Los comunistas de Chile difícilmente evolucionarán antes de que los votantes se vuelvan conservadores

Jeannette Jara acaba de hacer historia, pero también desató un ajuste de cuentas. Su aplastante victoria en las primarias la posiciona como la primera candidata presidencial comunista realmente viable de Chile. Sin embargo, su llegada a La Moneda podría depender de qué tan rápido su partido deje de comportarse como si todavía estuviera en 1973.
De la retórica roja a la reforma nórdica
El Partido Comunista de Chile está en su punto más alto tras la sorprendente victoria de Jeannette Jara en las primarias, pero su pragmatismo moderno y negociador choca con una colectividad aún aferrada a la nostalgia de la Guerra Fría. Para sobrevivir, la izquierda debe elegir entre la pureza ideológica y la posibilidad real de llegar al poder.
Jara no sonó como una comunista clásica cuando declaró, en un debate televisado, que en Cuba hay presos políticos. Esa sola frase rompió con décadas de férrea disciplina partidaria y dejó boquiabiertos a muchos, incluyendo a su presidente de partido, Lautaro Carmona, quien durante años ha defendido a La Habana con discursos marxistas de manual.
Sus críticos dentro del PC la vieron como una traidora. Pero los votantes escucharon la verdad.
Ese momento resume la cuerda floja sobre la que camina Jara. El Partido Comunista, fundado en 1922 y prohibido durante gran parte de la Guerra Fría, sigue aferrado a principios marxista-leninistas que enfatizan la lucha de clases y coquetean con la idea de la revolución. Y, sin embargo, aquí está Jara: la misma mujer que ayudó a negociar una histórica reforma de pensiones construyendo puentes con empresarios y demócratas cristianos.
Claudio Fuentes, politólogo y veterano observador de la izquierda chilena, lo resume así: “Gobierna como una socialdemócrata escandinava”. Y a los chilenos parece gustarles. Según la encuestadora Criteria, más de dos tercios del país apoyaron su reforma laboral de 40 horas semanales —una medida impensable bajo un control económico estilo soviético, pero perfectamente compatible con el capitalismo de bienestar nórdico que ella parece admirar.
La gran incógnita ahora es si su partido la dejará seguir haciendo lo que funciona, o si la arrastrará de vuelta al búnker ideológico.
Atrapados por la historia: cuando la memoria se convierte en techo
La izquierda chilena no puede sacudirse sus fantasmas. Desde el sangriento derrocamiento de Salvador Allende en 1973, el comunismo en Chile ha cargado con un peso simbólico enorme. Mientras otros partidos comunistas occidentales —como el italiano— se reinventaron en los años 90 como socialdemócratas, el PC chileno se mantuvo firme en la ortodoxia ideológica.
Mario Amorós, historiador de la izquierda chilena, cree que esa elección ha tenido un alto costo. Encuesta tras encuesta, el anticomunismo sigue marcando fuerte. Un sondeo de 2023 del Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP) de Harvard reveló que solo el 24% de los chilenos votaría “definitivamente” por un candidato comunista, frente al 51% que sí lo haría por un progresista independiente genérico. Esa brecha tiene consecuencias electorales.
La victoria del 60% de Jara en las primarias no fue un accidente, pero ocurrió dentro de un electorado progresista. El voto general de noviembre será otra historia. A menos que el Partido Comunista le dé margen de maniobra —algunos sugieren incluso suspender temporalmente su militancia—, su candidatura podría terminar siendo munición política para el ultraderechista José Antonio Kast, que nunca pierde oportunidad de comparar al PC con Venezuela o algo peor.
Evelyn Matthei, la favorita del centro-derecha, ya está explotando ese contraste. Su eslogan de campaña, “Orden y futuro”, es un guiño al pragmatismo pro-empresa, sin cargas ideológicas.

Crecimiento o fantasmas: la economía empírica de Jara
Lo que distingue a Jara del ala dura no es solo el lenguaje: es el enfoque basado en datos. Mientras los nostálgicos aún citan a Lenin para hablar de capital financiero, ella cita informes de la OCDE y modelos de políticas públicas de Canadá y Suecia.
Como ministra del Trabajo, no nacionalizó industrias ni predicó la revolución. En su lugar, propuso reformas graduales basadas en evidencia —particularmente en pensiones— donde sistemas públicos y privados pudieran coexistir, con el objetivo final de asegurar dignidad para las personas mayores, no guerra de clases.
Y ese enfoque da resultados. Investigadores de la Universidad de Chile constataron que la pobreza cayó del 38% en 1990 a menos del 8% en 2019, no gracias a un socialismo doctrinario, sino a una combinación de mercados abiertos y políticas sociales. La producción de cobre, que se había desplomado bajo la breve nacionalización de Allende, repuntó solo tras introducir asociaciones híbridas más flexibles en los años 90.
El desafío de Jara es vender ese éxito sin alienar a su base, que ve incluso pequeñas dosis de capitalismo como una traición. No solo debe vencer a la derecha; también debe convencer a la izquierda de que, a veces, ganar el poder significa ceder algo de pureza.
Una encrucijada para la izquierda chilena —y una advertencia
El costo de que la campaña de Jara quede atada al ideologismo vintage —banderas rojas, retratos de Fidel, alusiones a sóviets obreros— podría ser altísimo: la izquierda correría el riesgo de devolverle La Moneda a la derecha. Y no precisamente a la moderada. Si el voto progresista se fragmenta, José Antonio Kast podría resurgir, con un programa que incluye revertir derechos indígenas, políticas de equidad de género y regulaciones ambientales.
La izquierda ya desperdició una oportunidad crucial con el plebiscito constitucional de 2022, que fracasó en gran parte porque sus redactores fueron demasiado lejos, demasiado rápido. Jara representa una segunda oportunidad, pero solo si el partido da un paso atrás y la deja liderar.
El economista Dani Rodrik llama al modelo que ella intenta aplicar “pluralismo incrustado”: un delicado equilibrio donde se toleran las facciones ideológicas, pero no se les permite paralizar el gobierno. En la práctica, eso significa tender puentes entre sociedad civil y mercado, entre la academia y el activismo. Jara es una de las pocas figuras de izquierda con el carisma para caminar esa delgada línea y la capacidad para respaldarla con resultados.
Pero la capacidad no sirve de nada si su partido no confía en que ella puede liderar.
A medida que se acerca noviembre, la verdadera pregunta que enfrenta el Partido Comunista de Chile no es solo si quiere ganar, sino si está dispuesto a dejar atrás lo que alguna vez fue cierto para abrazar lo que funciona ahora.
Si la respuesta es sí, Jeannette Jara podría convertirse en la arquitecta de una nueva izquierda chilena: progresista sin disculpas, informada a nivel global y viable electoralmente.
Si la respuesta es no, será la derecha quien escriba el próximo capítulo.
Lea Tambien: Leyva niega conspiración contra Petro mientras crece la crisis institucional y diplomática en Colombia
Créditos: Reportaje basado en entrevistas de EFE, encuestas de Criteria y LAPOP (Harvard), datos económicos de la Universidad de Chile y análisis político de Octavio Avendaño, Claudio Fuentes, Mario Amorós y Dani Rodrik.