Las sanciones que ha impuesto la FIFA a Rusia demuestran que una vez más sus castigos son selectivos.
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LatinAmerican Post| Juan Manuel Londoño
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El pasado 28 de febrero, tanto la FIFA como la UEFA actuaron conjuntamente para suspender a los equipos rusos de todas las competiciones internacionales. En un comunicado conjunto, ambas organizaciones expresaron que “El fútbol está totalmente unido aquí y en total solidaridad con todas las personas afectadas en Ucrania. Ambos presidentes esperan que la situación en Ucrania mejore significativa y rápidamente para que el fútbol pueda volver a ser un vector de unidad y paz entre las personas”.
Este es un claro ejemplo de presión diplomática, que ha sido aplaudido por varias organizaciones y medios internacionales. Por ejemplo, el Ministerio de Deporte ucraniano comentó que “Las autoridades rusas utilizan los logros deportivos para la propaganda de su propia ideología” y como “una herramienta para popularizar las ideas de intimidación, asesinato y destrucción”.
Parece que este estándar solo se está aplicando a Rusia. A la FIFA no le importa, por ejemplo, las múltiples violaciones de derechos humanos que se dan en Qatar, sede de su próximo gran Mundial. Solo para dar un ejemplo, 100 trabajadores migrantes que construyeron un estadio para el evento en este país duraron 7 meses sin paga y la FIFA ni pestañeó.
Pero esto no alcanza siquiera a rayar la superficie de los problemas de derechos en este país. Restricciones a la libertad de expresión, a la protesta pacífica, criminalización de la homosexualidad y condiciones laborales peligrosas son solo algunos de los “sacrificios” que facilitan la nueva sede del Mundial 2022.
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Y es que no hay que comenzar a citar todas las atrocidades que cometen los países que hacen parte de la FIFA para entender porqué este cuerpo se equivocó en esta desición. Como dijo el ex- futbolista egicipio Mohamed Aboutrika, “La decisión de suspender a los clubes y equipos rusos de todas las competiciones debe ir acompañada de una prohibición a los afiliados de Israel, que lleva años matando a niños y mujeres en Palestina”. ¿Donde empezamos a juzgar quien merece competir o no?
Por otra parte, no es sensato decir que los futbolistas al competir “están popularizando ideas de intimidación, asesinato y destrucción”. Esto no es nada más que populismo, que busca esencializar el conflicto y estigmatizar a la población rusa.
Ya se han visto episodios de violencia contra dueños de restaurantes rusos en Estados Unidos y otras partes del mundo. Si esta tendencia continua, podríamos ver algo parecido a lo que sucedió con la población china al comienzo de la pandemia o, en el peor caso, una persecución social como la de la guerra fría. La estigmatización de un grupo por una desición que está fuera de su control.
No todos los ciudadanos rusos apoyan la guerra con Ucrania y esto incluye a algunos sus deportistas. Es más, al quitarles la posibilidad de competir, les están quitando la oportunidad de protestar a los deportistas antiguerra en los escenarios más grandes a nivel internacional. No estoy diciendo que se debe levantar la prohibición, pero si que se deben evaluar con más cuidado los pros y contras de esta situación.