Tractores extranjeros y hambre familiar: Cuba recurre a Vietnam para recuperar sus arrozales

En las llanuras abrasadas por el sol del occidente cubano, donde el silencio caía pesado sobre tierras de cultivo abandonadas, el rugido de la maquinaria vietnamita ahora corta el calor, reavivando no solo la producción de arroz, sino también una vieja alianza renacida en el pragmatismo por encima de la ideología.
Rompiendo un tabú revolucionario con semillas y acero
En Cuba, la tierra agrícola ha sido durante mucho tiempo un terreno sagrado: apropiado por la revolución y mantenido en manos del Estado desde las nacionalizaciones masivas de Fidel Castro en 1959. Durante seis décadas, el capital extranjero fue excluido del suelo. Pero hoy, en Los Palacios, un pueblo escondido entre cañaverales y carreteras blanqueadas por el sol, esa línea ha sido cruzada.
En 1.000 hectáreas de fértiles arrozales, está tomando forma una nueva empresa: la vietnamita Agri VMA ha firmado un contrato de usufructo por tres años—el primero de su tipo desde la revolución—en tierras que los funcionarios cubanos admiten que ya no pueden cultivar de manera efectiva. Los campos, ahora de un verde esmeralda, se extienden bajo un horizonte de montañas bajas y silos oxidados.
“No tenemos los fertilizantes, semillas ni repuestos para cultivar lo que nos pertenece”, dijo Ariel García Pérez, director de la Empresa Agroindustrial de Granos Los Palacios, durante una entrevista con DW. Mientras hablaba, una cosechadora fabricada en Vietnam avanzaba detrás de él, devorando los arrozales y descargando grano en camiones a la espera.
La granja de García Pérez solía sembrar mucho más. Hoy, asegura, funcionan apenas al 25% de su capacidad. Ese vacío ha atraído a los vietnamitas, no como benefactores, sino como socios: traen consigo variedades híbridas de arroz, diésel, fertilizantes y seis agrónomos dispuestos a empujar los rendimientos estancados de Cuba hacia la modernidad.
Las primeras cifras son contundentes: 6,75 toneladas por hectárea, frente al promedio nacional de 1,7. No es solo un salto técnico. Es una revolución silenciosa de otro tipo.
Una cosecha enraizada en la historia
Cuba y Vietnam fueron una vez hermanos de la Guerra Fría, unidos por batallas comunes contra la influencia occidental y largos discursos sobre la autosuficiencia. Pero esta vez, la relación es estrictamente de negocios—con un guiño a esa vieja amistad.
Agri VMA paga directamente a los trabajadores cubanos, un arreglo inédito en un sistema donde la contratación suele gestionarse mediante agencias estatales. La empresa también paga a la entidad de García Pérez por servicios de molienda, transporte y almacenamiento, creando un curioso pero atractivo modelo híbrido de iniciativa privada dentro de un marco socialista.
“Ellos lo trajeron todo”, dijo Tran Trong Prai, científico vietnamita especializado en arroz, mientras comprobaba la humedad del grano. “Fertilizante, cosechadoras… hasta el mecánico. Los insumos son vida”, comentó a DW, observando cómo un grupo de jóvenes cubanos se subía a la parte trasera de un camión de plataforma.
Y por una vez, la vida da señales de resistencia. El modelo vietnamita se basa en la eficiencia y la replicación. Si el proyecto piloto resulta escalable, funcionarios afirman que podrían permitir que se extienda a otras provincias en crisis como Camagüey y Granma, donde huracanes y sequías han llevado el cultivo de arroz al borde del colapso.
El Estado cubano mantiene la propiedad de la tierra y el control sobre el destino de la cosecha. Pero el conocimiento, las máquinas y las semillas—esos ahora vienen de fuera.
De la importación a la independencia, grano a grano
Cuba consume unas 700.000 toneladas de arroz al año, un alimento básico en casi todas las mesas. Pero en 2024, la producción local cayó a apenas 80.000 toneladas, una fracción de lo que era hace seis años. El déficit—agravado por la escasez de combustible, la crisis económica y la infraestructura en ruinas—obliga a la isla a importar el resto, a menudo desde proveedores lejanos como Brasil, Uruguay o incluso el propio Vietnam.
Esto le cuesta al Estado más de 300 millones de dólares anuales, una cifra abrumadora para un país ya golpeado por la falta de divisas y las sanciones. El embargo estadounidense complica aún más: los seguros marítimos son caros, el transporte poco confiable y los contratos, frágiles.
“Si podemos cultivar arroz vietnamita aquí”, dijo García Pérez, “el arroz se queda aquí. Es más barato que importarlo”.
Bajo el acuerdo actual, Agri VMA es propietaria de toda la cosecha, pero el gobierno cubano tiene derecho de compra preferente—y ya lo está ejerciendo. El precio no ha sido divulgado, pero los funcionarios sugieren que es inferior al costo actual de importación.
Los economistas ven el acuerdo como una apuesta de bajo riesgo para Cuba: Vietnam pone el capital, absorbe los problemas logísticos y aporta la experiencia. El Estado conserva el control del grano y aprende en el proceso. A cambio, Vietnam accede a tierras y a la oportunidad de exportar su modelo agrícola a América Latina.
Como lo expresó un alto funcionario agrícola cubano: “No cambiamos de ideología. Cambiamos de táctica.”
Preguntas incómodas bajo una cosecha prometedora
No todos aplauden a las cosechadoras.
La veterana agrónoma Inés Castillo teme que el modelo—arrendar las tierras más fértiles de Cuba a extranjeros—amplíe la desigualdad entre las zonas de altos rendimientos abastecidas con insumos foráneos y las cooperativas vecinas aún atrapadas en la escasez. “La brecha se hace más visible cuando el tractor de al lado funciona con diésel extranjero”, señaló en una entrevista telefónica.
Otros temen una pendiente resbaladiza: si el arroz funciona, ¿qué sigue? ¿La caña de azúcar? ¿Los cítricos? ¿El tabaco? ¿Se abrirán al capital extranjero los mismos cultivos que definieron la independencia revolucionaria de Cuba?
Pero los funcionarios insisten en que la urgencia es demasiado grande para exámenes de pureza ideológica. “Los estómagos vacíos no entienden de ideología”, dijo un alto funcionario cercano al Ministerio de Agricultura.
Los vietnamitas parecen entender este delicado equilibrio. Nguyen Van Thuan, gerente de operaciones de Agri VMA en Cuba, dijo a DW que llegaron preparados para la política. “Estamos aquí por negocios, pero también por amistad”, señaló, destacando que la empresa ahora entrega una parte de su cosecha directamente a escuelas locales—un gesto simbólico de buena voluntad antes de que comience el proceso formal de venta.
La próxima temporada, el equipo planea probar variedades de arroz resistentes a la sal, en respuesta al aumento de la salinidad de los suelos provocada por el cambio climático y el avance del mar, ambos grandes riesgos para la seguridad alimentaria de Cuba.
Es temprano. El experimento podría estancarse. La política podría interferir. Pero por ahora, en Los Palacios, las hileras crecen, los camiones se mueven y las mesas cubanas podrían pronto llevar un grano que antes cruzaba océanos—ahora cultivado a la vuelta de la esquina.
Al borde de un campo de arroz que alguna vez se creyó estéril, una bandera vietnamita ondea junto a la cubana. No es solo un símbolo de diplomacia. Es una muestra de lo que ocurre cuando necesitamos reescribir las reglas, y cuando viejos aliados cambian ideología por acción.
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Mientras la cosechadora avanza en su siguiente pasada, esparciendo paja en el aire, no es solo arroz lo que llena la tolva del camión. Es el peso de una apuesta—y la esperanza de que esta vez, pueda alimentar el futuro.