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El genio atemporal de Capablanca brilla en el torneo conmemorativo de ajedrez en Cuba

Todas las miradas están puestas en La Habana con el inicio de la edición 58 del torneo Capablanca in Memoriam, que congrega a cientos de competidores y renueva el debate sobre el profundo impacto del legendario José Raúl Capablanca. El ajedrez latinoamericano se asienta sobre un terreno sagrado, moldeado por el genio incomparable del campeón cubano.

Un torneo en memoria de Capablanca

El Capablanca in Memoriam, que celebra este año su edición número 58, rinde homenaje al legado de José Raúl Capablanca y Graupera al reunir a los talentos más destacados del ajedrez contemporáneo. Celebrado anualmente en Cuba desde 1962, el evento tiene como objetivo honrar al único campeón mundial latinoamericano, quien ostentó el título entre 1921 y 1927. Desde sus inicios, el torneo gozó de una reputación de generosos premios, reflejo del compromiso cubano con el ajedrez y del respeto por la figura de Capablanca.

Este año, alrededor de 500 ajedrecistas participan en diferentes categorías: Grupo Élite, Open Magistral, Veteranos, Sénior y juveniles, divididas en Sub-8, Sub-12 y Sub-16. El prestigioso Grupo Élite presenta una competencia a doble ronda entre cinco excepcionales jugadores: los jóvenes rusos Volodar Murzin y Arseniy Nesterov, el danés Jonas Buhl-Bjorre, el cubano Carlos Daniel Albornoz y el macedonio Evgeny Romanov. Los primeros resultados muestran una competencia equilibrada, con empates rápidos en la primera ronda, lo que indica la cautela de los participantes para no ceder ventaja temprana.

Junto al Grupo Élite se encuentra el Open Magistral, con 118 jugadores, incluidos varios Grandes Maestros y Maestros Internacionales. Participan representantes de 17 países, con una fuerte presencia cubana y destacada participación de México y Costa Rica. Entre los nombres sobresalientes en el ranking inicial figuran Alexandre Lesiège (Canadá), Pepe Cuenca (España), y una sólida delegación cubana liderada por Jorge Roberto Elías, Omar Almeida y Ermes Espinosa. La sección de Veteranos Sénior completa el festival ajedrecístico, con jugadores experimentados de Brasil, Costa Rica y Cuba. Las categorías juveniles permiten que la nueva generación ponga a prueba sus habilidades desde temprana edad.

En 2024, el Gran Maestro ucraniano Ruslán Ponomariov se coronó campeón del Grupo Élite, seguido de cerca por los cubanos Carlos Daniel Albornoz y Luis Ernesto Quesada—un resultado sin precedentes para los locales desde 2014. El hecho de que el torneo siga atrayendo estrellas internacionales mientras fomenta el talento nacional lo convierte en una excelente lente para analizar el legado de Capablanca en el ajedrez latinoamericano.

Una cuarta edición memorable en 1965

Uno de los momentos más notables en la historia del torneo ocurrió en 1965. Aquella edición tuvo un contexto único. Ernesto “Che” Guevara, entonces Ministro de Industria y presidente del Banco Nacional, garantizó premios sin precedentes: $3,000 para el ganador y más de $4,500 distribuidos entre los cinco siguientes. Catorce Grandes Maestros y ocho Maestros se reunieron en el hotel Habana Libre entre finales de agosto y septiembre, haciendo de este uno de los torneos mejor pagados de su tiempo y un imán para la atención mundial.

Gran parte del interés se centró en el campeón estadounidense Bobby Fischer, quien aceptó participar a cambio de $3,000 tras tres años de ausencia en competiciones internacionales. Sin embargo, el Departamento de Estado de EE. UU. le prohibió viajar a Cuba, reflejando la tensión entre ambos países y frustrando su intención de cubrir el evento como periodista para Saturday Review. Mientras Larry Evans había asistido a la edición anterior con credenciales periodísticas, a Fischer no se le permitió lo mismo.

Los organizadores idearon una solución creativa: Fischer competiría de forma remota desde el Marshall Chess Club en Nueva York, conectado a La Habana mediante télex, a costa del torneo. Aunque Fidel Castro calificó inicialmente la participación de Fischer como “una gran victoria propagandística para Cuba”, el estadounidense amenazó con retirarse si el líder cubano politizaba su presencia. Un mensaje conciliador de Castro zanjó el asunto, y Fischer enfrentó a oponentes de primer nivel como el excampeón mundial Vasily Smyslov, Efim Geller y Ratmir Kholmov de la URSS, así como a Borislav Ivkov de Yugoslavia. Algunos pensaron que jugar por télex le daba ventaja de preparación a Fischer; otros lo vieron como una desventaja por lo agotador del formato.

El torneo, de 22 jugadores a ronda única, fue una dura batalla de estilos y voluntades. Ivkov lideró en las primeras rondas, pero dos derrotas cerca del final permitieron a Smyslov alzarse con el título con 15½ puntos de 21. Geller y Fischer empataron en el segundo lugar junto a Ivkov, con solo medio punto menos. Aunque Fischer no ganó, su actuación, considerando las dificultades del juego a distancia, fue vista como un éxito. Fue además su primer enfrentamiento en años con varios soviéticos, lo que dio aún más relevancia al torneo. Smyslov ganó por poco. Ivkov cayó en el momento decisivo. Fischer resistió desde el otro lado del Atlántico. Así se consagró 1965 como una edición histórica que no solo homenajeó a Capablanca, sino que anunció una nueva era: el mundo occidental podía competir con la maquinaria soviética del ajedrez.

El ascenso meteórico de Capablanca

Nacido en 1888, Capablanca se convirtió rápidamente en el rostro del ajedrez latinoamericano. Su victoria sobre el campeón estadounidense Frank Marshall en 1909 lo catapultó a la escena internacional y le valió la invitación al torneo de San Sebastián en 1911. Allí sorprendió a figuras como Aron Nimzowitsch y Siegbert Tarrasch. Aunque muchos dudaban de aquel joven cubano con escasa fama, Capablanca disipó todo escepticismo al derrotar a los oponentes más fuertes. Su estilo, apoyado por la insistencia de Marshall en incluirlo, marcó el inicio de una leyenda.

Nadie anticipaba la precisión y rapidez con las que desarmaba a sus rivales. En 1921, venció a Emanuel Lasker y se convirtió en campeón mundial. Desde el 10 de febrero de 1916 hasta el 21 de marzo de 1924, no perdió una sola partida oficial. Ocho años invicto en torneos de élite y el propio match contra Lasker. Hoy, cuando un jugador de élite se mantiene invicto por unos meses, ya se considera impresionante. Lo de Capablanca, simplemente, no tiene igual en la historia del ajedrez.

Perdió el título en 1927 ante Alexander Alekhine, un rival que nunca lo había vencido antes. La tensión entre ambos creció, y múltiples intentos de revancha fracasaron. Aun así, Capablanca siguió brillando: ganó torneos importantes en Moscú y Nottingham. Pero el desgaste y problemas de salud lo llevaron a morir en 1942 a los 53 años por una hemorragia cerebral. Boris Spassky lo llamó “el mejor jugador de todos los tiempos”, y Bobby Fischer destacó su “toque ligero”, señal de su comprensión natural del juego.

Desafíos, triunfos y rivalidades

El juego de Capablanca mostró una comprensión profunda de los principios básicos del ajedrez, aun cuando las guerras y los cambios geopolíticos reconfiguraban el mapa ajedrecístico. Su talento brillaba especialmente en posiciones simplificadas y en finales. Su intuición le permitía elegir siempre el mejor camino. Muchos rivales no podían igualar su claridad de ideas. Mijaíl Botvínnik, campeón soviético, consideró Fundamentos del ajedrez como el mejor libro jamás escrito sobre el juego. Aunque se debate este título, nadie duda de su valor didáctico y claridad conceptual.

En los años veinte, mientras el ajedrez teórico ganaba terreno, Capablanca apostaba por su talento y experiencia más que por memorizar variantes de apertura. Esta diferencia quizás lo perjudicó en su duelo contra Alekhine, quien se preparó físicamente y estudió con detalle las partidas previas de su rival. Encontró debilidades que pudo explotar, aunque no estaba preparado para una larga serie de partidas.

Uno de sus últimos grandes logros fue en la Olimpiada de Buenos Aires de 1939, donde jugó por Cuba y ganó la medalla de oro en el primer tablero. Allí volvió a cruzarse con Alekhine, pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial y la distancia entre ambos frustraron cualquier posibilidad de revancha. Muchos lamentan este desenlace: un Capablanca bien preparado podría haber revertido la historia.

Un legado latinoamericano duradero

El legado de Capablanca sigue vigente. Su influencia perdura en la cultura ajedrecística de Cuba y de toda América Latina. La celebración constante del Capablanca in Memoriam es testimonio de su vigencia. La Olimpiada de La Habana en 1966 fue otro hito que puso a Cuba en el centro del ajedrez internacional gracias a la conjunción de orgullo nacional y habilidad competitiva. Su historia aún inspira a nuevas generaciones. Sin sus hazañas, el ajedrez latinoamericano no estaría donde está.

Capablanca rompió los moldes que reservaban el ajedrez de élite al dominio europeo. Demostró que la genialidad podía nacer en cualquier rincón del mundo. Su ejemplo fue seguido por figuras como Miguel Najdorf (polaco nacionalizado argentino) y más tarde por jugadores de Perú, Colombia o México. Pero Capablanca sigue siendo único: una figura mítica que trascendió fronteras.

El torneo Capablanca in Memoriam actual permite trazar una línea directa hacia su legado. El evento celebra su estilo: claro, elegante, eficaz. Incluso los motores modernos validan la precisión asombrosa de sus jugadas. Estudios de 2006 y 2011 mostraron que superó a muchos campeones mundiales al analizarse con herramientas computacionales.

Figuras como Lasker o Fischer elogiaron su temple e inteligencia. La racha de ocho años invicto, la demolición de Nimzowitsch y Bernstein en San Sebastián, su serenidad en Nueva York 1927… todo ello refuerza la creencia de que fue uno de los talentos más puros que jamás ha visto el ajedrez.

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La emoción actual en el torneo habanero demuestra cuán viva sigue la memoria de Capablanca. Ver a niños y adolescentes enfrentarse en la misma tierra que vio surgir al campeón inmortal es un recordatorio del ciclo interminable del ajedrez. Capablanca sigue siendo una fuente de inspiración.

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