El Nuevo Código Laboral de Cuba: Reformas Brillantes, las Mismas Viejas Cadenas

El borrador del Código Laboral de Cuba exhibe palabras de moda modernas—teletrabajo, desconexión digital, licencia parental e incluso seguro de desempleo para el sector privado. Pero bajo el brillo permanecen los mismos controles de siempre: sin derecho a huelga, sin pluralidad sindical y con salarios desvinculados de la realidad.
Cosmética sin músculo
Sobre el papel, el borrador de 48 páginas del Código Laboral en La Habana parece un salto al siglo XXI. Introduce el teletrabajo, incluso desde el extranjero, bajo ciertas condiciones. Codifica un “derecho a desconectarse” fuera del horario laboral. Reduce el período obligatorio de servicio social para los recién graduados de tres años a dos. Y, por primera vez, bosqueja un seguro de desempleo para los trabajadores del sector privado. Estas características están diseñadas para deslumbrar a diplomáticos e inversionistas—como una lista de verificación de modernizador.
Pero el proceso detrás de ellas revela los límites. Como señala EFE, la fase de “consulta” que se extenderá hasta noviembre no es negociación colectiva. Es una gira gestionada por el Partido Comunista, presentada en los centros de trabajo con asistencia obligatoria de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC)—el único sindicato de la isla, alineado con el Estado. El Partido aprueba, la Asamblea ratifica, la CTC aplaude. Palabras nuevas decoran el mismo escenario de siempre. El guion es nuevo solo en vocabulario.
Viejos monopolios, nuevas palabras de moda
El borrador amplía los mecanismos de “participación” y eleva el papel de la CTC en los procesos de reclamación, pero protege el monopolio sindical. No se reconocen sindicatos independientes. Los trabajadores solo pueden afiliarse a la CTC, cuya dirigencia está estrechamente alineada con el Partido Comunista.
Lo más revelador: el derecho a huelga está ausente—tal como fue omitido en la Constitución de 2019. En cualquier sistema laboral, la huelga es el fulcro que hace real la negociación. Sin ella, la “participación” es representación, no poder.
Incluso la nueva promesa de seguro de desempleo para las 10,000 micro, pequeñas y medianas empresas privadas de Cuba genera más preguntas que respuestas. ¿Se equipararán los beneficios a los de los trabajadores estatales? ¿Cuáles serán los niveles de cobertura y reglas de elegibilidad? ¿Quién proveerá las pólizas—la aseguradora estatal ESEN o alguna entidad nueva? Por ahora, es una obligación sin beneficio definido, más pagaré que red de seguridad.
Una promesa salarial que no lo es
El código también alude al “empleo digno”: lugares de trabajo seguros, no discriminación, igualdad salarial por igual trabajo. Promete “remuneración suficiente para cubrir las necesidades básicas”. Pero la dignidad se enmarca como idea, no como derecho exigible.
No existe un mecanismo que vincule los salarios a la inflación o al costo de la canasta básica. No hay calendario de negociación colectiva. No se aplica indexación para evitar que el salario se erosione con los aumentos de precios. El salario mínimo continuará siendo fijado unilateralmente por el Consejo de Ministros. En resumen, la ley habla de suficiencia mientras retiene los instrumentos que la producirían.
Incluso donde se reconoce flexibilidad, como a través del pluriempleo (tener múltiples trabajos), el control tiene tope. Las horas de trabajo diarias en todos los empleos no pueden exceder trece. En el papel, esto previene abusos. En la realidad, limita las estrategias de supervivencia de muchas familias en una economía distorsionada. La flexibilidad pertenece a los empleadores, no a los hogares.
Participación sin poder
El borrador incluye cláusulas familiares—licencia parental ampliada, normas contra el acoso, ascenso por mérito y promesas de igualdad de género. Suenan progresistas. Pero sin derecho a huelga, pluralismo sindical ni canales de disputa independientes, tales protecciones son discrecionales. Los derechos significan poco si el único árbitro es la misma alianza empleador-Estado que deberían limitar.
Tomemos el teletrabajo. Los contratos deben especificar costos, reversibilidad y control. El código otorga a los trabajadores el derecho a desconectarse. Sin embargo, sin representación independiente, la aplicación depende de la buena voluntad de la administración. Un derecho a “desconectarse” solo es significativo si un trabajador puede rechazar un mensaje fuera de horario sin temor. En el sistema cubano, es una esperanza, no una garantía.
La fase de consulta ilustra el desequilibrio. Como describe EFE, las reuniones explicativas están guionizadas, con presentadores designados y presencia obligatoria de la CTC. Los trabajadores son aleccionados, no negociados. El gobierno lo llama escuchar; los empleados lo conocen como propaganda.
La Habana busca crédito por adaptarse al crecimiento del sector privado que autorizó a regañadientes en 2021. Persigue la apariencia de alinearse con los estándares laborales internacionales, incorporando aquí una cláusula de sostenibilidad y allá una promesa de conciliación laboral-familiar. Pero lo fundamental—el control de los salarios, la prohibición de la huelga y el monopolio sindical—permanece intacto.

Un rebranding, no una reforma
La paradoja es clara: cuanto más espacio económico abre el Estado, más restringe las herramientas laborales que en todas partes se usan para reclamar una parte del crecimiento. Cuba ha decidido anunciar modernización mientras se aferra a sus palancas de control.
El seguro de desempleo está mandatado pero indefinido. El trabajo digno es proclamado pero no exigible. Y la huelga—la única prueba que muestra si los trabajadores tienen verdadero poder—sigue siendo tabú.
La reforma cosmética puede darle a La Habana aplausos en foros internacionales. Pero para la enfermera que compagina dos empleos, el programador que trabaja como freelance para un cliente en el extranjero o el maquinista que ve su salario disolverse con la inflación, el cálculo diario no cambiará.
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La modernización no es un menú de características. Es una redistribución de la voz. Hasta que los trabajadores cubanos puedan organizarse libremente, hacer huelga y negociar salarios atados a la realidad de sus vidas, el nuevo Código Laboral no es una ruptura con el pasado. Es un rebranding—y las cadenas permanecen.