza y urgencia moral podría motivar a los líderes a tomar medidas más amplias: aumentar opciones de vivienda, brindar capacitación laboral o dialogar con otros países para facilitar solicitudes de asilo. Algunos activistas proponen que, así como el papa Francisco unió divisiones dentro de la Iglesia, este momento podría inspirar a las instituciones panameñas a superar obstáculos administrativos y abrazar un espíritu de verdadera misericordia.

Aun así, persisten los desafíos. Muchos panameños sienten empatía, pero temen la falta de recursos. Funcionarios gubernamentales temen que brindar más apoyo atraiga a más migrantes, sobrecargando la capacidad del país. Familias de escasos recursos se preguntan si una comunicación o notificación oficial decidirá su destino. ¿Significa el luto por el papa Francisco una mayor comprensión y apertura?

Para quienes ya han sufrido mucho, la muerte del pontífice se conecta profundamente con su experiencia cotidiana. Sus mensajes solían afirmar que merecen una vida con dignidad, esperanza que conservan en medio del duelo compartido. Lo clave, dicen líderes eclesiales, es transformar ese sueño en realidad —canalizando la unidad y ternura que emergen en el luto nacional hacia una política migratoria verdaderamente humana—.

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Velas y cintas negras adornan edificios públicos en Panamá. Pero la pregunta persiste: ¿El legado del difunto papa influirá realmente en cómo este país trata a los más vulnerables? Los trabajadores católicos hallarán la respuesta en las acciones oficiales después del dolor inicial. Solo entonces Panamá podrá decir que ha honrado al papa Francisco, el “papa de los migrantes”, al encarnar su incansable llamado a la compasión en un mundo que a menudo olvida su humanidad compartida.

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