El béisbol de mesa cubano despierta una nueva pasión por el juego clásico del país

En la béisbol-maniaca Cuba, el técnico retirado Luciano Sanabria, de 73 años, ha construido un juego de “béisbol de mesa” en madera para que los niños que no pueden arriesgarse con una pelota dura aún puedan sentir la emoción de un sencillo al jardín. Sus seis tableros hechos a mano ahora atraen multitudes en el Estadio Latinoamericano de La Habana.
Una promesa labrada en madera
Luciano Sanabria recuerda la tarde en que su hijo volvió del consultorio médico con una nota en la mano: nada de deportes de contacto —el riesgo de una hemorragia fatal. La hemofilia le arrebató al niño su lugar en los solares de juego, lo que encendió la determinación del padre. “Si mi hijo no puede encontrarse con el béisbol en el campo,” le dijo Sanabria a EFE, “yo haré el campo más pequeño y se lo traeré.”
La idea lo acompañó durante décadas—desde sus clases de ingeniería en la antigua Unión Soviética hasta polvorientos talleres en La Habana. Dibujaba dugouts en cajetillas de cigarrillos, calculaba trayectorias de canicas en recibos del mercado y guardaba resortes de relojes rotos “por si acaso”. Cada dibujo llevaba el mismo encabezado: para mi hijo.
El nacimiento del béisbol de mesa
No fue sino hasta 2013—tras su jubilación—que Sanabria pudo serruchar, lijar y barnizar el prototipo que había imaginado durante tantos años. El artilugio parece una mezcla de futbolín y carrusel: un tablero redondo gira para que una misma figura de madera pueda lanzar, batear y correr las bases, mientras un lanzador con resorte impulsa canicas de vidrio sobre infields pintados a mano. Los visitantes giran palancas, oyen un clic y ven cómo pequeños corredores se deslizan por rieles metálicos.
Recolectó retazos de cedro, radios de bicicleta y sedal del Malecón habanero. “En aquel entonces, la madera era asequible”, se ríe; hoy, la inflación haría el juego prohibitivo. Antes de que subieran los costos, fabricó seis unidades y obtuvo una patente cubana. Tres permanecen bajo la grada del “Latino”, hogar de los Industriales. Los niños hacen fila para accionar el lanzador; los abuelos, con los ojos húmedos, susurran nombres de héroes pasados—Linares, Kindelán, Casanova.
Por qué importa un diamante en miniatura
El béisbol está tejido en la identidad cubana tan íntimamente como el son y el ron. El académico Roberto González Echevarría sostiene en The Pride of Havana que el deporte sobrevivió prohibiciones coloniales y convulsiones políticas porque ofrecía “un ensayo de nación”. Pero ahora, la televisión transmite a Lionel Messi y el fútbol global a cada barrio, mermando la otrora incuestionable supremacía del béisbol.
Sanabria cree que el béisbol de mesa puede revertir esa tendencia. “Aquí un niño aprende bolas, strikes, dobles jugadas”, explica. “Y de pronto el juego real en la tele tiene sentido.” Su teoría coincide con los hallazgos de la Revista Latinoamericana de Pedagogía del Deporte, que señala que las adaptaciones a escala mejoran la comprensión y retención en el deporte infantil.
Durante talleres auspiciados por el instituto deportivo cubano INDER, los maestros descubrieron beneficios inesperados: el juego entrena la coordinación ojo-mano y refuerza aritmética básica—conteo de carreras, promedios de bateo—sin riesgo de lesiones. Padres de niños con discapacidades físicas lo llaman “un pasaporte a la inclusión.”

Obstáculos, arcoíris y lo que viene
Los sueños, sin embargo, cuestan dinero. Resortes, barniz, rodamientos—todo escasea en la Cuba de hoy. “Esta es mi casa, no una fábrica”, les dice Sanabria a los visitantes, señalando una habitación angosta llena de tornos y virutas de madera. Necesita inversionistas, tal vez una empresa extranjera de juguetes, para escalar la producción. Hasta entonces, los seis tableros deben hablar por sí solos.
Y hablan alto. En los días de juego, una multitud se reúne tras la sección G. Adolescentes vitorean una “curva” de canica, turistas graban con sus teléfonos, y un vendedor anciano olvida su bandeja de maní mientras sigue un batazo con bases llenas. “Es el estadio entero en miniatura,” dice, con el orgullo suavizándole la voz.
Sanabria espera exportar el diseño. “Imaginen el béisbol de mesa en México, Japón, República Dominicana—lugares donde el bate resuena en cada corazón.” Incluso ve futuro en mercados dominados por el fútbol. “Ponles el tablero a los niños, y el béisbol hablará por sí solo,” sonríe.
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Por ahora, pule las manijas de caoba, reemplaza cuerdas desgastadas y saluda a cada niño curioso con la misma invitación: ¿Juegas?—¿Quieres jugar? La risa que sigue le confirma que su misión ya ha tenido éxito.