Las industrias de belleza y bienestar encontraron una fuente de oro que es tendencia en redes.
Las industrias de belleza y los influencers encontraron una fuente de oro bajo el término “self-care”. / Foto: Unsplash
LatinAmerican Post | Vanesa López Romero
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Read in english: Opinion: The problem of “self-care”
El self-care lo vemos en redes sociales, en videos de YouTube y en revistas. Vemos a celebridades compartiendo sus rutinas de self-care con nosotros, y por un momento creemos que podemos ser un poco como ellos, que quizás si compramos esa crema costosísima nuestra vida pueda ser un poco menos común y corriente. Pensamos que si nos levantamos a las 5:00 de la mañana todos los días y meditamos por una hora para después desayunar con una dieta vegana quizás encontremos nuestro propósito.
Esa es la idea que se nos ha vendido, una idea con la que nos hemos obsesionado y una idea que pocas veces nos detenemos a cuestionar. ¿Qué es realmente el “self-care”?¿De dónde viene?
El self-care surgió primero como un concepto médico pero luego pasó a ser político. En primera instancia, durante la segunda mitad del siglo XX los profesionales en la salud comenzaron a discutir sobre la importancia de los hábitos personales para mantener una buena salud tanto física como mental. Si bien al principio estos hábitos se pensaban para personas mentalmente inestables o adultos mayores, la discusión pasó a los trabajadores comunes, pensando en el estrés que estos podían tener a causa de sus largas jornadas laborales. Se pensó entonces en la importancia de tener rutinas o hábitos para mejorar la calidad de vida.
Con los movimientos sociales de los 60's y 70's, como por ejemplo el movimiento anti-racista, la segunda ola del feminismo o el movimiento a favor de los derechos de la comunidad LGBTQ+, el concepto de self-care comenzó a tener un componente político. La idea de que las personas pertenecientes a estas comunidades habían mantenido por siglos una pésima calidad de vida a causa del bienestar de las personas blancas, heterosexuales y los hombres, generó la necesidad de pensar en el bienestar propio.
La corporalidad pasó a tener un papel supremamente importante en este escenario. El self-care fue desarrollado por activistas como Audre Lorde o Angela Davis, para ellas la importancia del cuidado personal venía de la necesidad de deslegitimar las órdenes sociales que estaban basadas en el género, la raza, la clase y la orientación sexual, a partir de que las personas que estaban bajo esas jerarquía vivieran una vida saludable.
Teniendo en cuenta que para ese momento las personas pertenecientes a estas comunidades eran las más afectadas, por ejemplo, por el virus del VIH o que, debido al rechazo de familiares y personas cercanas, eran más prominentes a tener enfermedades mentales, el self-care tomó una importancia radical.
O, por ejemplo, en el caso de las mujeres, acá había un gran valor teniendo en cuenta que se esperaba que por naturaleza las mujeres cuidaran de otros en su labor de esposas o madres. Así, el cuidarse a sí mismo y el exigir mejores sistemas de salud que los tuvieran en cuenta fue sumamente importante para el desarrollo de estos movimientos y los resultados que trajeron consigo.
Sin embargo, y a pesar de las consecuencias positivas que tuvo este concepto y su actividad política, las grandes industrias, como si fuera raro, vieron en ello una fuente oro. En el self-care vieron la oportunidad para llegar a nuevos consumidores y a partir de la publicidad este concepto cambió su rumbo, y con eso su significado se alteró.
Hoy en día nos encontramos con un sin fin de publicidad que nos dice qué debemos consumir y cómo lo debemos consumir en orden de que tengamos bienestar. Se pasó de un concepto médico y una lucha social, a, de nuevo, legitimar esas jerarquías sociales, sobre todo las de clase.
Con la llegada de los youtubers e influencers este concepto no solo pasó a implicar una necesidad de consumo, sino que también pasó a tener una connotación que raya en lo negativo. Por más irónico que parezca, el self-care ahora crea más estrés que nunca.
Esto tiene que ver con la expectativa del estilo de vida. Quienes plantean estatutos para vivir mejor no son expertos o personas con los conocimientos necesarios, sino influencer a las que, literalmente, les pagan por definir esas reglas y los productos que hay que usar para obtener ese bienestar.
Detrás de un inocente “haz yoga” pueden estar vendiendo cursos, implementos, viajes, etc. Detrás de un “cuida tu piel”, venden mascarillas, cremas o masajeadores. Detrás de un “come saludable”, venden suplementos, dietas, marcas.
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No se puede vivir tan perfectamente. Pero, al parecer, ese es el fin: vivir bien. Ese vivir bien se ve sumamente inalcanzable porque, al parecer, para cumplirlo debes tener la plata suficiente para comprar todo lo que es bueno comprar, y para ello debes tener un trabajo que te lo permita, en donde te paguen muy bien, donde seas feliz y tengas el tiempo para socializar, hacer ejercicio, hacer yoga, cocinar en tu casa con verduras frescas recién compradas y leer todo lo que está bien leer y ver todo lo que está bien ver.
Acá es precisamente donde debemos preguntarnos ¿qué tanto bienestar trae el self-care?, ¿realmente hay un cuidado propio?, ¿qué tanto nos dejamos llevar por la publicidad y las grandes marcas?
No está mal cuidarse, evidentemente es necesario, pero es muy diferente tomar consejo de un influencer que nos dice que para dejar de sentirnos tristes debemos cumplir con una rutina y comer de cierta manera, a pedir ayuda profesional en donde es más posible encontrar no solo herramientas sino que también diagnósticos que pueden ayudar a entendernos un poco mejor.
Y es que, precisamente, ese es el peligro del self-care que, en orden de buscar cumplir con ciertas expectativas, podemos estar alejándonos cada vez más de un genuino cuidado personal, tanto físico, como mental, como emocionalmente.