Hijas del agua: una exposición reveladora
Hasta el 16 de septiembre en el Museo Santa Clara, en Bogotá, podrá asistir a la exposición del fotógrafo Ruven Afanador con las intervenciones de Ana González
Un viaje al interior de Colombia y su gente, una mirada fotográfica hacia las comunidades wayúu, gunadule, misak y arhuaca, y una intervención que con cierto misticismo alterna el uso de materiales como la seda y el papel, junto a técnicas tradicionales y bordados; son las claves de esta exposición que retoma el origen y las creencias de estas comunidades que tienen algo en común: su vínculo con el agua.
“Finalmente somos agua, pues esta es vida. Muchas veces no somos conscientes de eso. Si algo hemos aprendido en esta experiencia, en esa trasferencia de saberes, es cómo estas comunidades han tratado de hacer llegar el mensaje de cómo proteger el recurso”, dijo Ana González, quien intervino las fotografías de Ruvén Afanador, durante la conferencia realizada en el museo que alberga 30 retratos en su mayoría de mujeres.
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Pero estas obras que se encuentran expuestas en lo que hace unos doscientos años era un convento de monjas, no solo dan a conocer la esencia de un proyecto que inició hace un año gracias al apoyo de Artesanías de Colombia y de la ex Primera Dama, Tutina de Santos, sino también da cuenta de la construcción de un universo a partir de lo femenino. “Es el lado femenino, intuitivo. Es dar visibilidad a la mujer, la que esta tejiendo, la que hace algo que va más allá de una mochila. Es ella la que teje un universo ancestral, son ellas las que están escribiendo nuestra historia, el pasado que desconocíamos porque por la guerra no teníamos acceso, y porque estamos pensando todo como un universo masculino”, afirma González.
Por la misma razón, el escenario sugerido por la ex Primera Dama para la exhibición fue el convento, pues además de ser un lugar de mujeres permite establecer un diálogo intercultural entre el pasado y el presente. Y para llegar a esta conclusión, basta con saber que antiguamente las mujeres indígenas solo ingresaban a estos espacios para dedicarse a realizar labores domésticas o que al igual que aquellas mojas que vivían enclaustradas, las mujeres indígenas de todas las comunidades retratadas, antes de convertirse en mujeres son también encerradas una temporada. Así mismo, el espacio vuelve a adquirir relevancia cuando se comprende la importancia de la sala de profundis (lugar en el que antiguamente eran colocados los féretros de las monjas muertas) y en donde un retrato impreso en tela es expuesto como si se tratase un cajón fúnebre, al lado de lo que simula ser un epitafio que hace referencia al agua y su escasez.
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Bien lo dijo Ruven Afanador, “se crea un diálogo que es ideal para este momento. Cuando estábamos haciendo la instalación había una preocupación por el reflejo que ocasionan las paredes en las obras. Yo las observé con las luces apagadas, pero cuando estaban prendidas y casi no veía las fotos, podía ver los dorados de las paredes, los ojos de los retratos y ciertos detalles. Ahí me acercaba más para ver las imágenes y para mi esa relación es lo que el proyecto. Porque cuando vas volando por la selva y no ves nada o cuando vas a la Sierra Nevada y ves las montañas, el verdor, hay un misterio que está escondido, pero cuando comienzas a aterrizar empiezas a descubrir a las personas y se enfrenta uno al impacto de lo que estamos sintiendo nosotros al verlos y ellos al vernos a nosotros”.
Así, con el ánimo de dar a conocer estas culturas misteriosas o desconocidas que estaban alejadas por el tema de la guerra en el país y cuyo proceso de trasformación comenzó a verse después de la firma de los Acuerdos de paz, es que esta exposición se erige como una oportunidad de redescubrimiento, en donde el pensamiento milenario converge con ese nuevo deseo de la sociedad moderna por hallar el equilibrio de la vida a través de la naturaleza.
LatinAmerican Post | Maria Alejandra Gomez
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