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La Voz Icónica de Cuba, Celia Cruz, Inmortalizada en Homenajes por su Centenario

Un siglo después de su nacimiento en La Habana, Celia Cruz sigue encendiendo pistas de baile desde Queens hasta Quito. A medida que las celebraciones por su centenario en 2025 cobran fuerza, sus admiradores redescubren cómo la autoproclamada “Reina de la Salsa” transformó el exilio, la raza y el ritmo en un carnaval global de alegría.

De un solar habanero a las luces del Tropicana

Celia Caridad Cruz y Alfonso nació en 1925 en el barrio obrero de Santos Suárez, una de catorce hijos en una casa que vibraba con rumba y estática radial. La historia familiar cuenta que una tía le pagaba con dulces para que cantara nanas a sus primos pequeños; pronto, los vecinos también pedían escuchar esa voz en las fiestas. A los diecisiete años, participó en un concurso de talentos, convirtió el tango Nostalgia en un bolero y ganó el primer premio—un evento que hoy los académicos de la Universidad de La Habana siguen llamando “el momento bisagra” de la música popular cubana.

En 1950, La Sonora Matancera—la orquesta más famosa de la isla—nombró a la adolescente de voz grave y piel oscura como su primera cantante solista negra. La radio llevó su grito de “¡Azúcar!” por todo el Caribe, y las luces del club Tropicana convirtieron sus vestidos en constelaciones giratorias. Pero la política pronto apagó esas luces: la revolución de 1959 clausuró la vida nocturna habanera y sustituyó las listas de baile por ideología. Cuando el grupo salió de gira a México a fines de ese año, Cruz eligió el exilio, una decisión desgarradora que luego describiría como “mi segundo nacimiento”.

Exilio, salsa y la corona del sonido

Los inviernos de Nueva Jersey reemplazaron la humedad de La Habana, pero la cantante siguió ensayando en un sótano alquilado, junto a su esposo y representante Pedro Knight. Los discos que grabó a comienzos de los 60 con el “rey del timbal” Tito Puente entusiasmaron al público latino, pero apenas tocaron las listas de éxitos estadounidenses. Todo cambió en 1974, cuando el productor dominicano Johnny Pacheco la encerró en un estudio de Manhattan con un pequeño conjunto, y el tema Quimbara estalló en una sola toma. El LP Celia & Johnny vendió millones, marcó el apogeo de la era de la Fania All-Stars y selló su nuevo título real: La Reina de la Salsa.

El público acudía tanto por el espectáculo como por la música. Cruz subía al escenario con pelucas multicolores, tacones de quince centímetros y vestidos adornados con plumas o espejos. Las revistas de moda la comparaban con Bowie y Liberace; los críticos culturales destacaban cómo “redefinió la visibilidad de la mujer negra latina” años antes de que existiera el término. Pero ella nunca traicionó su alma de son montuno, y decía: “Canto para el cortador de caña y para el banquero de Wall Street por igual.”

EFE/ Angel Colmenares

Carnavales centenarios en las Américas

Veintidós años después de su muerte por cáncer cerebral, los preparativos para el año jubilar se sienten más como afinación de orquesta que como duelo. El SummerStage de Nueva York celebrará el 9 de agosto de 2025 con un mega-concierto gratuito protagonizado por Isaac Delgado, Aymée Nuviola y la prodigiosa percusionista Brenda Navarrete; los organizadores dijeron a EFE que esperan “la mayor fiesta callejera de salsa desde 1976”.

En Cuba, donde el silencio oficial opacó durante décadas su exilio, DJs independientes planean “noches Celia” clandestinas desde azoteas en Santiago hasta los muros del Malecón habanero. Mientras tanto, Callao, en Perú, planea renombrar una avenida entera como Avenida Celia Cruz, y develar una estatua de bronce que la muestra girando sobre sí misma. Santo Domingo transmitirá un homenaje por múltiples canales el 21 de octubre, cumpleaños de Cruz, mezclando orquestas de merengue con grabaciones de su risa atronadora.

De regreso en el Bronx, los estudiantes de la Celia Cruz Bronx High School of Music ensayan un arreglo íntegramente estudiantil de La vida es un carnaval. En el mural del pasillo, una corona se transforma en micrófono: prueba, dice su director de banda, de que “su poder todavía enseña ritmo y resistencia en la misma lección”.

Azúcar que no se derrite

¿Por qué sigue siendo tan dulce el grito “¡Azúcar!” que Cruz lanzó por primera vez en una prueba de sonido en 1962? La historiadora cultural Aurora Flores sostiene que destiló verdades difíciles en una sola palabra radiante: el legado amargo de la esclavitud fusionado con la alegría cotidiana del café con azúcar. “Ella convirtió el dolor colonial en celebración”, dijo Flores a EFE.

El reconocimiento no para de crecer. En 2011, el Servicio Postal de EE. UU. emitió un sello con su imagen; en 2024, se convirtió en la primera afrolatina homenajeada en el Programa de Cuartos de Mujeres Estadounidenses. Datos compartidos por Spotify muestran que sus escuchas mensuales superan los 10 millones—el triple que hace una década—y la mitad de esa audiencia tiene menos de treinta años. Para ellos, Quimbara suena tan vigente como cualquier éxito de reguetón, prueba de que los metales y las congas envejecen mejor que los algoritmos.

Pero la celebración no borra el exilio. Las cenizas de Cruz reposan en un mausoleo de granito en el cementerio de Woodlawn junto a Pedro Knight, bajo un epitafio que ella misma escribió: “Yo viví cantando.” Los visitantes dejan sobres de azúcar en lugar de flores; algunos susurran que algún día su voz podrá volver a sonar en vivo en las calles de La Habana. Ocurra o no ese reencuentro, el centenario de 2025 inundará listas de reproducción, pintará murales y moverá caderas, recordándole al mundo que una mujer negra cubana una vez desafió las fronteras con nada más que timbre, lentejuelas y un swing indomable.

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La última palabra le pertenece a la Reina, registrada durante su último concierto en Ciudad de México en 2002:
“Mientras ustedes aplaudan, yo no moriré.”
Mientras las palmas sigan marcando la conga y los pies respondan a la clave, Celia Cruz cumple su promesa—y el azúcar sigue fluyendo.

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