VIDA

Los jóvenes soñadores de Bolivia protagonizan un mágico festival de miniaturas

Una mañana de jueves en La Paz, niños vestidos con coloridos trajes tradicionales animaron la Ch’iti Feria con risas y artesanías. Su presencia aseguró que la apreciada celebración de Alasita, una antigua reunión de miniaturas y sueños, siguiera siendo relevante.

Una celebración centrada en los niños en La Paz

Un bullicio animado se apoderó de las calles en las primeras horas de la Ch’iti Feria, un segmento especial dentro del amplio festival de Alasita en Bolivia. Familias cargando pequeños puestos de madera, artesanías en miniatura y canastas de platos típicos llegaron a la entrada de la feria. Aunque padres y abuelos ofrecían orientación, los niños eran los protagonistas, asumiendo cada uno el papel de vendedor, artesano o pequeño chef. Sus pequeños kioskos deslumbraban con coloridas miniaturas: casitas, autos diminutos, diplomas en miniatura e incluso pasaportes falsos, símbolos que, por tradición, representan aspiraciones de la vida real.

La palabra “Ch’iti” proviene del aymara y significa “pequeño” o “diminuto”, lo que refleja el enfoque del festival en las miniaturas. El ambiente vibraba con conversaciones animadas y ofertas de venta: “Compra una maleta pequeña para tener buena suerte en los viajes” o “Llévate dos pajaritos de amor para que tu amor sea especial este año”. Niños de tan solo siete u ocho años perfeccionaban sus técnicas de venta, parados detrás de sus mostradores con delantales, polleras de cholitas o uniformes de policía en miniatura, añadiendo un toque lúdico de realismo. Cada kiosko imitaba los puestos de los vendedores adultos en el evento principal de Alasita, pero reducidos a la perspectiva imaginativa de un niño.

Muchos visitantes se detenían para observar la seriedad con la que los niños asumían sus roles. Un niño de 10 años podía explicar el significado detrás de la compra de una “casita” en miniatura—que simboliza el deseo de tener una vivienda propia—con la misma atención que los vendedores adultos más experimentados. Algunos niños mostraban piezas de arte en miniatura bien elaboradas; otros servían pequeños platos de comida tradicional, como “anticuchos” o “chicharrón”, en porciones adaptadas a los niños. El mensaje subyacente: estas tradiciones, moldeadas por siglos de creencias andinas, no pertenecen exclusivamente a las generaciones mayores. Si los niños las adoptan con sinceridad, el espíritu de Alasita seguirá floreciendo.

Los adultos hacían fila en los puestos de los niños para encontrar el símbolo perfecto para el Año Nuevo. Los abuelos, alegres, daban indicaciones suaves sobre cómo dar el cambio correcto o cómo exhibir las figuritas. Los padres mostraban su felicidad y recordaban cómo sus propios padres les explicaban el significado de este festival único. Para todos, la escena efímera—un laberinto de pequeños kioskos que apenas se elevaban unos centímetros del suelo—capturaba la esencia de la continuidad cultural. La próxima generación estaba dando un paso adelante para preservar y reinterpretar costumbres ancestrales en una exhibición tan alegre como instructiva.

Incluso el gobierno local reconoció el valor de la Ch’iti Feria. Funcionarios municipales recorrieron el área, saludaron a los niños y se tomaron fotos junto a ellos, elogiando su espíritu emprendedor. Algunos visitantes comentaron que “estos niños son los futuros artesanos de Bolivia”, mostrando cuánto valoran el patrimonio cultural al invertir en la curiosidad de los más pequeños. Algunos jóvenes vendedores compartieron historias notables: algunos pertenecían a familias que participaban en la feria desde hacía cuatro o cinco generaciones y exhibían fotos antiguas y relatos sobre sus antepasados. Otros niños acababan de comenzar esta tradición, pero se sentían apasionados por ella al conectarse con algo más grande en su comunidad.

Las especialidades gastronómicas en miniatura destacaban en la feria. Niños con gorros de chef y pequeños delantales servían porciones de conocidos platos bolivianos, como emparedados de cerdo (sándwiches de cerdo) y anticuchos, brochetas de corazón de res y papas. Aunque las porciones eran reducidas, los sabores evocaban la satisfacción contundente de la cocina andina. Para muchos participantes, la combinación de arte, comida y festividad ilustraba la naturaleza fundamental del festival: un evento comunitario que une a todos a través de la creatividad, la fe y el ingenio gastronómico.

Creando esperanzas y sueños en miniatura

Alasita, en lengua aymara, se traduce literalmente como “cómprame”. Sumergido en la tradición andina, el festival gira en torno a la compra de versiones en miniatura de deseos de la vida real—casas, autos, dinero, boletos de viaje o documentos profesionales—con la creencia de que, una vez bendecidos ritualmente, estos objetos simbólicos ayudarán a alcanzar esos sueños en los meses siguientes. Históricamente, estas miniaturas se originaron en contextos profundamente espirituales: pequeñas figuras llamadas “illas”, que representaban fertilidad o prosperidad, se ofrecían a deidades ancestrales alrededor del solsticio de verano en el hemisferio sur. Con el tiempo, la costumbre se adaptó, adoptando matices locales en varias regiones de Bolivia, pero conservando la noción de que una miniatura representa un deseo ferviente por cumplir.

La Ch’iti Feria revitaliza el significado más profundo detrás de estos objetos al presentar a los niños como vendedores principales. Cuando un niño de 10 años vende un “mini diploma” y lo muestra con orgullo, recuerda a las personas que esta venta va más allá de un simple intercambio. El acto refleja cómo creemos en el significado simbólico. Un comprador desea terminar una carrera, obtener un ascenso o ayudar a su hijo a tener un mejor desempeño escolar. Entregar unas monedas por un diploma en miniatura es similar a declarar: “Reclamo este éxito académico para el próximo año”.

Pequeños “billetes de Alasita” o “billetes de miniatura” se exhibían en muchos puestos. A menudo, estos billetes replican denominaciones de moneda real en estilos decorativos y caprichosos. Algunos representan al infame Ekeko, una figura alegre cargada de objetos en su espalda, conocido como el portador de prosperidad. Otros replican billetes bolivianos auténticos en una fracción de su tamaño. Mientras los niños vendían estos billetes, explicaban cómo adquirir dinero en miniatura se cree que atrae estabilidad financiera. Además, al revisar los puestos, se podían encontrar pequeñas maletas, casas, camiones y pasaportes, alimentando aún más el reino imaginativo que fusiona la aspiración con la tradición.

Curiosamente, el festival también integra elementos de la espiritualidad andina, como el “sahumar”, un ritual basado en humo para bendecir objetos con incienso o hierbas aromáticas. Un niño de 12 años podía agitar palo santo humeante u otras hierbas, animando a los compradores a pasar sus miniaturas recién adquiridas a través de los aromáticos vapores. Estas acciones evocan bendiciones de Pachamama, o Madre Tierra, una figura reverenciada en las culturas andinas que se cree nutre y protege a sus hijos. En la Ch’iti Feria, los niños se convierten en facilitadores espirituales y entusiastas emprendedores, cerrando la brecha entre ritos ancestrales y un sentido moderno de diversión lúdica.

Este equilibrio—entre la seriedad de un sistema de creencias ancestrales y la ligereza de una feria infantil—hace de la Ch’iti Feria un deleite para asistir. En un solo día, los visitantes pueden ver a un niño de siete años, vestido con un traje de negocios en miniatura, hablando elocuentemente sobre el significado de un mini contrato que podría representar una futura oportunidad laboral. Cerca, un grupo de niños con vestimenta de cholitas podría montar un pequeño escenario para una breve actuación de baile, girando sus polleras (faldas plisadas) para mostrar las mismas expresiones culturales que sus abuelos alguna vez hicieron. Cada objeto vendido, cada breve espectáculo realizado, teje lo antiguo y lo nuevo, creando un tapiz que reafirma la identidad boliviana.

Preservando las raíces culturales a través de generaciones

Los niños que participan en la Ch’iti Feria suelen ser descendientes directos de familias de artesanos que han formado parte de las festividades de Alasita durante generaciones. Estos linajes a veces se remontan a cinco o seis generaciones—una cadena ininterrumpida que ha sido testigo de los cambios políticos, las transformaciones económicas y las evoluciones culturales de Bolivia. Los padres cuentan historias sobre cómo aprendieron sus habilidades de escultura y tejido de familiares mayores y dominaron el arte de crear objetos diminutos con arcilla, madera o materiales reciclados. Ahora, los padres transmiten estas habilidades especiales a sus hijos, permitiendo que el legado artístico de su familia prospere.

Muchas familias conservan álbumes antiguos con fotos en blanco y negro de abuelos vendiendo productos similares hace medio siglo. Al exhibirlos en los puestos de los niños, las familias entrelazan su herencia personal con las tradiciones comunitarias. Un niño podría señalar con orgullo una foto descolorida: “Esa es mi bisabuela, cuando usaba una pollera más simple en la feria. Todavía usamos su diseño original para algunas de nuestras casitas”. Los espectadores pueden ver cómo pequeños detalles culturales perduran o se adaptan con el tiempo. Las polleras podrían presentar tintes modernos más vibrantes, o los sombreros podrían reflejar la moda urbana contemporánea, pero la artesanía subyacente permanece.

Esta transmisión de conocimiento va más allá de las manualidades. Los niños también internalizan la dimensión simbólica y espiritual, aprendiendo que estas miniaturas cobran vida mística a través de rituales y bendiciones. Observan cómo los mayores miden pequeñas cantidades de incienso, recitan bendiciones en español o aymara, y rocían agua o vino consagrado en los puestos. Esta práctica genera asombro en los niños y les muestra cómo la creación de objetos conecta la vida cotidiana con ideas espirituales más elevadas.

El evento también incluye tradiciones culinarias que complementan el proceso de enseñanza. Aunque las artesanías son la base de la feria, las ofertas gastronómicas—anticuchos, chicharrón o mini tamales—reflejan el patrimonio con igual profundidad. La cocina en la feria también tiene un linaje generacional. En muchas familias, los abuelos son los guardianes de las recetas, asegurando que el adobo para los anticuchos tenga la combinación correcta de especias. Los niños adquieren experiencia en la cocina desde temprana edad, asumiendo roles como medir ingredientes, freír versiones en miniatura de platos típicos y aprender a presentarlos de manera atractiva. Durante el festival, los jóvenes cocineros aprenden a valorar la comida de una nueva manera, notando que significa más que nutrición; también juega un papel vital en la cultura boliviana, conectándose con la música y el baile tradicional, así como con las artesanías locales. Todos estos elementos se mezclan en un rico conjunto que representa la identidad boliviana.

Funcionarios locales y expertos culturales creen que estas enseñanzas son importantes. El objetivo principal es mantener vivas y activas las tradiciones culturales de Bolivia para las generaciones futuras. Cuando la UNESCO reconoció Alasita como parte del patrimonio artístico mundial en 2017, destacó la creatividad, el sentido de comunidad y la capacidad de adaptación de la tradición a lo largo de los siglos. La Ch’iti Feria subraya esta adaptación: aunque el festival sigue siendo profundamente tradicional, no es una reliquia fosilizada. En cambio, late con la energía de una nueva generación, introduciendo influencias digitales (como niños que promocionan sus mini artesanías en redes sociales) junto con las antiguas bendiciones que alguna vez se ofrecieron a las illas y otras deidades.

Ampliando el legado hacia el futuro

Mantener el patrimonio intangible es tanto un desafío como una oportunidad en el contexto de la Bolivia moderna, que avanza hacia el crecimiento tecnológico y la urbanización. La Ch’iti Feria está a la vanguardia, demostrando que las tradiciones ancestrales pueden permanecer vitales si las voces más jóvenes participan. Muchos niños hablan con entusiasmo sobre combinar nuevos medios con creencias antiguas. Podrían imaginar una “mini laptop” o un “mini smartphone” para vender en la feria del próximo año, representando la esperanza de éxito en una carrera digital o la conectividad global.

El liderazgo local apoya estos giros modernos, siempre que la esencia espiritual esencial se mantenga intacta. De hecho, el espíritu del festival descansa en forjar una conexión entre lo efímero y lo tangible, vinculando deseos cotidianos—como un trabajo estable o un hogar cómodo—con el significado cósmico o religioso arraigado en las creencias andinas. Algunos niños podrían imprimir juguetonamente boletos de avión en miniatura con destinos populares en el mundo, significando que viajar sigue siendo una aspiración moderna para muchas familias. Mientras tanto, los vendedores mayores recuerdan cómo las generaciones anteriores rezaban por caravanas de burros para asegurar el transporte en terrenos montañosos. La tecnología cambia y evoluciona, pero los deseos humanos de viajar, crecer y descubrirse persisten a través del tiempo.

Un futuro esperanzador se vislumbra en el horizonte. El éxito de la Ch’iti Feria proporciona un modelo para otros festivales culturales en el país. Pueblos cerca de Cochabamba, Santa Cruz y Tarija han comenzado a organizar ferias artesanales dirigidas por niños que siguen el modelo de Alasita. Los niños organizan pequeños puestos para exhibir miniaturas que reflejan sus tradiciones locales. Al hacerlo, ocurre algo elegante: conecta a diferentes comunidades y genera orgullo por los orígenes. Los niños en las tierras altas podrían crear mini llamas o alpacas, mientras que aquellos en regiones más tropicales diseñan versiones diminutas de frutas exóticas o canoas fluviales. Una visión infantil añade energía fresca a las tradiciones establecidas.

El festival también sirve como una excelente herramienta de enseñanza para habilidades básicas. Cuando los estudiantes administran sus puestos, aprenden a calcular números, atender clientes y dominar el arte del marketing y la oratoria. También desarrollan habilidades creativas al adaptar sus diseños para satisfacer los deseos de los compradores. Los locales que prefieren un enfoque más clásico podrían comprar una mini caja de productos agrícolas o un conjunto de pequeñas figuras de arcilla. Los turistas o visitantes curiosos de otras partes de Bolivia o del extranjero podrían interesarse en artículos que reflejen un toque moderno, como mini laptops o referencias a la cultura pop en miniatura. Los niños, a su vez, obtienen experiencia empresarial real. Las personas expresan confianza cuando comparten el significado profundo de un objeto y combinan aspectos comerciales con historias culturales.

Las últimas horas de la Ch’iti Feria traen una alegría absoluta mientras el sol se pone detrás de los hermosos picos cerca de La Paz. Los padres ayudan a los niños a empacar los artículos no vendidos, mientras los pequeños cuentan sus ganancias o intercambian productos sobrantes entre ellos. Un pequeño grupo comienza un baile folclórico con pasos rápidos mientras un joven baterista crea ritmos constantes. La noche cae sobre el recinto ferial, pero los niños continúan riendo y jugando. Cada kiosko se convierte en un espacio de sueños y costumbres antes de cerrar. Los vendedores saben que mantuvieron vivo el espíritu de Bolivia en este festival.

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Las personas que se van llevan consigo mini souvenirs y un sentimiento de esperanza. Esas pequeñas figuritas y mini platos de comida significan más que simples decoraciones: representan un legado que conecta a viejos y jóvenes. Dentro de cada maleta en miniatura o diploma diminuto yace la historia de un pueblo que ha resistido y prosperado, uniendo la cosmovisión andina ancestral con la creatividad contemporánea. Cuando un niño abraza esa historia con todo su corazón—defendiéndola con ojos brillantes y una sonrisa decidida—es imposible no confiar en que Alasita, en toda su gloria mágica y miniatura, seguirá siendo un pilar del patrimonio boliviano durante siglos por venir.

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