Hace unas semanas, más de 20 personas murieron al consumir cocaína adulterada en Buenos Aires. Estas muertes no pueden ser en vano y es momento de regular las drogas y cambiar el enfoque
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LatinAmerican Post | Santiago Goméz Hernández
Uno de los hechos que llamó la atención de los medios en Latinoamérica, fue de la fatídica noticia de 24 personas fallecidas al consumir cocaína adulterada. De acuerdo con el ministro de Salud bonaerense, Nicolás Kreplak, la droga estaba rendida con un “opiáceo”. Esto, además de demostrar los riesgos del consumo de estupefacientes, también evidencia la vulnerabilidad a la que están expuestos los consumidores, no solo en el país del Río de la Plata, sino en toda la región.
Los consumidores, que pueden ser adictos o simplemente clientes esporádicos, están a merced de la confianza y ética de sus proveedores. Adicionalmente, muchas drogas, como la cocaína, no se venden puras, se venden rendidas con alguna otra sustancia.
Cuando una persona va a comprar cualquier tipo de droga, está haciendo una compra a ciegas, desconociendo qué tipo de producto compra, sin ningun sello de calidad o tabla de contenido, como cuando las personas compran cualquier medicamento o alimento.
Entonces, si el proveedor se equivoca en la dosis, a hace mal los cálculos al rendirla o cambia la sustancia, o la fórmula, el consumidor puede estar enfrentando un riesgo sanitario, tal como ocurrió en Argentina. Pero esto mismo pasa en cualquier otro país.
La política de prohibicionismo no ha funcionado en ninguna nación. Según datos de la ONU, entre 2010 y 2019, el número de consumidores de sustancias estupefacientes aumentó un 22% en el mundo. Adicionalmente, la cantidad de droga que se exporta es cada vez mayor. De acuerdo con las Naciones Unidas, en 2020 se produjeron 1.010 toneladas de cocaína pura en Colombia, un 8% más que en 2019. Todo esto, pese a que, según la BBC, Estados Unidos ha gastado, solo en el país, más de 11.000 millones de dólares en la guerra contra las drogas.
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Las soluciones son múltiples y pueden variar lo dispuestos que estemos a regular el consumo. La primera opción es permitir y entregar test de detección. La simple posibilidad de que los consumidores puedan ir a un centro especializado para poder determinar la calidad de la sustancia que va a consumir. Estos test de detección funcionan para identificar los componentes de una dosis. Las personas llevan lo que vayan a consumir y así pueden tener orientación y disminuir el riesgo de una intoxicación o sobredosis.
Esto porque la cocaína adulterada puede estar rendida con potenciadores de sus efectos, raticidas, vidrio molido, ladrillo molido, cafeína, lidocaína, talco o azúcar, etc. Esto hace que la venta sea más rentable, pero también puede producir envenenamiento (como el caso en Buenos Aires) o simplemente sobredosis al variar las concentraciones de droga que se consume, ya sea heroína o cocaína.
Finalmente, también se puede regular por completo el consumo y la venta de los estupefacientes. Ojo, regular no es lo mismo que legalizar. Sí es verdad que al regular, se está legalizando de alguna manera, pero con condiciones. Por ejemplo, legalizar sería que cualquier persona pueda sembrar, producir, transportar y vender la droga o sus insumos sin mayores reglas. Mientras que regular, es poner claras reglas para producir o vender.
Por ejemplo, el mismo Estado puede ser el único encargado de cultivar, producir y vender cocaína o marihuana. De esta forma, el consumidor podrá acceder a estos productos a un precio regulado y con indicaciones y contenido explícito. También se podrá disminuir las posibilidades de sobredosis.
Estas medidas no solo pueden salvar vidas de consumidores. También podrían quitarle el negocio a las mafias y así disminuir los índices de violencia en los países productores y en los países consumidores. Evidentemente, esto no significa incentivar el consumo, sino desincentivarlo y cambiar a, por lo menos, un consumo inteligente y responsable.
Claro, todo esto con campañas que de educación que disminuyan el consumo de sustancias, pero que no estigmaticen a los consumidores y entender que un consumidor ocasional no es un adicto y que un adicto es una persona que sufre una enfermedad y que debe ser una preocupación de salud pública y no de violencia.